Sólo una duda —entre las muchas en que me ahogo— me atormenta en este momento: si tú también me escribes y me amas; si mi amor es tan fuerte, tan poderoso, que es capaz de hacerme inolvidable. Ese grito de Estrella en medio de la calle, entre la admiración y el miedo, un grito seco y molesto, me ha llenado de amargura.
¿Será que siempre, hasta el día en que me sonrías y no escapes de mi cuerpo sin la promesa tácita de verte regresar, debemos ser vigilados por extrañas conciencias? ¿Que mi amor no puede ser transparente, claro, simple? ¿Tus labios tienen que estar siempre amargos por la conciencia del pecado o por la solicitud de las personas cercanas que ya no pueden entendernos? Estamos en los Días de Tus Labios, en los días de Tu Dulzura, y de pronto nos hacen tomar conciencia de que todo tiene que terminar, que llegará un día que será el Día Lejos de Tus Labios.
¿Su cuidado amoroso, su bondad nunca se abrirán a la comprensión? Os he dicho que actúan de acuerdo con el deber, de acuerdo con las ideas, con la terrorífica rigidez de la moral; quisieran que el hombre —ese puñado de angustias— fuera una suma, una serie de líneas, una máquina de virtud.
No tienen la conciencia del pecado —ni siquiera el miedo o el amor al pecado— sino la idea del deber, porque no pecan, nunca se salvarán, porque no podrán derramar lágrimas verdaderas y luego reírse de sus propias lágrimas. Esta capacidad, este genio terrible que nos hace sumergirnos en la sangre de la vida, es lo único que verdaderamente nos purifica. El resto es estar ligado a cosas ficticias, es vivir en las sombras, entre ideas puras.
¿Qué saben del hombre, si sólo conocen la superficie de su comportamiento y no su significado profundo? ¿Qué pasa con el ángel diabólico que llevamos y que nos exalta? Bueno, lo importante no es saber cómo es, sino por qué es como es. Quedan en el camino, en el comportamiento visible, en la máscara que oculta la sangre turbia y apasionada.
Y tú, de repente (sé que esta noche te está pasando lo mismo) me odias también, porque te recuerdo tu humanidad; cuando me odias porque tengo razón —una razón miserable— soy feliz, porque eres mi Helena, una mujer que vibra y ama y es capaz del bien y del mal (no te quiero demasiado bien, pero humano); No así cuando piensas que no te quedo bien.
Estoy más seguro de mi amor, del poder de mi amor, de mi virilidad, cuando me odiáis porque os cuido o porque os inclino a la vida. quiero que escribas cuando te escribo y que seas amante con mi amor; que piensas en mí, como yo pienso en tus labios y en tu cabello, un cabello que es como un verano ardiendo en llamas maduras, serenamente exaltado.
Y mis manos han de hundirse en tus cabellos, en la nuca de donde nacen, con cierto misterio, como todas las cosas de la verdadera tierra, a la que quiero acercarte. No quiero que vivas un sueño mediocre, sino que te sumerjas en una realidad alucinada; Quiero que escapes de la costumbre que mata el alma, y que cada día sea un nuevo día para ti, para que te pierdas para siempre.
Un amor es siempre un amor definitivo; Quiero que tengas la impresión de lo definitivo y te olvides de todo deseo de compromiso con la realidad. Por eso me atormenta la confusión de tus sentimientos y me debato entre dejarte —un dejarte definitivo, lo juro— y tenerte para siempre. Porque no me resigno a perderte es por eso que no me amas totalmente; el día que la vida y mi amor giren en torno a una decisión final, sé que me amarás. Pero soy un cobarde y prefiero verte todos los días con angustia y pequeñas alegrías.
El día del concierto de Beethoven escuché estremecerse a Claro de Luna: supe que estabas ahí, en medio de la danza de las llamas de la música, y supe que llorabas. Estuve cerca de ti, embriagado por tu embriaguez, lejos de tus manos retorciéndose y de tu pañuelo convulso. Ahora tengo tus guantes negros, y sé que no me escribes; que en este momento (11 de la noche) no me amas. mañana cuando llegue[ue] a la casa, sabré si todo es solo un sueño infeliz.
He abierto la ventana, y beso tus guantes. Sobre este escritorio sollocé un día mi vida inútil, mis versos amargos y desesperados. Ahora sueño contigo, mi amor, sangre elegida por mi sangre. He releído lo que te había escrito antes, en los días de mi amor inicial: Hablé con timidez, ahora lo hago así. Te digo, helena, que te amaba entonces, pero no como ahora. Ayer mismo te amaba de otra manera y creo que así me acercas a Dios, a través de tu carne, a través de tus labios. Estoy cada día más desnudo, es decir, más puro.
¡Qué mal escribo! Mi letra es imposible, porque hago todo desde la primera intención. Odio la gramática y la escritura. Mañana mis letras serán míseros signos y mis palabras retórica. Quisiera escribir en acciones, en caricias: cada letra un acto, 20 una intención de realización. Perdóname por hacerte sufrir. Ámame, pero si eres feliz sin amarme, déjame. Puedo hundirme o salvar, pero tú debes ser feliz. Beso tus manos al besar tus guantes, y tu boca al pensar en tu sueño plácido.
octavio
LSN
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