«Chairos, fifís, conservadores, liberales, privilegiados» y una considerable cantidad de palabras llenas de carga negativa para insultar a los simpatizantes de ambos bandos. La sociedad mexicana se ha acostumbrado a esto en lo que va del sexenio. Sin embargo, esta (mala) costumbre encubre una violencia sistemática entre tirios y troyanos, una profusión de violencia que, en un país como el nuestro, lamentablemente no sólo queda verbal, sino que se convierte en un acto con una normalización exacerbada, como cada vez es más común a ver.
Me refiero a lo ocurrido el sábado en el Zócalo capitalino, cuando unos simpatizantes de López Obrador prendieron fuego a una piñata con el rostro del Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (ni más ni menos), Norma Piña, al grito de «¡fuego, fuego!» y “fuera Piña”. Esto no se puede minimizar como un «juego inocente» entre hinchas de algún «equipo», lo ocurrido hay que mencionarlo con todas sus letras: eso es violencia política por razón de género. Lugar. No se debe alentar ni mucho menos repetir tal acto, por lo que las palabras del presidente fueron oportunas: “Este tipo de actos no se deben realizar, no es lo mejor, creo que hay formas de protestar sin llegar a esos extremos. Yo si condeno esos actos, no es necesario, tenemos que vernos como adversarios, no como enemigos.
También me refiero a lo ocurrido en Teotihuacán, en la Escuela Secundaria 0518. En el video compartido en redes sociales, que se volvió viral, se puede ver una fuerte pelea entre dos niñas de 14 años mientras nadie hace nada para detenerlas y ponerlas. el fin de esta lucha descarada. Días después, una de las niñas púberes falleció, siendo el informe médico un traumatismo craneoencefálico. Su contraparte en la pelea fue detenida en la frontera cuando intentaba escapar de sus acciones. En esta trágica historia se supo que esta fatídica lucha tuvo sus inicios debido a la sistemática acoso sufrido por el difunto hoy.
No podemos seguir así. Si bien es claro que el tejido social atraviesa su descomposición más aguda, las autoridades deben poner los límites para compensarlo y no promoverlo desde la oralidad y, mucho menos, hacerlo en el día a día desde el atril. Mucho más cuando en nuestro país son asesinadas más de 10 mujeres al día, según datos de ONU Mujeres; cuando 7 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida, según el Inegi; y cuando tenemos cifras de homicidios comparables a las de una nación en guerra.
Las palabras no son inocuas, por lo que si se usan mal pueden generar odio, malestar y violencia generalizada. Por supuesto que se deben llevar a cabo protocolos, leyes y políticas públicas para prevenir y erradicar la violencia, pero también hay que empezar por eliminar los discursos de odio, evitando la polarización, entendiendo que las disputas políticas, deportivas o de cualquier tipo no deben impactar en las acciones violentas. No permitamos que discursos y estadísticas divisorias terminen por romper por completo el tejido social y no haya vuelta atrás. El clima de odio que hoy envuelve al país aún se puede evitar, optemos por cambiar desde nuestro entorno, desde nuestras palabras, desde nuestras acciones.
POR ADRIANA SARUR
COLABORADOR
ADRIANASARUR@HOTMAIL.COM / @ASARUR
LSN
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