El pelícano desde Cesar Aira tiene al menos dos argumentos. El primero está protagonizado por el animal que da título al libro. Aunque decir que el pelícano es el protagonista de la novela es falso porque desapareció, fue secuestrado y nadie sabe dónde está. En cualquier caso, es un protagonista fuera de la cancha, por lo que solo los que no lo son pueden protagonizar las escenas; pequeño poder de ausentes y jubilados.
El segundo es menos que un argumento, más como coordenadas para hacer que la escritura funcione. Aquí los protagonistas son la pareja de prostitutas Jocoserio y Quinta de Tos. Los bautismos en Aira son una forma de destruir cualquier rastro de realismo y hacer estallar todos los perfiles psicológicos. Ambos son del linaje de la sin techo Beckett -un precursor de Aira del que apenas se habla- y el árbol genealógico de otra escandalosa pareja de gemelos siameses: Bouvard y Pécuchet.
Viven en un cobertizo abandonado y no hacen nada, o casi nada. Viven de las pensiones de las madres ancianas y enfermas, a las que cuidan, para no perder el hilo del dinero. Sus vidas son simétricas, lo que, lejos del habitual efecto complementario binario (viejo / joven, gordo / delgado, pobre / rico, bueno / malo) produce acumulación e intensidad. «Un artista con un talento creativo genuino los habría convertido a ambos en uno», señala Aira con ironía.
El desplazamiento de historias en El pelícano –Estrictamente hablando, contar tus argumentos, anécdotas, pensamientos, personajes sería una tarea inútil y devastadora– genera un movimiento continuo. Cuando el lector cree haber descubierto de qué se trata (el seguimiento del pelícano, el destino de dos narcotraficantes, la historia del editor de un periódico de barrio, las visitas de una niña enigmática, la obra de un pintor abstracto) , salta a otro punto. Ya sea por corte o transición, Aira parece tener el credo de nunca quedarse en un solo lugar.
En ese sentido, El pelícano es un prodigio en formas de multiplicidad, desviación y aparente desconexión. Están las acrobacias filosóficas sobre el tiempo (los movimientos centrífugos y centrípetos del pasado que describe), la fábula del rey Midas o el análisis del método de escritura de un editor de barrio. Pero siempre vuelve para encontrar un punto de cruce entre los materiales con los que trabaja. Regresa al pelícano, un nuevo espécimen salvaje de su zoológico literario donde ya viven liebres, abejas y serpientes, y su estúpida y santa pareja.
El pelícano es más una máquina para interrumpir la locura narrativa de César Aira. Su trabajo es una colección de máquinas anti-matriz rotas e inútiles que nunca podrían producir el mismo objeto dos veces.
Su escritura, absuelta de prisión temática, produce miles de temas. En tiempos en los que todo se ha vuelto polémico y testimonial, Aira escribe para averiguar qué es escribir. Algo que por otro lado siempre ha hecho, pero hoy, efecto anacrónico, su antiguo lema se ha vuelto más radiactivo que nunca. Narra como si teorizara y teorizara como si estuviera narrando. Un truco que practica siempre que puede: hablar de una cosa como si fuera otra. De ahí quizás el magnetismo de sus figuras y adjetivos, de sus cautivadoras asociaciones.
No se deja reducir a sus características (más bien, manías y tics), pero son muchas las que lo convierten en un escritor imposible de imitar. Acerca de El pelícano probar combinaciones clásicas y nuevas: la predilección de la investigación sobre la investigación; los usos del pasado, rigurosos y alquímicos; signos de exclamación, licencia expresionista; la recurrencia de preguntas como impulsores de la narrativa; el uso del colon, que revela una sintaxis sofisticada y musical para materializar pensamientos complejos; los pasajes descriptivos, como las páginas que dedica a una tormenta o la panorámica del galpón, que demuestran su sensibilidad poética. A través de la escritura, Aira practica todas las artes.
Con autores maestros, es fácil caer en clichés. La piedra de Aira inquieta a los lectores una y otra vez. Lo único que hay que cuidar es que se le cataloga como un genio, categoría que de inmediato desafía la lectura y consagra al autor para dejarlo sin misterio. Solo esto, el misterio de la escritura, que César Aira va perfeccionando con cada libro.
El pelícano, César Aira. Mansalva, 128 págs.
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