Aunque han pasado más de treinta años desde el retorno a la democracia, en Chile las opiniones siguen divididas. Todavía hay manifestaciones de apoyo al ex dictador Augusto Pinochet, quien lideró el golpe militar de 1973 y gobernó hasta 1990.
En la localidad de Cisnes, en la Patagonia chilena, se erigió en el año 2000 un monumento en agradecimiento al «patriota visionario» por la construcción de la Carretera Austral. Se trata de un reconocimiento históricamente impreciso e ilegal, que no fue ordenado ni validado por los órganos competentes, explica a el historiador y sociólogo Pablo Seguel, quien presentó una solicitud para que sea retirado o modificado. Paralelamente, una petición en línea de la sociedad civil para retirar el monumento tiene más de nueve mil firmas.
El autor del libro «Soldados de la Represión» señala que «el Estado chileno tiene la obligación moral, ética y política de evitar conmemorar a los responsables de violaciones a los derechos humanos. El Poder Judicial ya cuenta con al menos tres sentencias en las que ha instruido a las Fuerzas Armadas Fuerzas para retirar tributos a personas vinculadas a estos delitos”. Hasta el momento, se han retirado pinturas y estatuas.
El monumento a Pinochet en Cisnes, Patagonia chilena, incluye una placa de agradecimiento al «patriota visionario».
Son casos aislados, pero simbólicos. Pese al quiebre democrático, las violaciones a los derechos humanos y más de tres mil ejecutados, la figura de Pinochet sigue siendo defendida por un sector de la sociedad y la política chilena.
El Partido Republicano, ultraconservador y pinochetista, ha tenido un ascenso sostenido. Su líder, José Antonio Kast, fue el candidato más votado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, aunque en la segunda vuelta fue superado por el izquierdista Gabriel Boric. En las recientes elecciones para el nuevo organismo que redactará la Constitución, los republicanos obtuvieron la mayor cantidad de escaños, y su principal representante declaró que admiraba a Pinochet por su «habilidad de gobernar».
Sus declaraciones fueron fuertemente rechazadas por el presidente Boric.
Los datos de la encuesta CERC-Mori son determinantes. En los últimos diez años, la aprobación del golpe de Estado ha pasado del 16 al 36 por ciento. “Tenemos una ética social que no condena al cien por cien el golpe. Hemos validado la ética de la dictadura”, dijo a Marta Lagos, fundadora y directora de la encuestadora Mori.
La figura de Pinochet
“Yo no diría que la sociedad chilena es negacionista, sino que es muy ignorante de las consecuencias negativas de vivir bajo una dictadura”, dice Seguel. A su juicio, los resultados de la reciente encuesta “también están permeados por situaciones de contingencia del sistema político y también por la percepción de inseguridad o de necesidad de orden”.
Según Lagos, «Pinochet llegó prometiendo liberar a Chile y el Partido Republicano acepta esa falacia simbólica, valorativa y autoritaria sobre el orden y la seguridad que puede tener un régimen de esta naturaleza».
«Junto a la situación política actual, el hecho de que un tercio de la población chilena todavía crea que hubo cosas buenas en la dictadura o que Pinochet fue un estadista tiene mucho que ver con cómo se dio la transición, que se acordó , casi impuesto por la dictadura», dice a el historiador alemán y profesor de la Universidad Católica de Chile Stephan Ruderer.
Chile es un caso único en el mundo, indica. Con el retorno de la democracia, el dictador mantuvo un papel clave, siendo durante varios años Comandante en Jefe del Ejército.
costos de transición
“La transición validó el pinochetismo, que representa un gran fracaso cultural y sociopolítico. Se cumplirán 20 años de la muerte de Pinochet y, en la actual crisis política, económica, migratoria, de seguridad, la gente mira con nostalgia algo que no es unánimemente rechazado”, dice Lagos.
Para no arriesgar acuerdos legislativos ni acentuar la gobernabilidad, se decidió no encarar el tema abiertamente, estima Seguel: “Al no abordar esta discusión se avaló la dictadura. Hoy hay un consenso bastante débil sobre lo dañino que fue y nosotros vemos un retroceso en el valor de la democracia».
Los gobiernos democráticos «tienen parte de la responsabilidad de no tratar el tema lo suficiente como para dejar en claro que lo que pasó aquí fue una dictadura brutal, con violaciones sistemáticas a los derechos humanos, que no son una mancha en un gobierno económicamente exitoso, sino que ha sido históricamente probado que son el cimiento, el pilar central de la dictadura, sin los cuales no se explica ninguna política económica ni estadista”, indica Ruderer.
«Nunca más»
El hecho de que no se haya afirmado claramente desde el discurso público, dice el historiador, “significa que en Chile esto sigue anclado en un clivaje político, en el que el ‘nunca más’ es de izquierda y valora la figura de Pinochet. es de la derecha. Ese contraste con el caso de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. En el discurso público en todo el espectro político, estaba claro que el nazismo era malo».
“Desde el gobierno hasta los políticos, también desde la derecha, deben entender que condenar claramente la dictadura en todas sus vertientes no es un tema político. Es un tema necesario para la democracia y ética y moralmente necesario”, subraya el historiador.
“La falta de un rechazo frontal al golpe de Estado mantiene la idea de que una ruptura autoritaria de la democracia, a través de un golpe, puede ser algo necesario o útil en algún momento”, advierte Ruderer.
“Muchas personas reconocen y rechazan las violaciones a los derechos humanos, pero también dicen que la dictadura no fue tan mala. Ese es un discurso simplista”, subraya el historiador. Al respecto, Lagos indica que “nadie haría una lista de las cosas buenas que hizo Hitler. No existe tal lista, porque el período histórico y todo lo que hizo está invalidado por la violación de los derechos humanos. Los alemanes la hicieron por completo. inválido hablar a favor del nazismo, pero no lo hemos hecho con la dictadura”.
(er/rml)