Un hombre y una mujer adultos se atraen, entablan una relación con un alto nivel de intimidad; viajan juntos; duermen juntos; intercambian intereses, comparten sus mundos; anclado en un sistema parasimpático donde disfrutan del oxitocina, dopamina y serotonina relacionado con el disfrute, y que hace que el cerebro genere estos neurotransmisores.
Con el tiempo, una de las partes se apega más, la otra se aleja de las emociones, un día hablan de sus expectativas y concluyen que no están en la misma situación, y dolorosamente deciden romper. Esto parece una fría explicación del proceso de enamoramiento, donde lo que surge es el inevitable dolor de un corazón roto.
En septiembre el Día Mundial del Corazón, y aunque el aniversario está enfocado al cuidado fisiológico del órgano vital, me hizo reflexionar sobre la relación del corazón con las emociones y la forma en que nos comunicamos. Pero, ¿están realmente las emociones alojadas en el corazón?
Esta es la teoría socialmente aceptada y promovida en nuestra cultura popular, se comunica en canciones, películas, novelas y postales, con frases como: “Tú eres el dueño de mi corazón”, “Te amo con todo mi corazón”.
El autor español. Eduardo Punset En su libro “El viaje al amor” propone que el amor está en el cerebro, comparándonos con las bacterias, las cuales basan su comunicación en la expresión genética gestionada a través de sustancias químicas, siendo todas las bacterias capaces de producir, liberar, identificar y responder al mismo. señales.
Aunque nunca he escuchado una canción de amor que diga: “Te amo con todo mi cerebro”, o una conversación donde alguien haya dicho que le duele el cerebro por el desamor. Me llama la atención que atribuimos las emociones al corazón y no al cerebro, cuando las sustancias químicas que nos hacen sentir felices o infelices se ubican en este último órgano y no en el corazón.
¿Cuál es entonces la relación entre el hecho de que creemos que los sentimientos están alojados en nuestro corazón, y no cuidamos este órgano, que como un reloj automático, sin ningún esfuerzo por nuestra parte, bombea sangre al cuerpo para que en el mientras tanto podemos disfrutar o sufrir -según nuestra cosmovisión de la vida-, de las experiencias.
No me sorprende, entonces, observar desacuerdos y desconexiones como la descrita, si no cuidamos nuestro corazón comiendo sanamente, haciendo ejercicio, no fumando y descansando las horas necesarias para nuestra salud básica. ¿Será que por eso estamos tan desconectados y nos relacionamos sin vincularnos? Quizás sería más fácil, si fuéramos bacterias, recorrer el misterioso camino del amor con coherencia y mensajes alineados.
POR MÓNICA CASTELAZO
Gerente Sr. Comunicación y Asuntos Corporativos en Teva México.
Twitter: @MónicaCastelazo
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