Las Cumbres de las Américas nacieron en 1994, en el marco de la posguerra fría y la globalización, como un foro promovido por Estados Unidos para construir una coalición hemisférica con países democráticos, impulsando procesos de cooperación y coordinación política. Era una forma de repensar, tras el derrumbe soviético, la relación regional una vez consolidadas las transiciones a la democracia, terminados los conflictos centroamericanos y terminada la pugna UE-URSS.
También fue una forma de responder a iniciativas extrarregionales, como la de España, que intentó ganar influencia a través de las cumbres latinoamericanas, nacidas tres años antes (1991). Buscó consolidar la democracia a través de alianzas estratégicas con países democráticos, todos menos Cuba. Esto duró hasta 2015. Luego, Raúl Castro participó con Barack Obama en la Cumbre de Panamá, coincidiendo con su acercamiento a La Habana.
Uno de los principales objetivos de las Cumbres fue profundizar los lazos económicos mediante la firma de un tratado de libre comercio hemisférico, el Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA), reforzado con un foro de estados democráticos. El proyecto contó con el apoyo entusiasta de buena parte de los países de la región, comprometidos con los diferentes mecanismos y procedimientos ensayados para implementar tan ambicioso plan.
La tímida oposición inicial creció tras la llegada de Hugo Chávez, su alianza con Fidel Castro y el lanzamiento del ALBA, inicialmente conocida como la Alternativa Bolivariana para las Américas, que asumió una postura frontal contra cualquier forma de libre comercio. En 2005 se derrumbó el pilar básico de esta iniciativa hemisférica impulsada por los diferentes inquilinos de la Casa Blanca, el proyecto económico/comercial.
Lo que salió adelante fue el compromiso con la defensa y consolidación de la democracia, traducido en la Carta Democrática Interamericana, aprobada en la Cumbre de 2001 en Quebec. Los participantes ratificaron su compromiso con la defensa de la democracia representativa. En pleno siglo XXI, las cumbres fueron perdiendo impulso, mientras se estancaba la discusión en torno al ALCA y surgían otras integraciones de naciones como China.
En 2015 y 2018 Cuba participó en las Cumbres de Panamá y Lima, a pesar de no compartir los principios y valores defendidos en la Carta Democrática y ser un régimen de partido único. En su artículo 3, la Carta establece que “los elementos esenciales de la democracia representativa son, entre otros, el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres y justas, basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de los partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”.
La IX Cumbre de las Américas, que se realizará en junio en Los Ángeles, regresa luego a territorio estadounidense. El contexto es muy diferente al de ediciones anteriores y, sobre todo, al de la última, la VIII (Perú, 2018). La pandemia -que aplazó un año la reunión- y la invasión de Ucrania han acelerado la transformación geopolítica internacional.
El escenario mundial (político-institucional, geopolítico y económico-social) está cambiando rápidamente. El mundo posterior a la Guerra Fría ha ido desapareciendo, comenzando con la crisis económica de 2008. Esto fue seguido por problemas internos (polarización política y declive económico) y externos en los EE. UU. (retiradas de Irak y Afganistán).
La tradicional hegemonía estadounidense en América Latina es cosa del pasado, tras el desembarco de otras potencias extrarregionales, empezando por China. La propuesta económico-comercial de Pekín, con la referencia de la Franja y la Ruta, es muy atractiva para gran parte de la región y dota a China de una estrategia global más asertiva. Respecto a lo sucedido en 2018, Donald Trump ya no es el presidente de EEUU, sino Joe Biden, más proclive a reforzar sus alianzas con aliados tradicionales: la UE, Australia y Nueva Zelanda o países asiáticos como Japón, Corea del Sur o incluso India. .
Todo indica que la Cumbre de Los Ángeles es vista por EE.UU. como una palanca importante para reforzar su papel hemisférico, establecer nuevas alianzas y contener su pérdida de influencia internacional tras la retirada de Afganistán, el ascenso de China y la invasión de Ucrania.
Si bien Trump no fue a Lima, Biden es el anfitrión de esta Cumbre y su involucramiento con ella es mayor.
La relación con Latinoamérica ha sido hasta ahora relativamente marginal para la Casa Blanca. La situación internacional, marcada por la pandemia y Ucrania, explica esta circunstancia, aunque hay razones a más largo plazo. Desde el final de la Guerra Fría y especialmente después de los ataques del 11 de septiembre, Estados Unidos ha ido perdiendo interés en la región.
Desde que el ALCA se hundió gracias a la obstrucción de Argentina (Néstor Kirchner), Venezuela (Hugo Chávez) y Brasil (Lula da Silva), Washington no ha tenido un programa regional integral. Así lo percibe la administración Biden, consciente de la necesidad de fortalecer las alianzas del Sur Global, lo que exige profundizar la relación con América Latina, especialmente cuando la creciente presencia china amenaza la solidez de la relación hemisférica, algo que se da por sentado desde hace un tiempo. largo tiempo. .
La nueva Cumbre de las Américas parece haber pasado a un segundo plano en la agenda estadounidense, centrada en el problema migratorio y pendiente de la guerra en Ucrania. Tampoco existe un proyecto hemisférico relacionado con la transformación digital y ambiental ni una oferta concreta para posicionar a la región como un aliado estratégico frente a Beijing.
Por ejemplo, se podría pensar en la promoción de políticas de nearshoring y complementariedad energética a través del desarrollo y financiamiento de fuentes de energía basadas en “commodities” clave para la economía verde. Estos cambios estructurales contribuirían no solo a mejorar la inserción global de las economías latinoamericanas, sino que también reducirían la presión migratoria en EE.UU.
POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
ECONOMISTA
@DRLUISDAVIDFER
LSN
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