Cuando Novak Djokovic, ya raro por su longevidad (36), ganó su primer título de maestro, Carlos Alcaraz tenía cinco años.
Vinieron muchos más.
Alcaraz pasó parte de su infancia mirando la televisión, viendo la encarnizada lucha entre Federer, Nadal y Djokovic, la santísima trinidad del tenis, viendo cómo el serbio se hacía con otros cinco títulos en la Copa de Maestros, el torneo de las ocho. mejores raquetas del año.
Hoy, Djokovic tiene tantos trofeos de maestro como Roger Federer. Uno más, ya lo consiguió este domingo en la final contra Jannik Sinner, y también tendrá este récord, otro récord.
El peso insoportable de la historia, así lo llaman.
(Y en el palco del Pala Alpitour lo miran sus hijos).
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Alcaraz (20), todavía un adolescente en su debut en el trofeo de máster, dice que no piensa rendirse ante el peso de la historia. No quiere hacerlo ahora, como no lo había hecho hace cuatro meses, cuando luchaba por (y arrebataba) la corona serbia en Wimbledon.
El tenis de Alcaraz dista mucho de la ortodoxia, nada que ver con el festival de primeros servicios y largos intercambios que presenció el público turinés cinco horas antes, en el partido Sinner-Medvedev que ganó el italiano.
Después de otro récord
Djokovic pretende romper la igualdad con Federer, los seis títulos de máster que comparten
Alcaraz, de menos a más esta semana en Turín, despliega un tenis de matices.
Se lanza en voleas.
El servicio varía.
Si puede, ejecute una dejada.
Mantiene tensionado al rival, que no sabe hacia dónde va a llegar el murciano.
El problema es que, esta vez, el rival es Novak Djokovic. Y el serbio se mueve en una dimensión única. Se estira como un chicle. Anticipa los golpes del murciano. Modifica la estrategia según el momento. Dibuja diferentes parábolas cuando sea útil.
A veces apunta a la T.
A veces, en ángulo.
En ocasiones, el balón se abre tanto que Alcaraz parece a punto de salir de la cancha.
Lejos de la ortodoxia
El tenis de Alcaraz se aleja de la ortodoxia, pero esta vez cede ante la variedad de recursos del serbio
Djokovic sobrevive a los peloteos más largos y se recupera como lo haría un atleta adolescente. Él siempre sale victorioso. Y cuando Alcaraz presiona al resto, responde con un ace. Y cuando se encuentra contra las cuerdas, Djokovic ejecuta un disparo aéreo que desorienta al murciano.
Allí, el serbio levanta los brazos y se lleva el dedo índice a la sien. Reclama el aplauso de la parroquia.
La parroquia turinesa pertenece a Sinner, la maravilla italiana, el primer transalpino en llegar a la final del Masters (lo hizo tras vencer a Medvedev), pero que también bendice el buen tenis.
Y un Alcaraz-Djokovic es un regalo para los sentidos, posiblemente el partido del presente.
“Sabía que sería un duelo de enorme intensidad. Carlos es uno de los jugadores más completos a los que me he enfrentado. Es muy dinámico y rápido, pero creo que he estado en el partido desde el primer momento. Esta es una gran victoria para mí”, dirá más tarde, cuando le entreguen el micrófono.
(…)

Carlos Alcaraz se despide del público, este sábado en Turín
Para entonces, cuando Djokovic levanta los brazos, el partido se le ha puesto cuesta arriba a Alcaraz. En tres cuartos de hora perdió el primer set y ahora también ha perdido un saque en el segundo.
Está contra las cuerdas.
Seguirá luchando, pero el juego se le escapa y el partido también. Djokovic es una telaraña, un tenista invulnerable comprometido con una misión. El serbio mantiene el centro de la pista y el murciano corre como un aficionado: Alcaraz va de un lado a otro del campo, y no encuentra el espacio para Djokovic, no lo consigue por mucho que siga lanzando derechazos vertiginosos y reveses paralelos.
Encontrarse con un despliegue de tenis así, un despliegue como el de Djokovic y sus 36 años, parece inconcebible.
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