«Humanismo» no es una palabra que goce de las mejores credenciales en este momento y lugar. Quizás por eso la pregunta de si el feminismo no debe ser también un humanismo -formulada por una asistente al panel dedicado al movimiento #MeToo en el coloquio De Muro a Muro en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara- fue recibida con escepticismo por las integrantes. de la mesa: el filósofo Gilles Lipovetsky, la escritora Maruán Soto Antaki y la socióloga Luz Ángela Cardona.
Al final de la sesión, me acerqué al hombre que propuso tal idea y le respondí que, a diferencia de los panelistas, estaba totalmente de acuerdo con ella y argumentaría por qué en este espacio.
Maruán argumentó que no toda corriente de pensamiento o acción política está obligada a atender todos los problemas de interés público. Y tiene razón. Sin embargo, en el caso particular del feminismo, creo que su agenda puede y debe trascender los temas de las mujeres. Y no sólo porque las políticas de identidad nos han hecho entender que una mujer es la que se identifica como tal, haya nacido con vagina o no, sino porque, para lograr una verdadera transformación social, es mi idea -y eso de muchas y muchas antes que yo- que el feminismo debe trascender lo anatómico.
Hubo un tiempo en que el feminismo se concebía como la cosmovisión de mujeres y hombres que consideraban urgente insertar en la esfera pública toda una agenda de temas y causas. A lo largo de los siglos, el amor, la sexualidad, la familia, la pareja, las emociones fueron consideradas como pertenecientes a la esfera de lo femenino y por tanto ajenas no sólo al pensamiento filosófico sino también al debate de ideas y políticas públicas, lo que derivó en omisiones y prejuicios. que hasta la fecha lastran nuestra convivencia.
Sé que ya no está de moda en la época de los «colectivos» que se niegan a «hablar» con los hombres y que nos prohíben ir a las manifestaciones, pero creo que la única manera de lidiar con el patriarcado es no «arrancarlo». abajo» sino concebir un nuevo modelo de Estado y sociedad en el que lo que se conciba como «masculino» -lo jurídico, lo político, lo colectivo- tenga la misma importancia y merezca la misma atención que lo que agrupamos del lado de lo femenino -lo psicológico, lo sexual, lo personal.
En un ensayo fundamental para el feminismo de la segunda ola, la activista estadounidense Carol Hanisch escribió que «lo personal también es político». Solo desde esta orientación –en la legislación, en las políticas públicas, en toda la cultura– podremos construir una sociedad en la que, como señaló Susan Crowley –la moderadora del panel en cuestión– para concluir, el hashtag #MeToo ha perdido su significado actual por la mejor de las razones posibles: porque ya no es necesario.
POR NICOLÁS ALVARADO
IG: @NICOLASALVARADOLECTOR
MBL
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