La política siempre ha sido una actividad difícil, llena de enfrentamientos, golpes bajos y malas intenciones. La lucha por el poder, en muchas ocasiones, saca lo peor de las personas, sus frustraciones, sus fobias y sus rencores.
En el pasado, la única forma conocida de convertirse en gobernante o mantener el poder era mediante el uso de la violencia, cualquier disputa terminaba en guerra, asesinatos o conspiraciones, y aunque sigue ocurriendo, ya no es una generalidad.
Afortunadamente para nosotros, en nuestro país existe un sistema democrático que hace innecesario dirimir diferencias en el campo de batalla; el uso de la fuerza y la violencia, se asume que ya no son condiciones indispensables para obtener el poder.
Para salvaguardar nuestra democracia, la legislación electoral es el único medio por el cual se puede garantizar que los concursos electorales se realicen en condiciones de igualdad, transparencia y legalidad.
El Plan B de la Reforma Electoral, impulsado por el gobierno, vino a romper la estabilidad democrática que habíamos logrado en los últimos sexenios. Los opositores de Morena no tienen certeza de poder competir en igualdad de condiciones en las próximas elecciones.
Lo anterior, sumado a la constante señalización cruzada del uso de recursos públicos con fines electorales, pone en riesgo la estabilidad política del país.
Para mostrar un botón, la semana pasada, el uso de la violencia verbal fue la constante entre nuestra clase política; en ambos lados se usaron gilipolleces, amenazas, provocaciones e insultos.
Twitter, el medio de comunicación preferido por los líderes de opinión, fue el escenario ideal para que ambos mostraran su bravuconería; en estos tiempos es fácil confundir valentía con descaro y lamentablemente los bravucones están de moda.
La templanza está dejando de ser una virtud admirable en nuestros políticos. Ahora es más rentable electoralmente disfrazarse de provocador y mezclarlo con la promesa de exterminar al adversario. Como si de competencia se tratara, se esmeran en formar la frase más lapidaria para usarla contra quienes piensan diferente a ellos.
El buen sentido de la oratoria y el respeto a lo contrario, son costumbres que ya no se usan, ahora se vende por ser grosero y soberbio. El avance o retroceso de un pueblo se mide, en gran medida, por la forma en que sus miembros resuelven las diferencias; En sociedades con altos niveles de bienestar entre su población, las disputas políticas se llevan a cabo de manera «civilizada», o al menos, eso es lo que parecen.
Los mexicanos nos estamos adaptando rápido, a que la normalidad de hacer política es a través de la estupidez, valdría la pena pensarlo, si realmente es lo que nos merecemos.
Entre la agresión verbal y la física, solo hay un paso, la línea de la cordura se está difuminando peligrosamente y, lo que es más preocupante, no existe una condena generalizada del uso de estas prácticas en la sociedad mexicana.
Parece que la gente buena y sabia está disfrutando del espectáculo.
POR HÉCTOR SERRANO AZAMAR
COLABORADOR
@HSERRANOAZAMAR
CAMARADA
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