Frente al teatro, ante una sola mirada pasó un sujeto de largo cabello gris, vestido con una chaqueta roja y pantalones rotos. Nadie lo miraba, no era invisible, pero la gente prefería evitar dirigir sus ojos hacia él. Sabían que detrás de ese hombre había una realidad en la que era mejor no pensar. Su apariencia reflejaba la vida de muchos mexicanos, una vida que no era
quiero ver. Ella así caminó frente a la vista ciega, encendiendo un cigarrillo después de sacarlo de uno de sus bolsillos.
Después de dar unos pasos, se detuvo y miró hacia el suelo, donde había un cartón de jugo vacío y papeles rotos. Basura —supondrá la mayoría de la gente al ver tales objetos—, sin embargo, para el hombre, la posibilidad de encontrar algo de valor, aunque fuera lo que quedó de ese líquido, sería suficiente. Revisó cuidadosamente cada uno de esos papeles y los volvió a dejar caer al piso, apretó el recipiente, pero no salió ni una sola gota.
Al final no encontró nada. Se tomó un tiempo para terminar de fumar su cigarrillo, un último aliento salió de su boca en forma de humo. Dejó la colilla en el suelo, más basura para la calle, aunque no había ningún recipiente donde tirarla, ni él ni los que la dejaron allí primero.
Reanudó su caminata hasta que se topó con unos arbustos que yacían en una especie de superficie alta, formaban parte de la decoración alrededor del teatro. De nuevo, se detuvo, miró hacia esa zona y se acercó a ella. Con sus manos comenzó a mover las plantas, esperando encontrar algún objeto o material útil. No encontró nada. Ella estuvo allí moviendo los arbustos durante unos diez minutos. Cuando terminó, sus manos estaban negras por la tierra excavada con ellas. Su expresión decía cansancio, no decepción, bueno, estaba lejos de ser la primera vez que había llevado a cabo tal acción.
A unos metros había una parada de camiones vacía. Fue a tomar asiento, pero no esperaba abordar, solo quería descansar un momento. Quién sabe cuánto tiempo había estado repitiendo la misma rutina. Fueron solo cinco minutos de descanso, se levantó, abandonó el sitio y continuó su caminata.
Desapareció por la esquina de la calle, sin ojos que lo vieran. El sujeto invisible aquel a quien la gente evita, no tuvo más remedio que seguir su camino. Como él hay cientos de miles de personas en el Ciudad de México, sin mencionar en todo el país. Invisibles ante los ojos del resto de la población, pero no desapercibidos, ya que su presencia incomoda a muchos, a pesar de no hacer nada para enfrentar el problema. Ante esto, uno solo puede preguntarse cuándo terminará esta invisibilidad en México… el futuro cercano no augura nada alentador.
POR IGNACIO ANAYA
COLABORADOR
@IgnacioMinj
MAAZ
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