El terrorismo se impone | El Heraldo de México

AMLO renunció a su responsabilidad de brindar seguridad a México: su estrategia ha provocado un baño de sangre en México. En los primeros 54 meses de gobierno de Calderón mató a 80 mil personas. Con Peña, 102.000 murieron en ese mismo período. Con AMLO han muerto 154.000 personas. Está por llegar la conclusión de su sexenio, cuando reina la violencia, el desacato a la ley y la impunidad en todo el país.

Estas cifras son la expresión cruda e innegable del horror que millones de mexicanos viven cada día. Los relatos de terror vividos en comunidades plagadas de violencia son más espeluznantes. Estos datos son terribles. Pero es peor el fenómeno social que viven las personas todos los días cuando se topan con organizaciones criminales en toda su crueldad, poder y desprecio por la vida humana. El terrorismo es el pan de cada día en miles de comunidades a lo largo del país.

Los ejemplos abundan. Tepito es el mercado de drogas más grande de todo el país, no solo de la Ciudad de México. Y es, en consecuencia, el lugar donde el reclutamiento de jóvenes para bandas y cárteles funciona a toda máquina.

La pandemia de COVID-19 tuvo el efecto de cambiar las formas de operación y la relación entre grupos, pandillas y cárteles de la droga. El factor central fue que la demanda de drogas en los Estados Unidos disminuyó notablemente durante este período. Esto generó un aumento de la violencia al generar mucha competencia por un mercado disminuido. También llevó a la desaparición de los grupos de narcotraficantes más independientes al no poder competir con la fuerza económica y militar de grupos más grandes, incluidos los cárteles. Los modos de operación de los grupos establecidos debieron ser modificados ante las nuevas circunstancias de mayor competencia por espacios en el mercado disminuido, aunque sea temporalmente.

Lo relevante en el cambio en los modos de operación hizo la transición de la «vieja escuela» a la «nueva escuela», la consistencia en el uso más intensivo de las redes sociales para la captación de nuevos afiliados y operadores, así como la aparición de nuevos drogas, más sintéticas y baratas, así como más potentes y adictivas. Finalmente, se desarrollaron nuevas formas de distribución de los productos, con anuncios en redes y la oferta de entregas a través de los instrumentos que ofrecen las nuevas aplicaciones, como Rappi, Uber, etc. Todo esto impactado por la pandemia del Covid.

Pero la «vieja escuela» y la «nueva» tienen otras diferencias. El Cártel de Sinaloa opera como la vieja escuela en su método de reclutamiento, mientras que la nueva se refiere a los métodos utilizados por los Los Zetas y el Cártel Jalisco Nueva Generación. La diferencia esencial en sus métodos de reclutamiento es que Sinaloa recibe reclutamiento voluntario mientras que Zetas y CJNG recurren al reclutamiento forzoso.

Detrás de estos dos métodos se encuentran importantes realidades sociales e históricas. El Cártel de Sinaloa ha gozado de fama histórica desde la época en que se llamaba Cártel de Guadalajara, comandado por Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo. Posteriormente, con líderes como Joaquín “El Chapo” Guzmán, ganó fuerza económica, militar y política, a través de su presencia y operación en más de 50 países alrededor del mundo.

En el estado de Sinaloa y en otras partes de México se ha extendido la narcocultura de los corridos que exalta los personajes del narcotráfico, la idea de masculinidad y el poder de las armas y el dinero, la seducción de la mujer con dinero. Para jóvenes de escasos recursos económicos, sin estudios superiores, el camino al éxito es evidente: unirse al Cártel de Sinaloa es la opción de vida al alcance de la mayoría de los jóvenes. Así, la combinación de historia, mitología, cultura, junto con el acceso al dinero, el poder y las armas, hace que el reclutamiento sea voluntario.

En cambio los Zetas y el CJNG, que surgieron sin mitología e historia, donde la cultura musical es menos ferviente, y por tanto su reclutamiento es diferente. Primero, han tenido que convertirse en organizaciones altamente militarizadas. Su atractivo para los jóvenes se debe en parte a la adicción que se crea entre el poder de las armas y la adicción a su producto de mercado. Sus soldados están dispuestos a defender su causa de mantenimiento del poder a través de su capacidad militar de maniobra y la imposición de su voluntad sobre las comunidades donde operan y tienen su base.

Si bien el Cártel de Sinaloa podría definirse como más civil, incluido el mantenimiento de bases sociales y redes de apoyo, tanto los Zetas como el CJNG son organizaciones netamente militaristas, basadas en métodos de reclutamiento o reclutamiento forzado de sus elementos y que operan con una crueldad inusitada cuando pretenden ocupar áreas de un municipio o estado de la República.

Pero a pesar de sus diferentes orígenes y formas de operar entre las organizaciones narcotraficantes, tanto interna como externamente, las mismas leyes fundamentales permean en todas ellas para los integrantes de estos grupos humanos y sociales. Lealtad comprobada, disposición a usar la violencia cuando se requiera y siempre dispuesto a cumplir su palabra. Este condicionamiento de los reclutas del narcotráfico se expresa en un dicho popular en los medios de comunicación: “ver, oír, obedecer, callar”.

Finalmente, muchos aseguran, ya inmersos en el ambiente delictivo, que no tienen otro futuro que “un balazo en la cabeza o la cárcel”. Esto recuerda la frase del inefable chino Zhenli Ye Gon, desconfiado de los bancos porque guardaba el dinero en su casa: “cooperar o cuello”. Su defensa fue eso, respaldando esencialmente lo que se sabe en la cultura popular sobre el crimen y sus formas de operar: una vez que estás dentro de una organización criminal, la única salida es con los pies por delante.

La violencia entre grupos se ha endurecido con la fragmentación de los cárteles. Los jóvenes están siendo reclutados, voluntariamente o por la fuerza, para realizar tareas peligrosas, como soldados o sicarios. Son considerados carne de cañón y son reemplazados por recién llegados a través de tácticas de reclutamiento permanente. Las bandas de narcotraficantes siempre necesitan nuevos reclutas para continuar la guerra por el control o la recuperación de sus lugares.

Las mujeres son generalmente reclutadas a la fuerza, tanto en Sinaloa como con los Zetas y el CJNG. Por lo general, terminan siendo esclavas sexuales o partícipes secundarios de actividades delictivas como secuestros, preparación de alimentos para sus víctimas.

Una expresión del militarismo de organizaciones como el CJNG y la Familia Michoacana ha sido el creciente uso de drones para realizar ataques contra la población civil en Guerrero. Poblaciones como el Nuevo Poblado el Caracol, que bordea el río Atoyac, han sido atacadas por narcotraficantes que buscan obligar a sus habitantes a abandonar sus hogares debido al alto valor estratégico de este río que desemboca junto al Puerto de Lázaro Cárdenas, que está bajo el control de la Familia Michoacana. Es un lugar privilegiado para trasladar su producto al puerto, o desde el puerto tierra adentro. Las tierras son aparentemente fértiles para la siembra de plantas de coca y amapola.

Los ataques a estas poblaciones civiles son, sin duda, actos de terrorismo. Lo mismo ocurre, aunque con características diferentes, en los ataques a la población civil de San Luis Potosí, Zacatecas, Michoacán, Colima, Nayarit, Sonora, Chihuahua y Coahuila. Tamaulipas, Campeche, Oaxaca. Esta lista no es exhaustiva. Pero lo que sí demuestra es que el terrorismo contra la población civil sucede, es real y sucede todos los días.

Este es el fracaso de la política de seguridad de López Obrador. Ha permitido este fenómeno del terrorismo para mantener un supuesto acuerdo de “convivencia pacífica” con el crimen organizado en México.

El Estado mexicano fracasó en su tarea esencial de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Prevalece el terrorismo.

POR RICARDO PASCOE

ricardopascoe@hotmail.com

@rpascoep

MAÍZ

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