emilia bassano escribió para ser leído. Ocurre, suelo pensar, con los que escriben. Pero como sucedió en su tiempo —y en muchos— con las mujeres que escriben poesía, sinfonías, guiones cinematográficos, o que coreografían ballets o pintan cuadros, la de Emilia era una voz silenciada. O cuando no, explicado por nosotros los hombres; y eso, si al historiarlos, les dimos su lugar como curiosidad, como accidentes del destino, de la historia del arte. Todavía sucede.
Viviendo en mi burbuja musical, crecí pensando que en México sí reconocíamos a las mujeres compositoras. Desde niña supe de la existencia de Gabriela Ortiz, bien conocida es la anécdota de lo primero que hice al llegar a la Ciudad de México: inscribirme en su clase de análisis musical. Todos la admirábamos, queríamos aprender de ella. Mi burbuja estalló cuando hace unos meses me enteré de ese reconocido violinista que sugirió que la voz de Gabriela no merecía ser escuchada.
Como tantos antes, impusieron que la emily no era para leer. Por eso tenemos que hablar de Emilia. Sigue haciendolo. De ella y del reclamo desenfrenado e ingenioso que se está dando ahora mismo en el Teatro Helénico, y que sirve de reclamo para otros emiliasincluso para el emilias responsable de hacerlo realidad.
El emily de Morgan Lloyd Malcolm, la de su traductora Martha Herrera-Lasso, la de su directora Mariana Hartasánchez, la de su productora María Inés Olmedo, la de todas las Emilias que allí pasan de jueves a domingo. No se trata de una obra biográfica sino de una especulación teatral basada en los pocos datos precisos: vivió entre 1569 y 1645, fue hija de un músico de la corte, fue poeta, maestra, madre… y feminista. Esto hace posible jugar y al jugar sugerir; sugiriendo, inspirando; al inspirar, despertar; al despertar, envalentonarse. Hay pocos límites y muchos símbolos. La más obvia: que no hay hombres. Todo el elenco está formado por mujeres, todo el equipo creativo son mujeres.
La más convincente: que ella era amante de Shakespeare y que él podría haberse aprovechado de ella. Lo más cercano a la realidad: la convención de que ella es «la dama oscura» en sus sonetos. Su mayor virtud está en su pasión ingeniosa, esa que surge de la ira y se retoma en la comedia, con la que se defiende su nombre y se traslada al espectador. Eso es un acierto, sí, del texto original y, sí, de la impecable traducción, pero sobre todo del trabajo de Hartasánchez con el tono que ha elegido para contar la historia, para contarse tal vez ella misma.
Aída López, Amorita Rasgado, Haydee Boetto, Coty Camacho, Mariana Gajá, Gabriela Betancourt, Luz Adriana Carrasco, Karime Alonso y Assira Abbate están sensacionales. Lucía Uribe y Emma Dib son la guinda del dominio escénico que seguro merecerá todos los premios de parte de todos los emilias. Que su tiempo sea ahora.
LSN
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