La legitimidad cubana | El Heraldo de México

Las relaciones de México con Cuba siempre han sido importantes para ambos países. Desde que Cortés salió de Cuba en 1519 para emprender su aventura de conquistar México, ha habido siglos de mutua influencia política, social, cultural e incluso familiar. Es una relación histórica entrañable.

Mi generación estuvo muy influenciada por la revolución cubana. Durante años, muchos jóvenes se han sentido atraídos por sus innegables logros en la ciencia, el deporte, la educación y la salud. Admiramos la férrea defensa de su independencia, frente al intervencionismo de Estados Unidos. Cuba no era democrática, pero mantuvo su antiimperialismo. Lamentablemente, con el tiempo, no sólo se hizo evidente la falta de libertades, sino también la persistencia de un sistema económico empobrecedor e inviable, totalmente dependiente de la Unión Soviética. Cuba perdió su brillo y la gran mayoría de sus admiradores.

El régimen cubano nunca ha intentado realizar elecciones libres. Es un régimen de partido único. Tal vez mantenga el apoyo popular, pero es reacio a respaldar ese apoyo a través de un proceso electoral genuino. Argumenta que el pueblo cubano ejerció su derecho a la autodeterminación en 1959, con el triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro, y defiende la no intervención para que nadie se atreva a opinar sobre sus asuntos internos.

La legitimidad del régimen cubano descansa hoy, fundamentalmente, en su rechazo al embargo que le impuso Estados Unidos desde el triunfo de la revolución. Desde 1959 algunos presidentes estadounidenses lo han endurecido mientras que otros lo han relajado, pero el embargo, como el dinosaurio, sigue ahí. Sin la menor duda, se trata de un embargo arrogante, inmoral, injusto y violatorio del derecho internacional. Pero es difícil atribuirle todos los males que aquejan a la economía cubana, que en realidad son el resultado de un sistema económico centralizado y nacionalizado, en permanente quiebra. Por eso, para el gobierno cubano, el fin del embargo sería muy peligroso. No tendría a nadie a quien culpar por sus fracasos. Perdería la bandera principal de su lucha contra el «imperialismo».

El embargo es contraproducente, pero es defendido ferozmente en el Congreso de Estados Unidos por políticos vinculados al exilio cubano en Florida. Y ese estado juega un papel estelar en su sistema electoral. Quien gane Florida puede ganar la presidencia y controlar el Congreso. Por eso, demócratas y republicanos compiten por ser duros con La Habana. Los cubanoamericanos disfrutan de una posición política destacada en los Estados Unidos gracias al embargo. Muy difícil renunciar a él. Su lucha contra el régimen de La Habana los hace diferentes y más importantes que otros grupos de latinoamericanos, especialmente mexicanos y centroamericanos.

Desde 1992, hace treinta años, el gobierno cubano ha logrado que la Asamblea General de las Naciones Unidas apruebe anualmente, por abrumadora mayoría, una resolución en la que la ONU condena dicho embargo, y pide su levantamiento (en noviembre pasado se votó por 185 votos a favor, 2 en contra, Estados Unidos e Israel, y 2 abstenciones, Ucrania y Brasil). Con estas resoluciones Cuba obtiene un enorme apoyo internacional. Que bueno que México siempre ha votado a favor. Pero no se equivoquen, ninguna resolución de la ONU levantará un embargo que los cubanos en Florida, y subrepticiamente sus hermanos en La Habana, quieren continuar. Para ambos, es su principal fuente de legitimidad.

Hoy a algunos les sorprende que el presidente López Obrador honre al presidente Miguel Díaz Canel, por ser el heredero de una dictadura. Sin embargo, en el último siglo varios gobiernos del PRI también han condecorado a dictadores cubanos, entre ellos Fulgencio Batista, quien fue derrocado por Fidel Castro. El propio Fidel fue condecorado por Miguel De la Madrid en octubre de 1988, durante su visita de Estado a Cuba, meses después de un proceso electoral en el que la izquierda alegó fraude contra su candidato, Cuauhtémoc Cárdenas. Fidel asistió a la toma de posesión de Carlos Salinas, se mantuvo alejado de la izquierda mexicana y estableció una buena relación con el nuevo gobierno mexicano, del cual obtuvo créditos y financiamiento.

Los gobiernos del PRI en general mantuvieron una buena relación con el régimen cubano. López Mateos simpatizó con la revolución cubana hasta que Castro se declaró marxista y contribuyó a la crisis de los misiles de octubre de 1962. Las relaciones se enfriaron, pero México se negó a apoyar la exclusión de Cuba de la OEA y la ruptura de relaciones diplomáticas. Éramos la excepción en el continente. Cuba se convirtió en prueba de que México mantuvo una política exterior independiente. De hecho, era una relación de mutua conveniencia. Cuba nunca intentó «exportar» su revolución a nuestro país. Se estableció un modus vivendi que perduró hasta principios de este siglo, cuando nuestro país inició su transición hacia un régimen más democrático y se alejó del régimen cubano.

Hoy parece que López Obrador quiere volver a la época dorada de las relaciones que los gobiernos priístas mantuvieron con el régimen cubano. Bajo varios pretextos, como invitar a médicos cubanos, está transfiriendo importantes recursos a ese gobierno. Tal vez lo haga para «equilibrar» el acercamiento de su gobierno a Estados Unidos, o para satisfacer a un sector ideologizado de su movimiento. Pero demuestra que la defensa de los derechos humanos y la democracia, especialmente en nuestra región, es completamente descuidada. López Obrador no tiene reparos en asociarse con dictadores. Mala señal para nuestro proceso electoral de 2024.

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES PROFESOR DEL TECNOLÓGICO DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
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