Había algo en ella que lo intrigaba. Una fuerza. Una determinación.
–Bienvenida a tu casa, reina, ¿cómo te llamas?
–Miriam. Mi nombre es Miriam.
Jero García, “Cola de Lagarto” (Editorial Planeta)
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Le pregunto a Miriam Gutiérrez (40):
–¿Eres la Reina?
Y él me responde:
-Soy. El apodo es de Jero García.
(Jero García ha sido boxeador profesional y es entrenador de boxeadores y regenta un gimnasio en Madrid, La Escuela Boxeo, y ha sido Hermano mayor en televisión y escribe novelas contundentes, como cola de lagarto).
–…?
–Si me puso el apodo es por el respeto que me gané. Porque al principio luché por odio.
–¿Qué cambió en ti?
–Me volví más amigable, dejé de mirar a los hombres con odio. Porque mi mal humor era consecuencia del maltrato que había sufrido en casa. Y no me gustaba que los hombres se me acercaran.
–¿Y cómo logró Jero García ese cambio en usted?
–Con perseverancia. La transformación fue un día a la vez, convenciéndome de que mis compañeros de gimnasio querían lo mejor para mí y eran mis amigos.
Miriam Gutiérrez, en un ring del gimnasio La Escuela, a finales de octubre en Madrid
–¿Y cómo había sido eso?
–Sufrí violencia de género antes de tener mi primera hija, hace más de 19 años. Es una mala experiencia, la atraviesas y la superas.
Y hasta aquí.
Miriam Gutiérrez ya no hablará de la violencia de género que vivió hace unos años.
borrón y cuenta nueva, a otra cosa.
(Ya compartió su mala experiencia en el pasado; eso está en la hemeroteca).
(…)
Miriam Gutiérrez ha dejado recientemente el boxeo profesional, hace dos meses. En 2020 había sido campeona mundial de peso ligero. También ha sido campeona de Europa y de España. Ha ganado 16 de las 18 peleas profesionales en las que ha competido.
Cuando la llamo al móvil, a principios de octubre, está paseando por su Torrejón de Ardoz. Ella está dolorida. Ha sido operada de los rotadores y del hombro derecho, que estaban rotos.
A veces se interrumpe la conversación.
Oigo que alguien la intercepta en la calle.
Le preguntan cómo está.
(Miriam Gutiérrez es un personaje popular en su pueblo: fue jardinera y concejala de la Mujer y hoy es concejala de Turismo).
–Me he operado para vivir lo mejor posible lo que me queda –me dice cuando recupera el hilo.
“Mi marido practica jiu-jitsu brasileño y a veces, como yo, también llega a casa con la cara marcada”.
También me cuenta que ha esperado para retirarse ahora, en 2023, porque quería que su hija mayor, Zayra, la viera ganando en el ring. Zayra acaba de cumplir 18 años: antes, siendo menor de edad, no habría podido asistir a una velada.
–¿Tus hijos boxearán?
–No lo he pensado. Les digo que hagan lo que los haga felices. Zayra era deportista y practicaba ballet. Ahora se ha aficionado a los idiomas. Joaquín (11), mi hijo, quiere ser portero del Real Madrid. De momento es portero de fútbol sala en el Colegio Limones de Torrejón de Ardoz. Dice que logrará su objetivo. Le digo: ‘¡Adelante!’
–¿A esa edad ya estabas boxeando?
–Para entonces ya quería ser campeón del mundo. Ella era testaruda y si me proponía algo, yo planeaba lograrlo.
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–¿Y no tenías miedo de los golpes?
–Este deporte tiene estas consecuencias, conocemos sus reglas. Mi marido, Joaquín, es entrenador de fútbol pero también practica jiu-jitsu brasileño y a veces viene con la cara llena de cicatrices.
–¿Y de dónde surgió la pasión?
–Tenía catorce años y veía a los niños practicando el contacto total. Empecé a practicarlo y me convertí en campeón de Europa. Me rompí el abductor y, como no podía patear, me pasé al boxeo. Allí conocí a Jero.
En cola de lagartoJero García describe a su alumno:
«Era una niña joven, menuda, pero con unos brazos que indicaban que seguramente se dedicaba a mover peso (…) En cuestión de medio año ya estaba bailando entre las 16 cuerdas.»
–¿Te costó encontrar rivales femeninas?
–Hasta que pasé al panorama internacional fue difícil, sí. Pero espera un momento, déjame decirte algo más…
(La conversación telefónica se vuelve a interrumpir; alguien la ha interceptado en la calle, le vuelven a preguntar cómo está.)
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