Estos seis meses del mayor y más grave conflicto de la época, fueron construyendo un desconcierto en torno a las razones que llevaron a Vladimir Putin para invadir Ucrania.
El factor inicial de que era una reacción inevitable al acoso de la OTAN en las fronteras rusas, que de hecho ha existido desde el final del campo comunista, se disolvió gradualmente. En gran parte debido a las declaraciones y mensajes del autócrata del Kremlin que montó esta aventura militar dentro una restauración zarista, más allá de la Unión Soviética.
Así que nada de esta historia sería solo sobre Ucrania, sino sobre la constitución de ese país como un límite para el conjunto occidental. El reclamo de recuperar para Moscú un lugar dominante en la mesa de decisiones globales y la influencia en el antiguo patio trasero de la era soviética.
El pasado mes de junio, en la 25 edición del foro de San Petersburgo, considerado el Davos ruso, y en la celebración, esos mismos días, del aniversario del 350 nacimiento de Pedro I el Grande, Putin justificó el carácter imperial de la invasión de Ucrania.
Una muestra en kyiv, Ucrania. Foto EFE
zarismo
En esa conferencia, proclamó el funeral de Occidente, argumentando que sus líderes «viven en el pasado… en un mundo ilusorio» y se niegan a ver los cambios globales. Estos serían el surgimiento de Rusia y China en el establecimiento de las reglas planetarias.
Luego, en el aniversario del zar con el que más se identifica, Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I lanzó contra Suecia entre 1700 y 1721. Ese conflicto terminó con la derrota sueca que perdió la actual territorio de San Petersburgo y dio acceso a Rusia al Mar Báltico posicionándose como una potencia líder de la época.
Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I libró contra Suecia entre 1700 y 1721. Foto AP
El zar convirtió a su país en un imperio y se proclamó emperador de todas las rusias. Aferrado a ese recuerdo, Putin justificó la masacre en Ucrania señalando que “parece que también es nuestro destino devolver lo que es de Rusia y fortalecerla”.
Esta convicción de resucitar un pasado que abatió la historia explica en gran medida por qué no se midieron las consecuencias o se subestimó la reacción del otro lado, incluso de Ucrania. Después de seis meses, el balance muestra el fortalecimiento de la Alianza Atlántica a niveles inimaginables antes del conflicto y una recuperación, aunque sea parcial, del liderazgo mundial por parte de EE.UU.
Pero quizás lo más grave, aparte de las limitadas ganancias militares de Rusia sobre el terreno, es que Moscú sacrificó el poder coercitivo que le otorgaba la dependencia de Europa de sus fuentes de energía. Ese esquema se está disolviendo y, como el sueño imperial de Putin, tampoco se restaurará.
Estos seis meses del mayor y más grave conflicto de la época, fueron construyendo un desconcierto en torno a las razones que llevaron a Vladimir Putin para invadir Ucrania.
El factor inicial de que era una reacción inevitable al acoso de la OTAN en las fronteras rusas, que de hecho ha existido desde el final del campo comunista, se disolvió gradualmente. En gran parte debido a las declaraciones y mensajes del autócrata del Kremlin que montó esta aventura militar dentro una restauración zarista, más allá de la Unión Soviética.
Así que nada de esta historia sería solo sobre Ucrania, sino sobre la constitución de ese país como un límite para el conjunto occidental. El reclamo de recuperar para Moscú un lugar dominante en la mesa de decisiones globales y la influencia en el antiguo patio trasero de la era soviética.
El pasado mes de junio, en la 25 edición del foro de San Petersburgo, considerado el Davos ruso, y en la celebración, esos mismos días, del aniversario del 350 nacimiento de Pedro I el Grande, Putin justificó el carácter imperial de la invasión de Ucrania.
Una muestra en kyiv, Ucrania. Foto EFE
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En esa conferencia, proclamó el funeral de Occidente, argumentando que sus líderes «viven en el pasado… en un mundo ilusorio» y se niegan a ver los cambios globales. Estos serían el surgimiento de Rusia y China en el establecimiento de las reglas planetarias.
Luego, en el aniversario del zar con el que más se identifica, Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I lanzó contra Suecia entre 1700 y 1721. Ese conflicto terminó con la derrota sueca que perdió la actual territorio de San Petersburgo y dio acceso a Rusia al Mar Báltico posicionándose como una potencia líder de la época.
Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I libró contra Suecia entre 1700 y 1721. Foto AP
El zar convirtió a su país en un imperio y se proclamó emperador de todas las rusias. Aferrado a ese recuerdo, Putin justificó la masacre en Ucrania señalando que “parece que también es nuestro destino devolver lo que es de Rusia y fortalecerla”.
Esta convicción de resucitar un pasado que abatió la historia explica en gran medida por qué no se midieron las consecuencias o se subestimó la reacción del otro lado, incluso de Ucrania. Después de seis meses, el balance muestra el fortalecimiento de la Alianza Atlántica a niveles inimaginables antes del conflicto y una recuperación, aunque sea parcial, del liderazgo mundial por parte de EE.UU.
Pero quizás lo más grave, aparte de las limitadas ganancias militares de Rusia sobre el terreno, es que Moscú sacrificó el poder coercitivo que le otorgaba la dependencia de Europa de sus fuentes de energía. Ese esquema se está disolviendo y, como el sueño imperial de Putin, tampoco se restaurará.
Estos seis meses del mayor y más grave conflicto de la época, fueron construyendo un desconcierto en torno a las razones que llevaron a Vladimir Putin para invadir Ucrania.
El factor inicial de que era una reacción inevitable al acoso de la OTAN en las fronteras rusas, que de hecho ha existido desde el final del campo comunista, se disolvió gradualmente. En gran parte debido a las declaraciones y mensajes del autócrata del Kremlin que montó esta aventura militar dentro una restauración zarista, más allá de la Unión Soviética.
Así que nada de esta historia sería solo sobre Ucrania, sino sobre la constitución de ese país como un límite para el conjunto occidental. El reclamo de recuperar para Moscú un lugar dominante en la mesa de decisiones globales y la influencia en el antiguo patio trasero de la era soviética.
El pasado mes de junio, en la 25 edición del foro de San Petersburgo, considerado el Davos ruso, y en la celebración, esos mismos días, del aniversario del 350 nacimiento de Pedro I el Grande, Putin justificó el carácter imperial de la invasión de Ucrania.
Una muestra en kyiv, Ucrania. Foto EFE
zarismo
En esa conferencia, proclamó el funeral de Occidente, argumentando que sus líderes «viven en el pasado… en un mundo ilusorio» y se niegan a ver los cambios globales. Estos serían el surgimiento de Rusia y China en el establecimiento de las reglas planetarias.
Luego, en el aniversario del zar con el que más se identifica, Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I lanzó contra Suecia entre 1700 y 1721. Ese conflicto terminó con la derrota sueca que perdió la actual territorio de San Petersburgo y dio acceso a Rusia al Mar Báltico posicionándose como una potencia líder de la época.
Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I libró contra Suecia entre 1700 y 1721. Foto AP
El zar convirtió a su país en un imperio y se proclamó emperador de todas las rusias. Aferrado a ese recuerdo, Putin justificó la masacre en Ucrania señalando que “parece que también es nuestro destino devolver lo que es de Rusia y fortalecerla”.
Esta convicción de resucitar un pasado que abatió la historia explica en gran medida por qué no se midieron las consecuencias o se subestimó la reacción del otro lado, incluso de Ucrania. Después de seis meses, el balance muestra el fortalecimiento de la Alianza Atlántica a niveles inimaginables antes del conflicto y una recuperación, aunque sea parcial, del liderazgo mundial por parte de EE.UU.
Pero quizás lo más grave, aparte de las limitadas ganancias militares de Rusia sobre el terreno, es que Moscú sacrificó el poder coercitivo que le otorgaba la dependencia de Europa de sus fuentes de energía. Ese esquema se está disolviendo y, como el sueño imperial de Putin, tampoco se restaurará.
Estos seis meses del mayor y más grave conflicto de la época, fueron construyendo un desconcierto en torno a las razones que llevaron a Vladimir Putin para invadir Ucrania.
El factor inicial de que era una reacción inevitable al acoso de la OTAN en las fronteras rusas, que de hecho ha existido desde el final del campo comunista, se disolvió gradualmente. En gran parte debido a las declaraciones y mensajes del autócrata del Kremlin que montó esta aventura militar dentro una restauración zarista, más allá de la Unión Soviética.
Así que nada de esta historia sería solo sobre Ucrania, sino sobre la constitución de ese país como un límite para el conjunto occidental. El reclamo de recuperar para Moscú un lugar dominante en la mesa de decisiones globales y la influencia en el antiguo patio trasero de la era soviética.
El pasado mes de junio, en la 25 edición del foro de San Petersburgo, considerado el Davos ruso, y en la celebración, esos mismos días, del aniversario del 350 nacimiento de Pedro I el Grande, Putin justificó el carácter imperial de la invasión de Ucrania.
Una muestra en kyiv, Ucrania. Foto EFE
zarismo
En esa conferencia, proclamó el funeral de Occidente, argumentando que sus líderes «viven en el pasado… en un mundo ilusorio» y se niegan a ver los cambios globales. Estos serían el surgimiento de Rusia y China en el establecimiento de las reglas planetarias.
Luego, en el aniversario del zar con el que más se identifica, Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I lanzó contra Suecia entre 1700 y 1721. Ese conflicto terminó con la derrota sueca que perdió la actual territorio de San Petersburgo y dio acceso a Rusia al Mar Báltico posicionándose como una potencia líder de la época.
Putin comparó la guerra actual con la de poco más de dos décadas que Pedro I libró contra Suecia entre 1700 y 1721. Foto AP
El zar convirtió a su país en un imperio y se proclamó emperador de todas las rusias. Aferrado a ese recuerdo, Putin justificó la masacre en Ucrania señalando que “parece que también es nuestro destino devolver lo que es de Rusia y fortalecerla”.
Esta convicción de resucitar un pasado que abatió la historia explica en gran medida por qué no se midieron las consecuencias o se subestimó la reacción del otro lado, incluso de Ucrania. Después de seis meses, el balance muestra el fortalecimiento de la Alianza Atlántica a niveles inimaginables antes del conflicto y una recuperación, aunque sea parcial, del liderazgo mundial por parte de EE.UU.
Pero quizás lo más grave, aparte de las limitadas ganancias militares de Rusia sobre el terreno, es que Moscú sacrificó el poder coercitivo que le otorgaba la dependencia de Europa de sus fuentes de energía. Ese esquema se está disolviendo y, como el sueño imperial de Putin, tampoco se restaurará.