No se trata de hacer futurismo, pero es domingo y sabrán disculparme por la debilidad de una profecía: la política cultural del sexenio pasará a la posteridad por su grandilocuencia. Hay dos ejemplos.
El primero es el puente peatonal recientemente inaugurado, el de Chapul, que conecta el primer tramo con el segundo, con un camino que lo lleva bajoel segundo piso del Periférico. No entremos en discusiones sobre si el puente era necesario o no. La cuestión es: es un puente, con sus columnatas de acero para amarrarlo, sus maceteros y un giro en la cintura para no cortar un árbol. Ahora bien, ¿cómo llama el oficialismo a ese puente? Calzada flotante. guau.
El segundo ejemplo es el de la llamada Complejo Cultural Los Pinos, es decir, el centro cultural que se instaló en la antigua residencia de los presidentes. ¿Han ido a ver su cartelera? En sus mejores momentos cuenta con exposiciones como la de las fotos de Lourdes Grobet sobre el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. Todo bien: un fotógrafo de peso y el testimonio de un experimento artístico igualmente importante.
Es decir, hasta ese momento, el Complejo hace básicamente lo mismo que han hecho los centros culturales y museos de México desde que tenemos memoria. Pero los mejores momentos son pocos. Los Pinos es en realidad un monumento a obsesiones sexenales, que van desde el homenaje a los propagandistas del régimen, en el caso de aquella exhibición de antonio helguerael monero, a un indigenismo -voy a usar una calumnia- francamente hortera.
Ya hablamos aquí de la pasarela textil artesanal, pero por favor, vayan a ver imágenes del Museo del Maíz. Esas fotos un nivel por debajo de las exposiciones de la Pasaje Zócalo Pino Suárez, por decir. Madre. Lo que se aplica aquí es un mexicanismo a la antigua: el rascuache. No importa. Porque el Complejo se anuncia, un momento, como «la Residencia Oficial del Pueblo de México». Grandilocuencia, te digo.
Lo que pasa con Los Pinos, claro, es que la grandilocuencia esconde un chiste muy conocido. Los propagandistas promocionan el centro cultural con tipo kitsch “esta casa que fue la del privilegio y hoy es la de todos”. Bueno, Los Pinos era la casa del presidente, porque los presidentes necesitan una casa y la casa debe ser, sí, apropiadamente lujosa y lo suficientemente apartada para que tanto el presidente como los ciudadanos estén cómodos.
Hoy, lo que es más que apropiadamente lujoso y aislado con cierres de caminos y cercas en el Zócalo es Palacio Nacionalcuyos tesoros, en esencia, sólo pueden verse cuando Epigmenio va a hacer un video del Tlatoani.
Así que la política cultural del sexenio también será recordada por la forma en que canalizó los recursos, muchos de ellos, para vernos la cara. De la elotiza, y vuelvo a ser profético, nadie se acordará.
Julio Patan
Colaborador
@juliopatan09
MAÍZ
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