Hoy ya con el final de la copa del mundo definida, observamos la avenida bonaerense, 9 de julio con su emblemático obelisco, llena de argentinos exultantes por este nuevo pase a la final del campeonato; de la misma manera la hermosos Campos Elíseos con miles de franceses coreando la canción de la selección francesa. En ambas latitudes los cantos y festejos no cesan y no cesarán hasta que el domingo termine esta celebración por uno de los dos bandos. Por tanto, decir que “el fútbol es mucho más que fútbol” podría caber sin caer en un dicho común entre los aficionados a este deporte. Aunque en realidad sí contiene algo de razón en ambas dimensiones, micro y macro.
Podemos observar videos de hinchas que celebran un gol o una victoria de su equipo favorito como si fuera lo más grande de este mundo, algunos otros se dan un puñetazo cuando enfrentan a su acérrimo rival e incluso hay videos de gente llorando cuando anotar su «superhéroe» en pantalones cortos. En un campeonato Copa Mundial esto se acentúa al punto de decir que once personas cargan con el orgullo (o la desesperación, según sea el caso) de todo un país. Aunque es una satisfacción difícilmente comparable representar a tu nación por todo el mundo en cualquier ámbito, los triunfos o derrotas de una selección no resuelven ni empeoran la situación de las respectivas sociedades… ¿o sí?
La relación entre deporte y política es mucho más compleja que un simple grito de gol. El geopolítico estadounidense Joseph Nye define el poder como la capacidad de influir en el comportamiento de otros para lograr los objetivos deseados, para ello identifica dos formas de hacerlo: la coerción a través de la fuerza, la inducción a través de pagos; o atracción-cooptación, es decir, poder duro y poder blando, respectivamente (luego acuñó la definición de poder inteligente, que es una mezcla de estos dos). El poder duro se refiere a la esfera militar y/o económica, mientras que el poder blando se refiere a cuestiones relacionadas con la legitimidad, como la cultura, la ideología o las buenas prácticas. Aquí es donde entra el fútbol.
En este sentido, albergar una competición internacional de la envergadura de un Mundial va más allá de los beneficios económicos, ya que permite a dicha nación mostrar «lo bien» que está su sociedad, sus políticas medioambientales o el ejercicio de los derechos de su población y así generar una una mejor y mayor aceptación internacional. Sin embargo, los países que albergan un Copa Mundial de Fútbol, Rusia y QatarHan dejado en claro que su uso del poder blando ha sido peor que mantenerse alejados del escrutinio de millones de ojos en su territorio.
Gracias a este mal manejo de esta estrategia geopolítica, han dejado al descubierto su falta de tolerancia hacia los miembros de la Comunidad LGBTTTI+, su gran misoginia, xenofobia rampante, así como su total falta de respeto a los derechos humanos. Qatar, al igual que Rusia cuatro años antes o Argentina en 1978, son otro ejemplo de que “el fútbol no es solo fútbol”, es una máquina de explotación laboral, un velo que impide ver la realidad y una forma de pasar del poder blando al duro, en sólo 90 minutos. Hay que volver a lo lúdico, para que el fútbol sea “cosa de niños” y no como palanca de poder o desigualdad.
POR ADRIANA SARUR
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MAÍZ
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