La crisis que acaba de estallar en Ecuador no es extrapolable, pero con sus características nacionales se suma a una mapa de inestabilidad regional Parece destinado a empeorar.
Estas calamidades que van de frontera en frontera son hijas de la política, pero fundamentalmente de la impotencia de la política para hacer posible lo necesario, que es al fin y al cabo de lo que se trata esta ciencia social, como remarcó hace años un recordado presidente francés.
El Gobierno del centroderecha Guillermo Lasso acaba de poner ejemplo de estos defectos al utilizar la opción nuclear de la llamada «muerte cruzada» y ordenar el cierre del legislativo pero también de su propio Ejecutivo. El lo hizo acorralado por una crisis devastadora y para bloquear un juicio vidrioso contra él que estaba destinado a derribarlo bajo cualquier pretexto.
Con este paso, que es legal porque la Constitución lo permite, sentenció su suicidio político. No tiene ninguna posibilidad de recuperar su liderazgo en las elecciones que debe convocar en breve, posiblemente el 20 de agosto como especula la autoridad electoral ecuatoriana, aunque el plazo total es de seis meses, tiempo que de extenderse promete ser trepidante. Se verá si Lasso tenía alternativas.
Mientras tanto, con esta decisión sin precedentes, allanó el camino para la consolidar la oposición encabezada por el populista Rafael Correa, aliado del chavismo y del autócrata ruso Vladimir Putin, se autoexilió en Bélgica para escapar de una condena de ocho años por corrupción.
Crimen y pena desconocidos abrazados por la coartada de la guerra de leyesel emblema de permiso-para-todo que sus aliados de la populismo regional nacional: Nicaragua, Venezuela, Cuba, Argentina o Bolivia, entre otros.
Una dura derrota previa
Un hecho ineludible en el análisis es que Lasso proviene de una derrota masiva el pasado mes de febrero, en el que un referéndum que pretendía buscar una serie de cambios estructurales fue fuertemente rechazado por la población. En esos mismos días, el correísmo ganó las alcaldías de Quito y Guayaquil, las dos ciudades más grandes del país entre otros cinco importantes distritos nacionales.
El presidente es un exbanquero que sorprendió en abril de 2021 al conseguir el pase a segunda vuelta con la mínima y vencer por cinco puntos al candidato de Correa, el economista Andrés Arauz. Los argentinos lo recordarán porque en plena campaña ecuatoriana fue recibido con alegría en la Casa Rosada y en el instituto que dirige el vicepresidente de nuestro país.
Esa victoria se logró con votos prestados de adversarios del correísmo, fidelidades que fueron efímeras. Sobre todo porque Lasso no pudo cumplir sus promesas de reducir impuestos y atraer inversiones extranjeras ni transmitir una estrategia exitosa para detener la violencia que azota al país.
El centro derecha suele ser también demagógico o, si lo prefiere, coloca la varilla a alturas inalcanzables por presunción de dudosa eficacia.
Salvo un breve momento de fuerza por su exitosa campaña contra la covid, el presidente ecuatoriano ha vivido una picado vertical de su popularidad lastrada por la crisis económica y social que desencadenó la epidemia y que vive todo el sur global.
También vive con el peso de una deuda de 8.200 millones de dólares, cifra grave para el tamaño del país, contratada con el FMI que impone ajustes inevitables.
El panorama suma otros abismos. Desde el inicio de su mandato, Lasso ha sufrido un ascenso incesante de la delincuencia urbana, combinado con sangrientos motines carcelarios, pero sobre todo el impetuoso avance del narcotráfico. Ecuador tiene actualmente las tasas de homicidio más altas de la región según las ONG de Derechos Humanos.
En un esfuerzo por contener este desastre, el jefe de Estado calificó a las mafias de terroristas y ordenó el estado de emergencia en varias provincias para «restaurar el orden público» lo que se leyó como una maniobra para contener a sus rivales internos.
El poderoso movimiento indígena, que indirectamente había ayudado a la victoria de Lasso por su desprecio al correísmo, que perseguía y reprimía con furia a esos pueblos, comenzó a exigir la renuncia del presidente y en febrero pasado, justo después de la derrota electoral del gobierno, se declaró en permanente movilización.
Lo cierto es que Ecuador, mucho antes de que Lasso asumiera, se convirtió en un centro de tránsito de cocaína debido a su ubicación clave entre Perú y Colombia. El país también facilita el lavado de dinero debido a su economía dolarizada. Entre muchos de los errores cometidos por Lasso para enfrentar este escenario, liberó el uso de las armas, lo que facilitó que los delincuentes tuvieran una fuerza de combate superior a la policía o el ejército.
Además, no resolvió la incapacidad burocrática de las instituciones del Estado, permeado por las mafias y sin instrumentos para perseguir el delito. “El sistema judicial, la institución que supervisa las transferencias bancarias, ni siquiera tiene dinero para hacer fotocopias, y mucho menos rastrear transacciones que podrían estar potencialmente vinculadas con el crimen organizado”. le dice a CNN el analista especializado Luis Ortiz.
Lasso fue uno de los líderes regionales designados por la Casa Blanca entre sus aliados relevantes en la región, pero ese vínculo no se está colapsando por casualidad debido a la lamentable mezcla de narcotráfico, violencia y corrupción. La crisis política tiene todas estas aristas. Por eso los cargos contra el presidente valen como detalle colateral.
una acusación cínica
Lo acusan de firmar un contrato entre la Flota Petrolera Ecuatoriana (Flopec) y Amazonas Tanker Pool, empresa que brinda servicios de transporte de crudo a pesar de que previo al trámite legislativo se verificó que dicho acuerdo fue realizado antes de su presidencia. Desde el correísmo sostienen que el presidente añadió un addendum que es punible. Un golpe cínico.
Si el presidente fuera un aliado de Correa, seguramente lo serían gritando como un golpista esta maniobra. Pero son los movimientos indígenas los que califican la medida adoptada por Lasso como un autogolpe. Los mismos que defendieron al golpista peruano Pedro Castillo quien también se lanzó contra el corrupto Parlamento de su país para frenar la ofensiva encaminada a derrocarlo. Pero lo hizo vestido de dictador, sin tener la herramienta constitucional para hacerlo.
Esos países en realidad se parecen entre sí en otra dimensión. Son eslabones de una cadena institucional cada vez más frágil en la región. Cerca de Bolivia, el gobierno de Luis Arce se retuerce con una economía devastada, el Banco Central vaciado de reservas y la población presionando a las casas de cambio para obtener dólares o cualquier moneda, atenta al abismo que se avecina.
Este desastre se debe a la caída del precio de los commodities energéticos, la pérdida de inversión y una política de subsidios del gobierno que dejó al país sin recursos. La crisis también es alimentada por la toda la batalla que el expresidente Evo Morales libra con el presidente de su propio partido en una bicefalia que bloquea cualquier alternativa parlamentaria para construir una salida.
El cuadro de pesadillas de la zona se puede completar sin duda con el decadencia argentina o, en otra medida más benévola, Chile que desde la aplastante derrota del oficialismo contra la ultraderecha en las elecciones constituyentes se ha convertido en un virtual «incapacitado» Presidente Gabriel Boric.
Las naciones vecinas que escapan de este fastidio no lo hacen tensiones políticas. En el exitoso Uruguay, aunque todavía bajo en promedio, la tasa de homicidios por delincuencia callejera se duplicó y los casos de corrupción que involucraron al menos a tres altos funcionarios se multiplicaron.
En Brasil, por su parte, el pragmático y reciente gobierno de Lula da Silva está siendo asediado por la izquierda de su partido que repudia los ajustes previstos por el Ministerio de Hacienda Fernando Haddad para hacer posible lo necesario, calificado como un «pacto del diablo» por diputados del PT.
Esos críticos se unen al Movimiento Sin Tierra, un complejo aliado del gobierno, que anunció un plan de lucha defender las tomas y la reforma agraria en abierto desafío al ministro del campo elegido por Lula, vinculado a los grandes productores agrícolas.
Todo se vuelve difícil. son ejemplos de un región sin pacienciaen guerra consigo mismo y contra toda esperanza de consenso.
© Copyright Clarín 2023