Nadie vigila al Ejército | El Heraldo de México

Las fugas de guacamayos confirmar, sin lugar a dudas, que nadie mira el Ejército Nacional. Esta falta de vigilancia o control representa una grave amenaza a la existencia del Estado democrático en México. En las sociedades democráticas, los órganos de seguridad e inteligencia están sujetos al escrutinio de los ciudadanos designados o de los legisladores o de ambos mecanismos a la vez. Este escrutinio ofrece la posibilidad de que la sociedad cuente con instrumentos validados para asegurar el correcto funcionamiento y uso de la inteligencia para los fines del Estado en cuestión.

En México, la Ley de Seguridad Nacional, aprobada en 2005 durante el gobierno del Presidente Vicente Fox, estableció un mecanismo de seguimiento del órgano de inteligencia oficial del Estado, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), por una comisión legislativa creada específicamente para tal fin. Integrada por tres miembros del Senado y tres de la Cámara de Diputados, esta comisión especial está legalmente obligada a guardar secreto en sus deliberaciones, informes y acceso a documentos sensibles. Asimismo, se supone que recibe regularmente informes confidenciales de la agencia de inteligencia para monitorear y asegurar que sus prácticas y conductas se realicen dentro del marco de la ley. El propósito de esta vigilancia es obviamente asegurar que sus prácticas sean legales, dado que el antecesor del CNI, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), fue una policía política y fue utilizado como instrumento de represión política contra los opositores a la actual gobierno.

Sin duda, la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, y sus posteriores modificaciones, han servido para que la sociedad se sienta acompañada por un servicio de inteligencia profesional. Pero el gigantesco agujero negro que tiene esta ley no puede ocultarse más. Lo que se ha expuesto, y lo que ningún funcionario público confirmó, es que el Ejército Mexicano no tiene quien lo supervise y evalúe lo que hace con la inteligencia que recopila. Por tanto, el Ejército actúa con total impunidad, tanto en sus actividades constitucionales y marciales como en sus tareas de inteligencia y espionaje. Esto es lo que revelan las Guacamaya Leaks.

Si bien la agencia de inteligencia «oficial» del Estado nacional existe desde hace no más de 25 años, el Ejército Mexicano cuenta con una red de espionaje en el país desde por lo menos el sexenio de Lázaro Cárdenas, como institución capacitada para recopilar datos confidenciales. información para el acto del Ejército con o sin consentimiento del Ejecutivo federal. Cárdenas creó un departamento denominado Oficina de Información Política, dependiente del Ministerio del Interior. El primer presidente civil, Miguel Alemán, tuvo que recibir informes diarios del Ejército sin poder cotejar esos datos con algunos suyos de fuente fidedigna.

Miguel Alemán decidió crear la Dirección Federal de Seguridad como instrumento de lucha anticomunista en la Guerra Fría y, al mismo tiempo, como autodefensa frente a los opositores internos del partido oficial y algunos externos, agitadores y provocadores. Así resolvió su dependencia crónica de los informes del Ejército. La DFS desapareció en 1985 tras la debacle del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena.

En 1989 se crea el CISEN en sustitución de la DFS y en 2018 se convierte en el CNI. Y en todo este tiempo, con los vaivenes políticos de la sociedad, lo que se mantuvo estable fue la recopilación de inteligencia y el espionaje sistemático ilegal del Ejército sobre personas y organizaciones que considera peligrosas.

¿Con qué criterio y bajo qué parámetros legales considera el Ejército Mexicano que debe vigilar, seguir o intervenir en las comunicaciones de determinados ciudadanos y/u organizaciones?

The Guacamaya Leaks reveló que el Ejército espió, a través del sistema Pegasus, al defensor de derechos humanos Raymundo Ramos y a otro periodista. El Ejército Nacional no tiene facultades legales para vigilar a los ciudadanos.

El Ejército tiene la capacidad de espiar, tomar decisiones sobre actividades que considera sospechosas y luego actuar contra actores indeseables, sin consultar a las autoridades civiles y mucho menos dar cuenta pública de sus acciones. La jurisdicción militar sirve para evitar la mirada civil sobre sus quehaceres. El círculo legal completo que protege al Ejército de cualquier escrutinio externo. Y ese manto de secreto legal abre el mayor agujero de impunidad que existe en el arreglo institucional del Estado mexicano.

No hay un parámetro de vigilancia sobre el Ejército. Esta carencia o deficiencia, como se quiera ver, tiene consecuencias muy graves. Ninguna agencia, agencia u organismo oficial monitorea lo que hace el Ejército. Los Guacamaya Leaks son lo más cerca que hemos llegado de conocer esta tontería. Es una falla muy grave de nuestra democracia que se permita al Ejército espiar a la sociedad con sistemas como el Pegaso que López Obrador ha jurado que ya no existe en México. Una de dos cosas: o el Presidente ignora lo que hace el Ejército bajo su mando, o miente para usar al Ejército y permitir que haga sus fechorías sin la debida vigilancia de la sociedad.

El caso descrito por Guacamaya Leaks no habla de ladrones de huachicol, ni de narcotraficantes, ni de traficantes de personas. No. Habla de espiar a los garantes de los derechos humanos. Es decir, el Ejército realiza espionaje político contra opositores potenciales o reales de la 4T, además de su espionaje sobre la criminalidad. De hecho, en 2022 hubo más de mil denuncias contra las Fuerzas Armadas por asesinato, secuestro, detención arbitraria, tortura, trato degradante y violación sexual. Como ejemplo está el caso de cinco asesinatos en Tamaulipas recientemente, registrados por ciudadanos de esa entidad.

Mientras una comisión bicameral revisa y supuestamente ejerce facultades de escrutinio y control sobre las actividades del CNI, el Ejército espía al margen de la ley e incluso contra ella. En este contexto, el Ejército promueve la destrucción de los valores de una sociedad democrática, por su rol potencialmente represivo, aplicando criterios sin acreditación ni supervisión pública y legal.

Es necesario que la Ley de Seguridad Nacional incluya un reglamento que defina el alcance del Ejército en las actividades de seguridad pública y su labor en el campo de la recopilación de inteligencia, especialmente por el uso reiterado de instrumentos ilegales como el Pegasus. Si no lo hace, México estará aún más cerca de convertirse en un estado militarizado.

Ricardo Pascoe Pierce

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@rpascoep

MAÍZ

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