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Argentina estuvo representada por la embajadora ante la Santa Sede, María Fernanda Silva. Un vínculo estrecho.
El Gobierno de Argentina, décimo país en número de católicos en el mundo y de donde proviene el actual Papa Francisco, decidió no enviar desde Buenos Aires a ningún representante en funeral del Papa Emérito Benedicto XVI, como pudo haber sido el Canciller Santiago Cafiero.
En la Casa Rosada explican que por tratarse de un pontífice emérito no se trata de un funeral de Estado, sino solemne, y que por deseo Benedicto XVI apenas fue invitado por los presidentes de su patria, Alemania, Frank Walter Steinmeier, y de Italia. , Sergio Mattarella.
En todo caso, la reina emérita de España, Sofía, confirmó su asistencia a la ceremonia; el Rey Felipe y la Reina Margarita de Bélgica y los Presidentes de Polonia Andrzej Duda; de Hungría, Katalin Novak (el primer ministro Viktor Orban estuvo el martes en la capilla fúnebre), y de Portugal, Marcelo Nuno Duarte Rebelo de Sousa.
Argentina estuvo representada por el embajador ante la Santa Sede, María Fernanda Silva, diplomática de carrera con una excelente relación con el Papa Francisco desde que era Arzobispo de Buenos Aires. Además, para la Iglesia fue el Secretario General del Episcopado, Monseñor Alberto Bochatey.
Relación tensa
La relación entre el gobierno argentino y Benedicto XVI -primero durante la presidencia de Néstor Kirchner y luego de Cristina Fernández- estuvo marcada por una serie de fricción tras el buen vínculo que siempre hubo con su antecesor Juan Pablo II durante las distintas administraciones posteriores al retorno del país a la democracia.
El primer desencuentro con el pontificado de Joseph Ratzinger fue cuando Néstor Kirchner destituyó al obispo militar Antonio Baseotto por haber hecho una analogía con los vuelos de la muerte ocurrió durante la dictadura para criticar la decisión del entonces Ministro de Salud, Ginés González García, de repartir condones entre adolescentes.
El Vaticano ignoró la decisión presidencial y mantuvo a Baseotto en el cargo durante dos años, hasta que cumplió 75 años, la edad de jubilación, y, en represalia, la Casa Rosada retrasó la aceptación de su sucesor y hasta Amenazó con disolver el obispado militar.
Cuando el vínculo parecía restablecido con la asunción de Cristina Fernández, la negativa del Vaticano a conceder el placet como embajador de Alberto Iribarne, por su condición de católicos separados en nueva uniónprovocó la airada reacción de Buenos Aires.
Era inútil que Roma aclarara que era un requisito para todos los países que ha estado en vigor durante siglos que el embajador propuesto, si es católico, ddebe estar casado religiosamente para todos los países: el gobierno dejó la embajada en manos del encargado de negocios.
Otro roce fue el hecho de que el Vaticano, al crear la diócesis de Tierra del Fuego, no incluirá las Islas Malvinaslo que provocó una protesta de la Casa Rosada.
Por cierto, no reconoció la creación de otra de menor jerarquía creada en ese momento: la prelatura de Esquel.
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