El pensamiento colonial persistente en la sociedad mexicana y, en particular, en la sociedad yucateca, concibe que la infraestructura para las artes es exclusiva y un privilegio de los artistas que se dedican a la creación de discursos de dudosa calidad, pero que se legitiman por representar el triunfo de la civilización occidental.
Recientemente visitamos la península maya para presenciar el XV Festival de Danza Llanera, que realizó Umbral Danza Contemporánea, dirigida por el maestro Cristóbal Ocaña, del 27 al 30 de octubre en Valladolid, Yucatán.
Un encuentro en el que se dieron cita alrededor de 200 bailarines de bailes tradicionales provenientes de estados como Baja California, Guanajuato, Chiapas, entre otros, que nada tienen que ver con la parafernalia del folklore sino con la auténtica manifestación de esos bailes como elemento de cultura. identidad.
En los 15 años que hemos sido testigos de la celebración del encuentro de danza, hemos tomado conciencia de los obstáculos que enfrenta. Desde los profesionales de la danza local, cuyas puestas solo ven sus amigos y familiares, hasta las autoridades culturales que ven en la tradición de las agrupaciones originales solo un espectáculo para turistas, un negocio sin alma ni esencia.
Cristóbal Ocaña ha sufrido maltrato por dedicar su obra a la reivindicación de grupos vulnerables, incluidos los indígenas y sus culturas.
Hay que decir que quienes participan en el Festival de Danza Llanera pagan su viaje a Yucatán, visten vestuario y costosa producción, y salen al escenario con la remuneración de la satisfacción que les permite mostrar aquellas danzas que los representan y de las que provienen. se sienten orgullosos. Aceptan las condiciones que ofrece el pueblo, en ocasiones la comida la hacen las mujeres del municipio donde se realiza el festival, los vecinos ofrecen hospedaje en sus casas, y este año durmieron en el nuevo Teatro Valladolid y en algunas residencias universitarias. habitaciones privadas con colchones, pero sin duchas para refrescarse después de un día de trabajo en la calurosa ciudad.
El Grupo Chicomoztoc de Guanajuato realizó una instalación contemporánea y tradicional. Una oferta monumental de alto nivel artístico con el valor implícito de la tradición. Trajeron materiales carísimos de su estado, para montar ese altar de una estética que derriba el racismo y el clasismo con que las autoridades y las élites artísticas miran las manifestaciones provenientes de los usos y costumbres de las culturas originarias. No lo dicen, porque es políticamente incorrecto, pero el desdén y las trabas para que se realice el festival lo dicen todo. Las autoridades vallisoletanas no permitieron repartir volantes ni colocar carteles de promoción de estas agrupaciones que, además de sus bailes, cocinaban en el teatro sus platos tradicionales para alimentar al público. De nuevo, todo pagado por ellos mismos.
El territorio libre era exclusivamente el teatro, al que llegaba el público a pesar de la actitud discriminatoria de las autoridades municipales de Valladolid.
El pensamiento colonial mantiene la idea de que la estética de las obras de los grupos originales es «artesanía». El arte para las élites es aquel que reivindica el triunfo de la cultura occidental en América.
Uno pensaría que son temas obsoletos, del pasado, pero en esta tierra, donde los mayas existen y sobreviven, invisibilizados y explotados, la situación del colonialismo es evidente.
Esas «artesanías» no sólo tienen una poderosa fuerza creativa, sino que ofrecen un mundo simbólico, requieren una técnica depurada y precisa y, además, representan la forma de ver el mundo. Decir qué es arte y qué no es prerrogativa de especialistas formados en la más pura educación occidental. En el ensayo “Coatlicue: estética del arte indígena antiguo”, el historiador Justino Fernández reflexiona sobre la incapacidad de occidente para entender la escultura azteca, y que para los mexicanos era mucho más asequible entender el arte clásico que el misterio que resguarda lo antiguo prehispánico. diosa de piedra
Estar en Yucatán, escuchar el maya como lengua de uso cotidiano, ser testigo del desprecio por las artes originarias y sus representantes, no deja dudas de que estamos lejos de evolucionar en la erradicación del pensamiento colonial, base del profundo racismo y clasismo en la sociedad mexicana. .
El XV Festival de Danza Llanera es un bastión de resistencia para los sobrevivientes de aquellas culturas que hoy continúan siendo asoladas por la cultura dominante.
Este festival se hace con el esfuerzo de la sociedad civil. Un encuentro de danza que costaría cientos de miles de pesos, se realiza con autosubsidio, porque para estos artistas la danza tiene un sentido estético y, sobre todo, de resistencia cultural.
POR JUAN HERNÁNDEZ
IG:@JUANHERNANDEZ4248
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CAMARADA
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