Son ciegos y son fotógrafos, para hacer una fotografía no necesitan ver pero sí observar, porque para ver basta un par de ojos y observar el corazón es fundamental. Estos son los alumnos de la primera generación del taller básico de fotografía para ciegos y deficientes visuales impartido por la fotoperiodista Jesús Villaseca en Pohualizcalli. Escuela de Cine y Fotografía Comunitaria.
El redescubrimiento de los sentidos es fundamental para desarrollar en este taller, porque cuando vemos con los ojos dejamos de prestar atención a nuestros otros sentidos; no sabemos cuántos pasos se necesitan para llegar a la parada del transporte público, qué textura tiene la mesa sobre la que trabajamos, la diferencia entre el sonido que provoca el pasar las páginas de un libro al de un periódico, el olor del puesto de comida que hay en el rincón de nuestro trabajo e incluso en qué parte de nuestro cuerpo sentimos más el calor del sol cuando es mediodía.
“Para que una persona con visión normal aprenda a observar, necesita detenerse y contemplar. ¿Cómo podrían mis alumnos observar si no ven? A través de los sentidos. Las puntas de tus dedos, tus oídos, el olfato, el gusto son parte de tus ojos. Una persona con visión normal utiliza la vista en un porcentaje mínimo, solo para hacer su vida cotidiana”, comenta en una entrevista la maestra, quien también es directora de la escuela.
La idea del taller surgió a raíz de una serie de preguntas que se hacía Villaseca hace más de treinta años: ¿qué pasaría si me quedara ciego? ¿A qué podría dedicarme? ¿Cómo podría seguir haciendo lo que más me apasiona? ¿Cómo tomarías una foto? Además, surgió la necesidad de visibilizar los problemas que enfrentan las personas ciegas y deficientes visuales en una sociedad que no los contempla. Asimismo, considera importante hablar de lo que lleva a los mexicanos a perder la vista. La ceguera de la mayoría de los alumnos que asisten a este taller es consecuencia de enfermedades como la diabetes, razón por la cual más de la mitad del grupo tuvo que desertar durante la pandemia.
PINHOLE Y COMPOSICIÓN PARA EMPEZAR.
“Hay dos toboganes, uno en forma de serpiente y otro con una curva más sutil. Los dos llegan a un chapoteadero donde hay unos niños jugando”, describe Jesús a su alumno, David, durante una práctica de fotografía estenopeica.
“Quiero llevar a los niños, pero tenemos que pedirles que sean nuestros modelos para que se queden quietos y salgan en la fotografía, de lo contrario se los llevarán”, dice uno de los cuatro alumnos que asistieron a la práctica.
«¿Dónde está la luz? ¿Cómo se siente? ¿Cuánto tiempo vas a dejar entrar la luz? pregunta el maestro. Después de que los niños aceptan ser los modelos de David, coloca la cámara frente a ellos. , abre la tapa del agujerito para dejar entrar la luz y comienza a contar: «mil uno, mil dos, mil tres…» hasta considerar que la imagen está grabada en papel fotográfico. Durante el revelado en el laboratorio, sumerge la fotografía en el revelador, luego en el baño de parada, luego en el fijador y finalmente en una cubeta con agua.
“Puedo saber de qué lado del papel está la imagen porque se siente suave y el otro lado se siente un poco áspero”, dice mientras revela su fotografía.
De la misma manera que los normovisuales, los ciegos aprenden fotografía, comienzan por conocer la historia, y luego arman ellos mismos una cámara estenopeica con la que capturan un negativo que luego revelan en el cuarto oscuro. Finalmente, trabajan con una cámara réflex que los profesores, Jesús, Luz y Fernanada adaptaron especialmente para ellos, colocando unas piedrecitas de plástico como guías en el cuerpo de la cámara para que puedan localizar las distancias focales, y la apertura del diafragma. “Así logran manejar la cámara manualmente, saben medir la luz, trabajan con aperturas de diafragma, con velocidades de obturación y enfocan incluso mejor que yo”, dice Villaseca.
Para enseñar composición, después de haber desarrollado los sentidos, el maestro, a través de la regla de los tercios, describe lo que hay en cada uno de los nueve rectángulos: “En el primer rectángulo hay una roca, en el segundo unos pies, en el tercero un planta” y así sucesivamente hasta completar los nueve rectángulos que forman dicha regla. Les cuenta cómo es el paisaje y ellos deciden qué fotografías quieren tomar.
LA ENSEÑANZA ES RECÍPROCA
El cambio en los estudiantes una vez que comienzan a tomar el taller es drástico porque no solo les enseña a tomar fotografías, les ayuda a recuperar la confianza en sí mismos, cuidarse mejor y mejorar su autoestima. Algunos incluso dicen que le regresaron las ganas de vivir, como Marcela quien recuerda que después de perder la vista no quería ni acercarse a la puerta de su casa y ahora, desde hace dos años, viaja sola por la ciudad en transporte público. desde el municipio de Chalco en el Estado de México hasta la alcaldía de Iztapalapa, donde se encuentra la escuela de fotografía.
“Cuando comencé con la foto, me di cuenta de que la vida no se acababa en el momento en que dejé de ver, sino que podía continuar. He aprendido a usar mis otros sentidos, que siempre están ahí, pero no les prestamos atención hasta que falta uno. Muchas veces lo que imagino es más hermoso de lo que son las cosas porque lo veo con la mente, con el corazón con los oídos”, narra Marcela, quien con la ayuda y el aliento de sus compañeros fotógrafos, también estudia en la Escuela Nacional. para los Ciegos.
“Cuando comienza el taller hay llanto, pena y desesperación, pero a medida que avanzan las clases descubren que son capaces de tomar fotografías aún siendo ciegos, eso les cambia la vida y logran transmitirlo a los demás, motivando a muchos otros. gente que no se atreve a salir adelante”, comenta Jesús Villaseca.
El compañerismo, el trabajo en equipo, la empatía, la sensibilidad, el amor por uno mismo y por los demás, son cualidades que los asistentes (alumnos, profesores o invitados), se nutren en cada una de las clases, resulta no solo asombrosa sino maravillosa la lectura sensorial que un los compañeros de persona prescinden de juzgar por lo que ven, observando el interior desde su propio interior.
POR GISELA CASTILLO
FOTOS: LESLIE PÉREZ
MAAZ
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