Hace casi 25 años José Antonio López Bueno irrumpió en el cielo del boxeo con un golpe limpio. Fue el 23 de abril de 1999, cuando se consagró campeón mundial de peso mosca en su Zaragoza natal tras vencer por KO al mexicano Rubén Sánchez. Días de intensa pero breve gloria. Defendió con éxito el trono de él la primera vez; El segundo fue desposeído por no presentarse por encontrarse herido. Nunca se recuperó, y a los contratiempos deportivos se le fueron sumando reveses personales hasta tocar fondo. Ahora lucha por salir del hoyo y lanza un grito desesperado: “Cambiaré mi cinturón de campeonato mundial por un trabajo”.
A sus 49 años, López Bueno es un hombre castigado, un juguete más roto en el ring. Aun así, su pasión por su deporte pervive en él. “Me lo ha dado todo”, dice entre las cuerdas del ring que improvisa tres días a la semana en un gimnasio de artes marciales de la ciudad capital donde le echan una mano. Le apasiona la docencia, pero no es suficiente. “El mes que mejor me venga puedo ganar 200 euros”, afirma. Para sobrevivir, tira lo que consigue, ya sea recogiendo escombros o limpiando las casas de personas con síndrome de Diógenes. Pero el cuerpo lo resiente y aspira, quien no, a algo estable que enderece su vida. “No pido dinero, sólo un trabajo con flexibilidad para seguir vinculado al boxeo”, explica.
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Hijo de familia numerosa, pasó por un internado antes de ponerse los guantes con 15 años en un gimnasio del barrio de Torrero. “Si no es por deporte, terminaré drogadicto, muerto o en prisión”, afirma con su discurso compulsivo y desordenado. Por aquellos días, un entrenador del centro adivinó sus capacidades y lo apadrinó. De la mano de él debutó como profesional en 1994 con una victoria ante Juan Carlos Díaz Quesada. Luego vino el campeonato mundial hispano, el campeonato de España y el título latino mosca de la OMB.
Se dedicó en cuerpo y alma a su pasión, hasta que para su pelea número 17 le ofrecieron la oportunidad de su vida. “Fue gracias a Canal Plus”, afirma, en referencia a la apuesta del canal privado por el boxeo en los años 90. Ante su público, aquel Día de Aragón de 1999, se coronó campeón del mundo en un pabellón Príncipe Felipe abarrotado. después de noquear a su oponente mucho más experimentado en el tercer asalto. Fue el broche de oro a la epopeya del chico de barrio que llega a lo más alto con todo en su contra.
Estaba en su mejor momento. Invirtió en una casa y ganó la defensa del título en Málaga ante el ruso Igor Grassimov. Su siguiente rival fue el puertorriqueño José ‘Carita’ López. Pero antes de la pelea, se cayó de la motocicleta y le enyesaron el pie. No pudo pelear en el mes y medio que requirió la Organización Mundial de Boxeo, por lo que lo desposeyeron de una oficina.
El deportista nunca se recuperó del golpe, ni moral ni económicamente. En años posteriores, intentó convertirse en campeón de Europa cuatro veces, todas sin éxito. Quería poner fin a su carrera enfrentándose al medallista olímpico Rafa ‘Balita’ Lozano, pero no llegaron a un acuerdo económico. Su último combate fue en Zaragoza en 2010 contra Oleg Mustafini, no sin antes proclamarse campeón de España de peso mosca un año antes.
«Faltan programas que nos ayuden a volver a integrarnos en la sociedad en las condiciones posteriores a la retirada»
Su retiro no lo separó del boxeo, aunque sin un rumbo fijo. “Faltan programas que nos ayuden a reincorporarse a la sociedad en condiciones”, lamenta. Desde entonces, organiza veladas, monta anillos e imparte clases, pero sin el título de entrenador por falta de estudios.
Padre de tres hijos que vive con su ex, también regentó una nave industrial reconvertida en gimnasio, pero al final tuvo que cerrar porque los números no cuadraban. Sin trabajo ni recursos, el coronavirus empeoró aún más las cosas hasta convertirse en un habitual de las ‘colas del hambre’ y de los servicios sociales.
López Bueno acepta los errores, pero también se muestra “muy decepcionado e indignado” con los representantes institucionales, a quienes acusa de ignorarlo. “He sido un referente en esta tierra, pero sólo me ponen obstáculos y problemas. «Muchos títulos -Medalla al Mérito Deportivo, Premio al Deporte y Constancia- y muchas fotografías, pero lo que necesito son los medios para realizar un trabajo digno», afirma enfadado. Entonces, en un último intento, se ofrece a cambiar su posesión más preciada por trabajo. “Sería una pena y una lástima que un cinturón como éste acabara fuera de la ciudad que siempre he llevado como bandera”, subraya.
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