Cláusula democrática para América del Norte

La visita del presidente Biden y el primer ministro de Canadá a nuestro país, para sostener encuentros bilaterales con el presidente López Obrador y celebrar la IX Reunión de Líderes de América del Norte, es una buena noticia. Para los tres países es vital seguir impulsando la integración de sus economías para hacer de la región una de las más competitivas del mundo. En el realineamiento global, las oportunidades son enormes y no deben perderse.

Mayor comercio e inversión en la región significan la creación de nuevos empleos formales en las tres naciones. Empleos que necesitan millones de jóvenes en México. El futuro económico de nuestro país está anclado fundamentalmente a su ubicación geográfica en América del Norte.

Pero pertenecer a este club, uno de los más exclusivos del mundo, tiene un precio, que es el cumplimiento de los compromisos pactados en el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), y la adopción de políticas públicas que favorezcan la legalidad. certeza, confianza y certeza. Los cambios unilaterales repentinos de las reglas del juego, que contradicen abiertamente las disposiciones del Tratado, son contraproducentes. Una mayor integración económica sólo es posible si se respeta el acuerdo, ya sea en materia energética, reglas de origen, industria automotriz o producción de alimentos.

Pero, más allá de favorecer su integración económica, la consolidación de América del Norte como una región integrada requiere la aplicación efectiva de los valores democráticos en las tres naciones. Exigir fortalecer el estado de derecho; promover y respetar los derechos humanos; elecciones libres y periódicas; libertad de expresión y asociación; verdadera separación de poderes; promoción de la igualdad de género, y políticas públicas incluyentes de toda la población en los beneficios del desarrollo sostenible y respetuoso con el medio ambiente.

En definitiva, avanzar en la integración económica regional, e incluso mantener lo ya logrado, requiere, como condición sine qua non, la existencia de sociedades abiertas y regímenes democráticos en los tres países. México no podía dejar de ser una democracia constitucional, sin enfrentar, como consecuencia, el aislamiento político y la exclusión de los procesos de integración.

Nuestro país dejará de ser parte de la integración de América del Norte si retrocede hacia una nueva hegemonía autoritaria, sin separación de poderes, y en la que las elecciones vuelvan a estar controladas por el gobierno. Persistir en el intento de construir un nuevo régimen autoritario en nuestro país, mediante la centralización del poder, el control de la Corte Suprema, la destrucción del Instituto Nacional Electoral (INE), y la conquista de otros órganos autónomos, podría convertirse a nuestra salida. puerta del T-MEC, (que deberá revisarse en 2026), y de la integración de nuestro país en América del Norte.

Una forma de consolidar a América del Norte como una región integrada sería a través de un compromiso explícito de los tres países con los valores democráticos, una cláusula democrática similar a la contenida en el Acuerdo de México con la Unión Europea, o los mecanismos de integración de América del Sur, tales como como MERCOSUR y UNASUR.

Pero hoy existe otra amenaza para la integración norteamericana. Son organizaciones criminales que operan en México y Estados Unidos y, en menor medida, en Canadá. Independientemente de si la detención de Ovidio Guzmán fue para endulzar la visita del presidente Biden, debemos alarmarnos ante la evidencia del fracaso de la estrategia de seguridad del gobierno.

La política de “abrazos, no balazos”, que en la práctica ha resultado en no enfrentar directamente al crimen organizado, y por ende esperar que el país se pacifice paulatinamente, no ha tenido los resultados esperados. Más bien ha tenido consecuencias contraproducentes que se evidencian no solo en el récord de homicidios dolosos (137.000 hasta noviembre pasado), sino también en el control de extensos territorios por parte del crimen organizado.

Nadie puede alegrarse de este desastre. Las organizaciones criminales amenazan nuestra débil democracia y la posibilidad real de que México atraiga nuevos flujos significativos de inversión. El país ha perdido otro sexenio tratando de controlar una creciente crisis de inseguridad que, es cierto, comenzó hace muchos años. Pero hoy no hay nada que nos permita esperar que estemos en el camino correcto para resolver este enorme desafío, que tiene su origen no solo en nuestra propia corrupción y debilidad institucional, sino que también es el resultado de una enorme demanda de drogas, delincuencia tráfico de armas y corrupción desde Estados Unidos.

Nuestro poderoso vecino no puede ignorar lo que sucede, en ambos países, por las actividades de las organizaciones criminales, aunque pareciera que la violencia y la inseguridad son nuestro monopolio. Después de varias décadas de intentarlo, es evidente que no será a través de sus cuerpos policiales, especialistas en exportar el desafío fuera de su territorio, ya que se combatirá efectivamente a las organizaciones criminales. Se requiere otro paradigma. Una vez más, ese será uno de los principales desafíos de las próximas administraciones en las dos naciones.

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES PROFESOR DEL TECNOLÓGICO DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX

CAMARADA

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