Las fuerzas vivas de la economía catalana han formalizado el paso de página, tras una larga década de procesos, que la política proclamó anoche día 12, con los resultados de las elecciones catalanas.
Lanzamiento que se ha llevado a cabo en la reunión anual del Círculo de Economía. La burguesía catalana ha registrado el fin de la equidistancia con la que se venía desenvolviendo en la política española, entre populares y socialistas, durante la abrasiva crisis que se instaló en Cataluña entre 2010 y hasta estas últimas elecciones.
Jaume Guardiola, el presidente de Cercle, recibió a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, con una frase que lo decía todo: “Normalización institucional [en Catalunya] Está relacionado con su acción de gobierno y queremos agradecerle públicamente”.
Con la asunción tácita de otros representantes del mundo económico presentes en la sala: entre otros, el presidente de Foment, Josep Sánchez Llibre; Josep Oliu, del Sabadell, combativo opositor a una opa de resultado incierto; de Puig, Marc Puig, recién salido a Bolsa. Guardiola resumió en pocas palabras los efectos en la política catalana de la aprobación de los indultos, primero, y de la amnistía, ahora. Este último, cuyos efectos balsámicos ya se expresaron en las elecciones de hace dos semanas pese a que aún está pendiente su aprobación, lo será la próxima semana y su aplicación plena tardará meses.
Ésa es la valoración que la élite económica ha hecho de la política catalana del Gobierno de Sánchez. Con ello ha puesto fin a esa equidistancia que tanto criticó el PP, especialmente su último presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Le acusó durante años de permanecer indefinido durante el proceso, tan alejado del independentismo como del gobierno español.
Una elocuencia insólita el pasado viernes en estas latitudes; cuidando siempre las formas de evitar el agravio y el peligro, siempre latente, de que un cambio de gobierno deje en mal lugar los halagos arrojados por el descuido a quien puede acabar siendo el perdedor poco después.
Ya se podía ver a algún empresario en modo Hamlet preguntándose si debía devolver la sede
Esa bienvenida a Sánchez incorporó un reproche tácito, casi explícito, a Alberto Núñez Feijóo, el presidente del PP, que la víspera se dirigió al mismo foro con una alta carga de tensión y reproche. Si alguien en la sala hubiera tomado al pie de la letra su discurso, es de suponer que esa debía ser la intención del gallego, habría salido corriendo en busca de un tranquilizante.
Feijóo no tuvo en cuenta la introducción que le hizo Guardiola, en la que describió la situación en Cataluña en tonos optimistas: la campaña electoral se ha desarrollado sin tensiones, la normalización política es una realidad, el peligro del unilateralismo ha desaparecido de la agenda. Sólo le faltaba añadir, probablemente no por cortesía, que la perspectiva de un futuro gobierno de la Generalitat presidido por el socialista Salvador Illa casi cumplía sus siempre mesuradas aspiraciones. Sin descartar una extraña versión de sociovergencia que, sin embargo, los políticos han descartado desde el primer día. Tanto es así que en los pasillos del desalmado Palacio de Congresos ya era posible encontrar a algún empresario de abolengo en estado hamletiano, cuestionándose sobre la conveniencia de devolver su empresa a Barcelona. Todavía no, concluyó, por ahora.
Feijóo pareció no escuchar la presentación y comenzó a leer el discurso preparado. Una especie de resumen de su acalorado debate del día anterior en el Congreso con Sánchez. Quizás ya estaba inmerso en el ambiente de la manifestación de inicio de la campaña electoral europea, a la que acudió rápidamente tras pasar por el Círculo. Hizo sólo una referencia a la amnistía y a señalarla como el único elemento de cohesión de la mayoría que invistió a Sánchez. Eso sí, tuvo la delicadeza de no instar a los asistentes a asistir a la protesta contra la ley que convocó hoy en la Puerta de Alcalá de Madrid.
Como era de esperar, los asistentes se sintieron decepcionados, a pesar del recurso, ya tradicional, del líder del PP de recordarles que si su gente estuviera al mando pagarían muchos menos impuestos.
Al día siguiente, Sánchez tampoco ofreció una intervención relevante. Resumió los que a su juicio fueron los brillantes logros de la política de su Gobierno, evitando sus turbulencias parlamentarias y presentándose como un abanderado de la integración europea y de la lucha contra la extrema derecha. No le gustó.
Pero como optó por un tono tranquilo, sin estridencias, en su intervención inicial, antes de responder a las preguntas de Guardiola, no mencionó ni al PP ni a las trifulcas que él y su partido protagonizan cada día en el Congreso y a través de los medios, fue tenga cuidado de no minar el optimismo prevaleciente. Fue suficiente y más que suficiente para derrotar ampliamente al líder de la oposición y conectar mejor con la audiencia. No despertó entusiasmo, pero proporcionó tranquilidad. Y dejó claro que en Cataluña el futuro pasa por un Gobierno de Illa: no escuchen a quienes propagan que para salvar la legislatura española, su Gobierno, se podría dar el paso a Carles Puigdemont.
El PP acusó a las élites de equidistancia. En el Círculo apoyó al Gobierno contra los populares
Como preámbulo simbólico de esa última jornada de jornada, el optimismo empresarial recibió un importante impulso psicológico al conocer la nueva operación del dúo de moda, Isidro Fainé y Ángel Simón, presidente y consejero delegado de la rama inversora de La Caixa, respectivamente. La compra de casi el 10% de ACS, empresa líder en construcción y gestión de infraestructuras del país, cuyo principal accionista y presidente es Florentino Pérez. Alianza, que no desentona, con la personificación del poder económico madrileño. La Caixa, cuya sede está a sólo dos kilómetros de donde se reunió el Círculo, es ya el mayor accionista o inversor relevante de seis grandes empresas del Ibex35 español. Las finanzas catalanas vuelven con fuerza. El paso de página también se escenifica en este ámbito. No sólo en política.
Continuar leyendo El fin de la equidistancia de la burguesía catalana, por Manel Pérez