Las ceremonias de apertura son una oportunidad para que la nación anfitriona de los Juegos Olímpicos muestre al mundo de qué se trata. En casos extremos, un espectáculo impecable, como el de Pekín en 2008, puede ayudar a definir las opiniones globales de un país durante años.
Con Tokio en estado de emergencia y solo 950 espectadores llenando un estadio construido para 68,000, Japón ya estaba bajo mucha presión para llevar a cabo una ceremonia memorable. Pero una serie de escándalos de alto perfil que involucran el liderazgo creativo del evento han revelado un lado feo de Japón que el país hubiera preferido que se mantuviera fuera del escenario.
El director creativo del evento, Hiroshi Sasaki, renunció en marzo después de comparar a una de las comediantes más populares del país con un cerdo. La semana pasada, el compositor de la ceremonia Keigo Oyamada, también conocido como Cornelius, renunció después de que surgieron entrevistas de hace décadas en las que describía vívidamente el abuso de compañeros discapacitados. Sus composiciones musicales no aparecerán en la ceremonia.
Y el jueves, el Comité Olímpico de Japón despidió a un segundo director, Kentaro Kobayashi, después de que aparecieran imágenes de él burlándose del Holocausto como parte de una rutina de comedia en la década de 1990.
El espectáculo continuará a pesar de la renuncia de Kobayashi, dijeron los organizadores. Pero el cambio de última hora parece seguro que aumentará la presión para una actuación perfecta.