Expulsión de los Jesuitas

En 1946, la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, dictó el Decreto 321 que desató acaloradas protestas contra la educación católica discriminada. Betancourt con buen olfato político cambió el decreto y el Ministro de Educación. Pero en la Asamblea Constituyente hubo vibrantes debates sobre la eliminación del nombre de Dios de la nueva Constitución y la expulsión de los jesuitas. Carlos André Pérez en las Memorias que he mencionado dice: “La entonces poderosa Federación de Estudiantes de Venezuela solicitó (en 1946) al Gobierno la expulsión de los jesuitas sin ton ni son. ¿Qué importancia tuvieron los jesuitas en Venezuela? Ninguna. Tal petición recordaba las luchas ‘liberales’ del pasado”. El 1 de mayo de 1948 no se emitió el decreto de expulsión que alimentaba los rumores y el temor de los jesuitas.

La rebelión justa. De hecho los jesuitas nunca fueron exiliados por la República de Venezuela. Fue la monarquía española la que los expulsó en 1767 de España y sus colonias, al igual que otras monarquías absolutistas en Portugal, Francia, Parma, Nápoles… y presionó al Papa hasta su supresión en 1773.

Juan Germán Roscio (en mi opinión el más destacado y sólido héroe civil) tenía apenas 4 años allá en su pueblito de San Francisco de Tiznados en el estado Guárico, cuando los jesuitas fueron exiliados. No los conoció, ni pudo estudiar en la universidad caraqueña su doctrina sobre el derecho soberano de los pueblos a rebelarse contra los tiranos y darse gobierno propio. Se expulsó a los jesuitas, se prohibió en la Universidad esa doctrina católica, se impuso el falso “derecho divino de los reyes”, que se enseñaba en la universidad y se impuso a todo el pueblo la obligación de defender la monarquía absolutista, porque ir en contra el rey iba a ir en contra de Dios.

Años más tarde Roscio fue “padre y defensor de la naciente libertad”, como dice Andrés Bello. Fue coeditor del Acta de Independencia e influyó decisivamente en la Asamblea Constituyente, en la elaboración de la Constitución de 1811 y en la Primera República. Posteriormente preso en las cárceles españolas de Cádiz y Ceuta escribió el «Triunfo de la libertad sobre el caciquismo» y fugado de prisión, se destacó en el Congreso de Angostura que presidió y fue vicepresidente de la Gran Colombia. Murió en Cúcuta cuando como vicepresidente iba a orientar el Congreso Constituyente de la Gran Colombia.

En 1812 desde el gobierno, Roscio, en respuesta a la consulta de los vecinos de Nirgua, escribió que la justa rebelión del pueblo contra los tiranos fue “la verdadera causa por la cual ellos (los jesuitas) fueron expulsados ​​de los reinos y provincias de España: todo lo demás fue pretexto de los tiranos para simular el despotismo y condenar la censura y venganza que merecía el bárbaro decreto de su expulsión.”

De 1767 a 1916 no hubo jesuitas en Venezuela, pero hubo un decreto de José Tadeo Monagas en 1848 que los declaraba “en perjuicio de los intereses de la República. y ordena su expulsión inmediata, si alguien entra clandestinamente. Cuando tres décadas después Guzmán Blanco cerró los seminarios y prohibió todas las congregaciones religiosas, no había jesuitas.

En 1916 llegaron tres jesuitas para asumir la dirección del Seminario de Caracas para formar sacerdotes. Gómez, a petición del Nuncio y deseo de los obispos, les permitió entrar diciendo “venid, pero no hagáis ruido”. El Nuncio les aconsejó: cuando entren si preguntan quiénes son, digan que son sacerdotes, pero no que sean jesuitas. Así de malos deben ser.

Unos años después, algunas familias e incluso ministros solicitaron permiso para abrir colegios jesuitas para sus hijos y el dictador, tras escuchar el debate entre los ministros a favor y en contra, autorizó el colegio San Ignacio, que abrió sus puertas en 1923.

“Por sus frutos los conoceréis”, dice el Evangelio. Es lo que debemos evaluar un siglo después. Con el paso de los años, los prejuicios de muchos políticos se derrumbaron y llegaron a redescubrir e interesarse por el “neocatolicismo”, como nos dijo una vez Jóvito Villalba, refiriéndose a la Iglesia del buen Papa Juan XXIII y su Concilio Vaticano II. Años más tarde, cuando Jóvito se casó por la Iglesia, quiso que el sacerdote fuera jesuita, y más tarde encomendó la educación de sus hijos al colegio San Ignacio. Más allá de leyendas y mitos, afortunadamente en Venezuela todos nos corregimos y evolucionamos. También la Iglesia y los jesuitas.

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