La incertidumbre es la marca central de las cruciales elecciones finales en Brasil este domingo, pero la característica de fondo es que se disputarán entre el centro político y la extrema derecha. Estas urnas no cancelarán este conflicto que marcará el futuro inmediato del país, pero definirán qué tipo de gobernanza buscan los brasileños para navegar esta contradicción existencial.
Hacia allí debe mirar el mundo y en especial el barrio para evitar esquemas simplificadores y confusiones costosas. Lula da Silva es un desarrollista convencido de que el Estado debe tener un cierto, limitado, nivel de intervención para la asignación de recursos y en las políticas públicas.
Ella comparte esa mirada con él. expresidente fernando henrique cardosoquien no es precisamente un político revolucionario, e integra a su manera una escuela desarrollista que viene antes de Kubitschek, el constructor de Brasilia, y tal vez incluso de Getúlio Vargas.
Vale recordar que Cardoso y Lula, su estrecho aliado en este momento por el que insiste en pedir el voto, en un acto meses atrás en el que se mostraban juntos, se opuso a la estrategia del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou abrir el Mercosur a acuerdos individuales con terceros países. El capitalismo brasileño es proteccionista.
El expresidente, sin embargo, no es dogmático. Tampoco lo fue Cardoso, el creador del real y del nuevo Brasil, cuyos economistas ellos son los que se preparan para conformar el capítulo más serio del eventual gabinete del PT.
Se puede argumentar retóricamente hasta qué punto el desarrollismo sería una antigüedad o no, pero en todo caso se trata de un debate sobre formas de capitalismo y sobre cómo recuperar la modernidad y el crecimiento.
Un ejemplo es que este sorprendente ex trabajador metalúrgico, entre las pocas declaraciones adelantadas que ha hecho sobre su gestión, si esa es la corona, ha sido descartar la privatización del gigante Petrobras. Una vez más coincide con Cardoso y viceversa con el presidente Jair Bolsonaro.
Por ello, esta empresa tuvo un alza impresionante en la Bolsa de Valores al día siguiente de la primera vuelta que dejó al presidente en buena posición y con posibilidades de ganar la boleta. Pero esa disidencia no es radical.
La historia es elocuente. Lula en septiembre de 2010 lanzó la venta de 70 mil millones de dólares en acciones de esa empresa, la mayor transacción de valores a particulares nunca en la historia del mercado de valores mundial. Son legendarias las fotos de expresidentes celebrando aquella colosal privatización.
El analista de mercado Flávio Conde, ex Citibank e Itaú, definió de manera sencilla y didáctica este momento de contradicciones que vive el país. “Lula en su mandato fue completamente liberal. Gobernó con metas de inflación, control fiscal, enfocado en lo que es hoy el gobierno de Bolsonaro… La repetición de Lula 1 sería una de las vías y el mercado aplaudiría».
“Sin embargo”, agrega, “existe una segunda posibilidad de tener un gobierno estilo lula 2 o Dilma (Rousseff), con toda esa matriz económica, mayor inversión pública, mayor déficit y deuda… Ahí hay un interrogante muy grande”.
Aquellos gobiernos del exjefe de Gabinete de Lula, que cerró el largo ciclo del PT, fueron caóticos y despedidos dos años de recesión en la economía, convirtiendo en escombros el legado del esfuerzo del ex trabajador metalúrgico. una drama acompañado de corrupciones oceánicas que enfurecer a la gente a tal punto que terminó en manos de Bolsonaro.
Sólo dos gobiernos del PT
Todo es así que una curiosidad interesante de esta campaña es que nadie del entorno del expresidente, ni el propio dirigente del partido, habla de «los gobiernos del PT». Cuando es necesario hacerlo, se refiere a “Los gobiernos de Lula”. En esa narración sólo había dos. Los silencios suelen otorgar claridad.
Otra dimensión que no se debe pasar por alto es que ha sido el extremismo del presidente, su discurso violento, xenófobo y misógino, que abrieron el camino al centro para Lula.
Como ya ha señalado esta columna, Bolsonaro, con su falta de moderación, fanatismo y exabruptos antirrepublicanos, ha sido el gran restaurador de la imagen del ex sindicalista metalúrgico que, hace cuatro años, cuando fue encarcelado acusado de corrupción pasiva, era un muerto político encerrado en el ataúd de su propio partido.
Hoy medios internacionales como El economista reivindican al exjefe de Estado porque, entre otros factores, esperan que dirija un salto de calidad en la institucionalidad brasileña. «Lula sigue siendo el favorito porque Bolsonaro repele a los votantes. El presidente es un trumpista populista que miente tan fácilmente como respira”, escribió sin atenuantes la prolija revista liberal británica.
Pero la mayor demanda que repite este medio, y a la que los especialistas Naturaleza así como los principales diarios norteamericanos, es por la urgencia de proteger la selva amazónica que resuelve el desdén mostrado por el actual presidente en un momento de cambio climático apremia a la humanidad y no deja salida clara.
Hay un contexto, entonces, que marca los pasos y luego confirmaría el retorno de un Lula 1, para continuar con la visión del analista Conde. Ese corredor también estaría garantizado por el diseño impuesto por el electorado que dejó al oficialismo bolsonarista con el control de las primeras minorías en el Senado y diputados.
Si gana Lula, y no lo hace como parece muy improbable por una diferencia abrumadora, ese esquema de limitaciones regirá el duelo entre estas dos dimensiones de Brasil. Uno gobernará, el otro limitará.
El ajuste
Hay, además, otros problemas que obligan al realismo. El país no tendrá el viento de cola que alimenta la nostalgia de los dos gobiernos de Da Silva a principios de siglo. Ahora se necesitará un enorme ingenio, por decir lo menos.
El año que viene se derrumbarán los buenos números de la economía 2022, el crecimiento se contraerá y tendremos que resolver una gigantesca bomba fiscal que late hoy escondido bajo el fervor de la campaña.
Es posible cuadrar esos números con reformas profundas, que están conectadas con un ajuste del Estado. Paulo Guedes, ministro de Economía de Bolsonaro, planea fuertes recortes si su jefe es reelegido, en educación, un sector que el gobierno actual ignorado de una manera incluso violentay pensiones.
Ese destino difícil también le espera al expresidente, pero su alternativa sería defender un alivio social que idealmente le permita pilotar las reformas y solucionar una pobreza sorprendente y explosiva que arrebata comida a 33 millones de personas.
El objetivo de los dos contendientes es lograr un crecimiento similar al de 2022 de poco más del 2,5 por ciento, lo que a su vez mantendría la paridad del dólar y la inflación en calma. Muy difícil, pero quizás probable. Lula o Bolsonaro deben elegir seriamente por dónde irá el bisturí. La operación es inevitable y también lo son los costos políticos.
El expresidente tiene mayores posibilidades de concretar el ajuste por el arraigo que mantiene con los sectores más vulnerables que podría contener. Lula y su mesita grande saben que los íconos libertarios del petismo son recuerdos. Se verá obligado a negociar con un Parlamento en contra y los principales gobiernos nacionales en manos de la oposición.
La alianza del candidato con el conservador Geraldo Alckmin, su compañero de fórmula, es un pilar en esa mutación necesaria.
Esta presencia se une a una legión de economistas como Pedro Malan, Arminio Fraga, Edmar Bacha and Persio Arida, que apoyen al líder del PT en la seguridad de una gestión responsable de la economía que Lula insiste en garantizar. Mucho más incluso de lo que el establishment espera del impredecible Bolsonaro.
Hay otros nombres interesantes en esa plantilla. Henrique Meirelles, autor del techo legal del gasto público, el embajador y exministro Rubens Ricupero y el legendario André Lara Resende. También Miguel Reale Junior quien en 2016 fue uno de los autores de la acusación que llevó a la destitución de Rousseff. El realismo es a menudo herético.
En esta estructura es donde encaja con enorme influencia la senadora Simone Tebet, abogada conservadora, antiabortista y muy vinculada al poderoso sector agroindustrial, figurando incluso por encima de Alckmin, como la garantía de un formato de gobierno predecible y sin sorpresas.
El propio Lula, que incluso ha impuesto una sorprendente transformación cultural personal sobre el aborto, la religión y la familia, ha sido específico sobre su flexibilidad. «Tenemos que ir más allá del PT», acaba de sostener con el argumento de la alianza de diez partidos, desde una izquierda muy tenue hasta un centroderecha consistente, que lo apoya y lo condiciona en este intento.
Los simpatizantes de Lula en Brasil y en el exterior, especialmente los más fantasiosos, deberán acostumbrarse a esta arquitectura realista si el expresidente, como todo parece anticipar, logra volver al Planalto.
SAN PABLO. LA ENTREGA ESPECIAL
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