Fatigado por el asma, que se apoderó de él por los pulmones en la madrugada de Madrid, Mauricio Vicent, un gran periodista español que durante veinte años envió crónicas a su diario, falleció en la madrugada de este domingo. El país, de La Habana. También fue un corresponsal muy activo de Ser y otros medios europeos. Tenía sesenta años, era hijo del escritor Manuel Vicent.
En los últimos años, las autoridades cubanas le habían retirado el permiso para informar. Logró hacer realidad su capacidad de narrar historias escritas como cuentos habaneros, lo que implicó su enorme conocimiento real de la ciudad y la isla.
Sus colegas de oficio, así como las autoridades de La Habana, sabían que no era casualidad que fuera considerado el mejor corresponsal extranjero en Cuba. Su larga estancia en la isla lo convirtió en un libro abierto sobre todos los aspectos de la vida cotidiana y política del entramado de relaciones y secretos que iba desvelando. Su trabajo mereció premios, como el premio del Club Internacional de Prensa en 1998 y, al año siguiente, el premio de finalista Cirilo Rodríguez.
Fue, como su padre, un prosista extraordinario, a quien se le deben varios libros. Entre ellos, crónicas de la habanacon viñetas de Juan Padrón, uno de los grandes artistas cubanos, de quien fue íntimo amigo, y La Habana 500 años, un hermoso volumen habanero que escribió y que ilustró el artista español Javier Mariscal. Este último fue presentado en aquel aniversario de la ciudad por el entonces Rey de España Juan Carlos I.
También es autor de los compañeros del Checon fotos de Francis Giacobetti, del guión de la película musica para vivirde Manuel Gutiérrez Aragón, y el documental Baracoa 500 años después. Con Norman Foster, el arquitecto británico, elaboró el libro La Habana: Autos y Arquitecturaeditado por Yvory Press en 2016. Esta publicación también contó con la colaboración del dibujante Juan Padrón.
Tanto en su etapa de informante reglado como cuando hacía su trabajo con la maestría de su literatura, contando por dentro y por fuera, la extraña piel de La Habana, Mauricio Vicent siempre fue fiel a la esencia del periodismo: contarle a la gente lo que le pasa a la gente.
Entusiasmado con la vida cubana, y también asustado por las contradicciones políticas de la isla, iba y venía de Madrid o Denia, donde veraneaban sus padres, por lo que mantuvo sus relaciones habituales en todas partes y fue, como el personaje de Kipling de Rudyard, amigo de el mundo entero. La última vez que lo vi, hace unos meses, estaba en la calle, con amigos recientes, o a la vez, como otra tertulia madrileña, con una diferencia: a la vez tenía una oreja en La Habana, de la que Llegó la noticia que nadie sabía y que recibió como si estuviera allí.
Esa perspicacia periodística también lo convirtió en uno de los grandes prosistas de La Habana. En tiempos recientes escribió en su periódico una serie que tituló Más se perdió en La Habana. Allí se dejó guiar por un personaje de su invención, Lázaro, quien lo guió por las diferentes aventuras que seguramente fueron suyas pero que atribuyó a aquel habanero que le permitió ver el interior de la isla sin que las autoridades pensaran que él contaba, como un corresponsal, la vida de los cubanos.
“Hace meses que no tenemos versos”, decía en una de esas entregas, “y nada más conocernos, Lázaro disparó una de sus cargas de profundidad: ‘Estuve en las catacumbas, que es el mejor lugar para estar hoy’. En Cuba.’ Le digo, hombre, las cosas no están tan mal, pero no te pases de la raya, y me responde con cara de ‘ya te lo digo’. Como adelanto, espeta: ´Mira, gallego, cuando te fuiste en verano el dólar estaba a 100 pesos cubanos, hoy en la calle se cambia por 175 y ha llegado a 200. Estamos jodidos”.
La historia, como todas las que se compartieron a lo largo de la serie a la que la fatalidad puso fin, terminó con un café con ron en el Café Bohemia. “La Plaza Vieja, aunque vacía, se ve hermosa. Irma la Dulce nos guiña un ojo, agarra sus pertenencias y se va a hacer trenzas”.
Leonardo Padura, el gran escritor cubano, dijo ayer en Ser que este Mauricio Vicent que ahora nos deja dejó su huella en la ciudad de La Habana y siempre estuvo ahí, a través de su hermana Nora, sus padres, los niños que iban y venían. de Cuba, presente en este país, en Madrid y Denia. Pero fue sobre todo en las calles de la capital cubana donde fue como un ciudadano más, «a quien», dijo Padura, «los mozos y las autoridades conocían». Aunque le prohibieron decir lo que pasaba en la isla, logró, entre la realidad y la ficción, filtrar al mundo lo que era imposible ocultar.
La Habana, esa humedad legendaria, es tierra de asmáticos, como José Lezama Lima. Hay humedad concentrada y otros peligros para quienes padecen esta traicionera enfermedad. En el Madrid, a Mauri le asaltó ese estupor que hace imposible el aire que te falta. La ciudad seca fue el escenario de su ahogamiento. Lejos de La Habana y tan cerca del mundo que tanto amó y al que tanto ha amado.