La regulación en materia de protección de datos, un debate recurrente en la actualidad, es un campo que no contó con una legislación propia en España hasta 1992, cuando los datos personales de empresas y particulares aparecieron en las Páginas Amarillas.
Hubo un tiempo en que encontrar el DIRECCIÓN y el número de teléfono de alguien era pasar un dedo por las finas páginas de un pesado libro amarillo que había en todas las casas. Las listas en orden alfabético eran eternas, las de todo un país, pero cumplían su función. A nadie le preocupaba el uso de datos personales o la privacidad, todos estaban en las Páginas Amarillas.
Han pasado 56 años desde la primera edición de las Páginas Amarillas, tres desde la última en papel, y todo ha cambiado desde entonces. Los datos son un campo de batalla; recurso indispensable en un momento en que los algoritmos los recopilan y los utilizan por enormes cantidades de dinero; la legislación lucha para proteger la privacidad; las inteligencias artificiales se entrenan con y gracias a ellos.
En los tiempos que corren, dudamos incluso de que el móvil nos haga caso: un día le hablamos a nuestra pareja de ir a la playa y al siguiente nos muestra anuncios de hoteles. Hoy en día, todos estamos preocupados por lo que se hace con nuestra información. No hace mucho tiempo, cuando su número de teléfono se anunciaba en las páginas amarillas, simplemente existía.
No tenías voz ni voto. No hubo contrato que no pudieras firmar sin hacer clic en la casilla donde consientes el uso y tratamiento de tus datos. Estabas en las páginas amarillas, quisieras o no., es más, si no querías comparecer tenías que solicitarlo expresamente.
Una realidad inversa a la actual, en la que las leyes de protección de datos prevén una consentimiento previo obligatorio, eje del cambio de paradigma: firmar y aceptar que tus datos acaben en la base de datos de una empresa en lugar de tener que solicitar que se eliminen, una vez ya publicados o compilados. Todo ha cambiado.
hace cinco décadas, queríamos que nos llamaran, hoy, colgamos si no sabemos el número. Es normal, a nadie le habían hackeado la cuenta de Instagram, ninguno había crecido subiendo sus fotos de cumpleaños a las redes sociales, los CV se entregaban en mano, las reseñas de bares eran de boca en boca, el cifrado de extremo a extremo de tu mensaje era un sello, el los números se sabían de memoria.
¿Cómo era el mundo donde la privacidad y los datos no importaban?
La historia de las Páginas Amarillas es la de una imprenta en Wyoming que quería hacer una guía telefónica. Como no disponía de recursos para blanquear el papel, decidió utilizar el amarillo más económico y fino, al estilo del de las Biblias, estableciendo así un estandarte estético que daría la vuelta al mundo, todo un acierto.
A España, esta lista llegó en 1967 de la mano de Telefónica. Pronto se instaló en las tabernas, las oficinas, las entradas de todos los hoteles del país, de las playas cada vez más visitadas y edificadas. La idea era simple y funcionó: la empresa quería entrar en su casa, y las personas querían encontrar un dentista, un experto o un albañil, pero también un amigo que se había mudado. Salida.
Con el tiempo, diferenció entre Paginas Blancas, para particulares, y Paginas Amarillas, para empresas. En el siglo pasado, la publicidad de datos pesaba dos kilos, el récord máximo de la guía telefónica, y te intentaba bombardear: en la tele, en las vallas publicitarias, en todas partes. Hoy es más selecto y sutil: tamiza, perfila, segmenta, se adapta a lo que buscas, más preciso y camuflado.
En un mundo sin Internet, algunos de estos primeros compendios fueron el punto de encuentro necesario, y todos han tenido que evolucionar. Hoy tener una estrella Michelin llena tu restaurante de prestigio, hace 50 años de utilidad para los viajeros. Cuando Páginas Amarillas entró en línea, era uno de los sitios web más visitados, aunque perdió impulso. Hoy, ayuda en la digitalización de las empresas.
No nos engañemos, aún en la guerra contra las cookies, en nuestros tiempos, no solo proporcionamos nuestro número de teléfono, dirección o año de nacimiento a cualquier empresa o página de Internet, sino también Compartimos nuestra vida en imágenes, videos y frases en redes sociales. Ahora, no buscamos en una guía telefónica para llamar, sino que escribimos un “dm” o mensaje directo.
De cualquier manera, desde la tienda de 20 duros hasta el Banco Santander, todas las empresas han sido listadas en el libro más común del país y probablemente casi todas en Facebook. Los datos personales, sin embargo, han tardado en tener un estándar que los proteja, y con ellos derechos fundamentales como el honor, la intimidad o la intimidad.
No había leyes de protección de datos.
No fue hasta 1997 que entró en vigor el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea. En nuestro país la primera ley fue en 1992, con la LORTAD. La legislación en esta materia avanzó, empujando a la creación del espacio Schengen, que nos permitiría circular por toda la UE sin pasaporte, y el miedo a ver usurpados los datos de los viajeros en un país extranjero.
En este momento, discutimos la legislación y la legitimidad en el ámbito de los datos, dada la posibilidad de utilizar nuestras publicaciones en Twitter para entrenar algoritmos de inteligencia artificial. La propia directora de Open AI reconoce que hay que definir las posibilidades, la Unión Europea trabaja en protección de datos.
El camino a seguir es incierto, y bien podemos considerar el Páginas amarillas un predecesor de Internet que hasta no hace mucho también hemos vivido, sin límites ni normas, por un lado, libres y genuinos, por otro, caóticos, oscuros y dañinos.
La protección de datos puede detener el uso indebido de estos por parte de las empresas o puede acabar con su transparencia. Sea como fuere, la tecnología de datos crece, y a un ritmo imparable. Ser experto en conducción ya es uno de los trabajos mejor pagados. Sus beneficios van más allá de lo económico y han sido demostrados en multitud de ámbitos y ocasiones.
Con información de Telam, Reuters y AP