Lo que me despierta en el caso del ministro copista es ese sentimiento paradójico que podemos llamar nostalgia de lo que nunca existió. Lo del ministro tiene mucho mérito. Nota para lectores más jóvenes: en aquellos durísimos años 80 no existían aplicaciones tan sofisticadas para escanear textos. Vaya, no había ni copy-paste ni casi computadores, que supongo que al ministro de todos modos no le habría servido de mucho para obtener ese título, salvo por un improbable hackeo de Édgar.
Todo se hizo a mano. Recurriste a la hoja manchada de aguacate de la tesis encuadernada en azul marino, por sugerencia de tu director, ¡y vamos!: “De lo anterior, es lógico señalar que en un futuro próximo, será posible, que en la República Mexicana integrar, registrar y funcionar sindicatos de trabajadores de confianza, porque la crisis actual, año de 1987…”, solías copiar con tu máquina de escribir. Y claro, había defectos. Como un exceso de comas, por ejemplo. , esa marca de la casa de la redacción mexicana.
Pero luego no hay forma de volver a empezar la página, desde el principio. Urge titularse. Ai’ para la maestría. Y vuelvo a mi punto. Si así, golpeando laboriosamente el teclado de la máquina, como una hija del pueblo, la ministra llegó a esas alturas legales, repartiendo talento en la máxima corte del país, ¿se imaginan lo que hubiera logrado con un teléfono inteligente y ¿un ordenador portátil? arriba, para no ir más lejos?
Pero no es sólo el ministro. El copiar y pegar, lo sabemos, ha sido un pilar de la Cuarta Transformación, un elemento central para nuestros más destacados militantes. ¿Te imaginas lo que habrían logrado con las herramientas tecnológicas de hoy? Pensemos en cualquier caso. El fiscal jefe, por ejemplo, que pudo haber obtenido no uno, sino dos Sistemas Nacionales de Investigadores de primer nivel, el segundo con, digamos, una tesis sobre polímeros, o sobre movimientos telúricos en la zona del Popocatépetl.
O piense en el columnista copista. Hoy, en la mitad de su vida, tendría una cifra récord de publicaciones en medios, muy por encima de la media de una a la semana, y por tanto una cuenta bancaria mucho más a la altura. Ni hablar del Dr. Dr. Ackerman, sí, hoy probablemente podría tener dos o tres doctorados más, pero sobre todo, habría adquirido una mayor reputación como autor erótico.
Es decir, su intercambio de tuits sexys con Irma Eréndira cobró merecida fama, pero fue más por su entusiasmo, por su autenticidad, que por su talento literario. ¿Te imaginas alguna jerga de, qué sé yo, Henry Miller o, en días más apestosos, el propio Sade? Fuego en las redes.
Sí, compañeras, compañeros de movimiento: rendirse al copiar y pegar. Recuerde: «Plagio efectivo, no escrito».
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAÍZ
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