Cuando los historiadores y politólogos clasifican a los presidentes de mejor a peor, de manera invariable, Donald Trump aparece en el último lugar.
Este año, para dar un ejemplo, el Proyecto de Grandeza Presidencial 2024 dio a conocer los resultados de una encuesta realizada a 154 miembros actuales y antiguos de la Sección de Presidentes y Política Ejecutiva de la Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas.
Entre los mejor clasificados no hubo novedades: en una escala de 0 a 100, Abraham Lincoln (95,03), Franklin Roosevelt (90,83), George Washington (90,32), Teddy Roosevelt (78,58) y Thomas Jefferson (77,53).
Los últimos: Donald Trump (10,92), muy por debajo de James Buchanan (16,71), Andrew Johnson (21,56), Franklin Pierce (24,6) y William Henry Harrison (26.01).
Sin embargo, hay otras formas de clasificar a los presidentes estadounidenses:
¿qué tan importantes fueron?
Según estas normas, Trump ya no ocupa el último lugar.
Eso no es necesariamente bueno.
Mi opinión es que Trump es un presidente importante por todas las razones equivocadas.
Casos
Después de que la nación rechazó las candidaturas a la presidencia de George Wallace, Pat Buchanan y David Duke, Trump demostró que el electorado estadounidense contemporáneo pondrá en la Casa Blanca a un candidato que apele a los peores instintos de los votantes.
Trump ha sacado provecho del enojo, los temores y los resentimientos de una clase trabajadora agobiada pero en esencia decente para exacerbar la hostilidad etnonacionalista hacia los inmigrantes y las minorías, lo cual usó para crear un movimiento populista antidemocrático de derecha.
En el proceso de construcción de su coalición MAGA, Trump ha hecho explícitos los temas racistas y antiinmigrantes que han sustentado al Partido Republicano durante el último medio siglo.
De manera continua e insistente, mediante la repetición de mentiras sobre las elecciones, la vulneración de las reglas electorales y la siembra de dudas sobre la integridad de las elecciones y la negativa a comprometerse a aceptar el conteo de votos de las elecciones de 2020, o de 2024, Trump se propone transformar al Partido Republicano en una secta con adeptos dispuestos a apoyar a un candidato que, de manera abierta, planea socavar —de hecho, acabar— con la democracia estadounidense.
En ese sentido, Trump se clasifica en los primeros lugares como un presidente de la transformación.
Un ensayo de 2022, “Donald Trump and the Lie” (Donald Trump y la mentira) de Kevin Arceneaux y Rory Truex, politólogos del Instituto de Estudios Políticos de París y de la Universidad de Princeton, incluye un estudio de caso del impacto de Trump en la política estadounidense.
Los autores estudiaron “la evolución de la opinión pública sobre la ‘gran mentira’ de Trump mediante una encuesta de seguimiento diario, transversal y continua” del 27 de octubre de 2020 al 29 de enero de 2021.
- El número de republicanos e independientes que dicen que creen que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas es sustancial y esta proporción no cambió de manera apreciable con el tiempo ni cambió después de acontecimientos políticos importantes.
- La creencia en la mentira puede haber reforzado parte de la autoestima de los partidarios de Trump.
- “Los electores republicanos recompensan a los políticos que perpetúan la mentira”, concluyeron Arceneaux y Truex, “lo cual les da a los candidatos republicanos un incentivo para continuar haciéndolo en el próximo ciclo electoral”.
Impacto
Pedí a una serie de expertos en la presidencia estadounidense que evaluaran a Trump en términos de su impacto.
Sus respuestas variaron en cuanto al fondo, el tono y el nivel de rigor de su valoración de las políticas, la retórica y las iniciativas de Trump.
Para varios estudiosos de la presidencia, Trump no representa una fuerza innovadora, sino más bien un renacimiento —y aprovechamiento— de las corrientes más oscuras de la historia de este país.
Marjorie R. Hershey, politóloga de la Universidad de Indiana-Bloomington, escribió en un correo electrónico:
Yo clasificaría a Trump como un presidente significativo.
No como un gran presidente, ni siquiera como uno bueno, pero significativo porque impulsó un movimiento para revertir muchos de los avances en la aceptación de la diversidad que tanto ha costado conseguir en las últimas décadas.
“Eso no es nuevo”, declaró Hershey:
En ciertos sentidos, Trump es una versión moderna de los horripilantes provocadores raciales del Viejo Sur, ya que ha comprendido que avivar el miedo y el odio y estimular el caos permite a quienes tienen poder real acumular más beneficios mientras el resto de la gente está ocupada odiándose y temiéndose entre sí.
Según Hershey, Trump tampoco es un genio político:
No es que Trump sea un político brillante.
Solo que este es su momento. El nivel de ansiedad de muchas personas aumentó debido al atentado del 11 de septiembre y otros actos de terrorismo, así como la pandemia de COVID-19 y, en especial, el rápido cambio sociodemográfico.
Desde hace ya tiempo, el nativismo ensombrece la política estadounidense, pero la velocidad de este cambio en particular, en el que la población ha pasado de estar conformada por cerca del 85 por ciento blancos no hispanos a menos del 70 por ciento en solo unas décadas, ha suscitado temores bastante básicos.
En una línea similar pero no paralela, Lori Cox Han, politóloga de la Universidad Chapman, donde dirige el programa de estudios de los presidentes, escribió para decir que “en definitiva, Trump podría ser llamado transformador, pero en un sentido negativo”.
Agregó que la nación nunca había tenido la experiencia de un presidente (o expresidente) que hubiera sido tan poco respetuoso con la Constitución, el Estado de derecho, las normas del cargo o tan solo la decencia básica.
Así que sí, yo diría que ha cambiado la concepción común de lo que es bueno y sensato, y que ha dañado de manera considerable los principios y valores del Partido Republicano en cuestiones como la política exterior y la inmigración, transformándolo en algo irreconocible a lo que era el partido durante los años de Reagan.
“Trump sigue siendo una presencia importante en la política estadounidense, pero ha trastocado gran parte del debate tradicional sobre el liderazgo presidencial”.
Nicole Hemmer, historiadora de la Universidad de Vanderbilt y directora del Centro para la Presidencia Estadounidense, argumentó en un correo electrónico:
“Considero que Trump es un presidente transformador, o al menos clave, por su impacto en las preferencias políticas de los votantes republicanos, su papel en la sobrepotenciación de la polarización y su papel en la insurrección del 6 de enero”.
«Trump no innovó en el frente de las políticas públicas: muchas de sus preferencias políticas eran antiguas preferencias republicanas, como los recortes de impuestos para trastocar el presupuesto y el nombramiento de jueces para anular el caso Roe contra Wade, o habían sido prefiguradas por políticos como Pat Buchanan una generación antes».
«Tampoco consideraría que su presidencia haya sido histórica para el mundo en ningún sentido real. Puede que haya puesto en primer plano diferentes cuestiones en el debate sobre política exterior, al romper con el consenso bipartidista, pero no remodeló el papel de Estados Unidos en el mundo de forma significativa o duradera.»
«Desde luego, elevó la dureza de su retórica sobre la inmigración e intentó instituir políticas restriccionistas y nativistas, pero nada de lo que hizo reestructuró el sistema de inmigración como los sistemas de cuotas de 1921 y 1924 o la Ley de Inmigración de 1965».
Según Hemmer, el acto más consecuente de la presidencia de Trump fue:
«Su rechazo a la transferencia pacífica del poder. Aunque no estoy segura de que se trate de un acontecimiento histórico a nivel mundial —no ha pasado suficiente tiempo para evaluar a fondo las secuelas a largo plazo del 6 de enero— marca un momento clave en la historia de Estados Unidos y es suficiente para que él aparezca en los libros de historia».
«El grado de transformación de la insurrección, y por tanto de la presidencia de Trump, dependerá de la supervivencia de los sistemas democráticos estadounidenses en las próximas décadas».
Abundando en este punto, Corey Brettschneider, politólogo de la Universidad Brown, argumentó en un correo electrónico que otros presidentes, incluidos John Adams y Richard Nixon, habían puesto en entredicho los principios democráticos solo para ver a sus sucesores restablecer esas tradiciones.
Por su parte, Trump plantea un desafío más serio:
«Lo que diferencia la amenaza de Trump de las anteriores es que en el pasado la nación se recuperó. Los futuros presidentes siguieron a los que amenazaron la democracia y, a instancias de los ciudadanos, trataron de reforzar las instituciones y normas que habían sido violadas. Además, ninguno de esos presidentes anteriores que amenazaron la democracia volvió a ocupar el cargo».
«Este momento es distinto. A pesar de varios intentos de hacerlo rendir cuentas en los juzgados y de impugnarlo en la arena política, el hecho es que Trump será el candidato de uno de los dos partidos más importantes a la presidencia del país, y está empatado con el actual presidente en las encuestas.»
De ganar, a diferencia incluso del más peligroso de nuestros anteriores presidentes, Trump es explícito en su deseo de dictadura y de destrucción de los actuales controles del poder presidencial.
Trump ha aprendido de su anterior mandato dónde se encuentran los puntos débiles de la democracia estadounidense.
Por ejemplo, sabe que al instalar a un procurador general leal, puede evitar incluso la rendición de cuentas limitada que enfrentó en su mandato anterior. Y, como Adams, promete perseguir a sus oponentes políticos. Los anteriores presidentes han amenazado la democracia. Pero Trump podría tener éxito donde ellos fracasaron.
De ser así, ¿podría considerarse una figura histórica mundial?
Impacto
Jeffrey Engel, director fundador del Centro para la Historia Presidencial de la Universidad Metodista del Sur, respondió por correo electrónico a mi interrogante y concentró su atención en el hecho de que si Trump gana de nuevo en noviembre, cumpliría su segundo mandato.
Un segundo mandato de Trump, argumentó Engel:
«Resultaría de hecho ser estructural y fundacional, lo cual afectaría a nuestra diplomacia, a nuestro sentido del Estado de derecho y, para decirlo sin rodeos, a nuestra fe en las elecciones y en el proceso democrático en general».
«Solía pensar que una frase así era imposible, poco razonable o, al menos, producto de un exceso de ansiedad. Ahora creo que podría quedarse corta».
Alan Taylor, profesor de Historia en la Universidad de Virginia, argumentó en un correo electrónico que Trump ya ha tenido un impacto significativo en la política estadounidense:
«Sin duda, transformó al Partido Republicano y eliminó casi todas las normas de civilidad y bipartidismo existentes en la política exterior».
«Trump ha aprovechado y movilizado a un vasto grupo de personas descontentas, por lo que la transformación tiene que ver al menos tanto con ellas como con su liderazgo (que es caótico y ha logrado poco, salvo el gran logro de movilizar e inflamar el descontento)».
Taylor señaló que la evaluación de Trump depende, sobre todo, de nuestro punto de vista:
«Si se le evalúa desde el punto de vista de la transformación de un partido importante y la agitación de nuestro discurso público, entonces no se me ocurre nadie más transformador, con la posible excepción de Franklin Delano Roosevelt».
«Si se le evalúa desde el punto de vista de la capacidad de lograr cosas en el plano legislativo y diplomático, entonces Trump es uno de los presidentes menos eficaces, a la altura de James Buchanan».
De los académicos que contacté, Bruce Cain, politólogo de la Universidad Stanford, fue el más escéptico de la importancia y las consecuencias de la presidencia de Trump.
En opinión de Cain, el problema de describir a Trump como políticamente transformador es el hecho de que Trump ya ha mezclado la lealtad, el sentido de propósito y el respeto por la historia que una vez caracterizaron al Partido Republicano a tal…