Vivimos en mundos paralelos. De un solo plano, atrapado en un ensordecedor grito político; en otro, preocupado por las preocupaciones cotidianas; en una galaxia lejana, finalmente, inmersa en discusiones arcanas sobre finanzas públicas y crecimiento. Planos diferentes, universos dispares y paisajes diferentes que sólo se unen cuando las elecciones los obligan, como ocurrirá en las elecciones europeas del 9 de junio.
Por ello, puede resultar interesante repasar qué espera Bruselas en un ámbito que nos resulta especialmente relevante: el del inevitable ajuste de la deuda pública. Para entender lo que exigen, recordemos que, tras la crisis financiera, la deuda pública experimentó un auge extraordinario: del 35% del PIB en 2007 al 105% en 2014, nivel que apenas se redujo en los años siguientes (98% en 2019). . En 2020, la caída de la actividad, la inyección de recursos públicos y la reducción de la recaudación provocada por la covid, la empujaron por encima del 120% del PIB. Finalmente, la recuperación 2021-23, con sus incrementos nominales del PIB, fuerte recaudación y reducción paulatina de las ayudas públicas, ha permitido situarlas nuevamente en el 107,7% del PIB del año pasado.
Lo que se decide en Bruselas tiene un efecto muy tangible en nuestras vidas
Y ahí aparecen las obligaciones que nos impone la Comisión Europea. La semana pasada se publicaron sus previsiones económicas de primavera (Pronóstico económico de primavera de 2024), que muestran un tono más optimista que en otoño: expansión gradual, pero con riesgos geopolíticos amenazadores que, de materializarse alguno de ellos (por ejemplo, en los precios del petróleo), podrían alterar el optimismo relativo actual. En cualquier caso, para nosotros la Comisión apuesta por una deuda pública en 2025 del 104,8% del PIB.
Banderas de la UE en la sede de la Comisión Europea en Bruselas
En este contexto, las nuevas reglas fiscales son muy relevantes: obligan al Gobierno a presentar un plan plurianual de gasto público que, para su aprobación por la Comisión, debería permitir la reducción gradual de la deuda pública. Añaden que este discurso se está reforzando: el trabajo de la Comisión sobre el envejecimiento de la población (Informe de envejecimiento 2024) y su impacto fiscal (Monitor de Sostenibilidad de la Deuda 2023) señalan que a partir de 2026 nuestra deuda pública comenzará a aumentar, hasta alcanzar el 118% del PIB en 2034. Y señalan también que hay consenso sobre la inevitable austeridad para reconducir esta dinámica: el FMI, la Airef o el Banco de España insiste en la misma dirección.
En definitiva, tiempos de ajuste fiscal en los que los tipos de interés ya no son tan favorables: moderación del gasto y/o aumento de la recaudación. Lo que se decide en Bruselas, como pueden ver, tiene un efecto muy tangible en nuestras vidas. Recuerde esto cuando se celebren las elecciones al Parlamento Europeo dentro de un par de semanas. Con ellos decidimos el presidente de la Comisión Europea y se crean las condiciones para que las políticas que hay que aplicar sean unas u otras. No lo olvide.
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