Tras los primeros llanos de la Liga, el Barça empieza a afrontar los Alpes. Hasta el partido contra el Madrid no habían jugado contra ninguno de los otros cuatro equipos que lideran el campeonato. Salieron perdiendo el famoso clásico, pero el equipo fue elogiado. Funcionó más que bien durante una hora y luego se quedó sin energía. Los cambios tampoco ayudaron. El siguiente obstáculo fue la Royal Society, que en este momento es un Galibier en sí mismo. En Anoeta el Barça lo pasó mal, sometido a una tortura que acabó en el tiempo de descuento. Ante la perplejidad general, encontró la manera de ganar en ese mínimo margen de respiro, un soplo de felicidad que no oculta su pobre desempeño. El gol de Araújo tuvo oportunidad y valentía en el uruguayo, un jugador que pertenece a la impagable especie de los que nunca abandonan a su equipo. No le abandonó en la concentración azulgrana de Anoeta, ni en medio de sus propias dificultades ante Barrenetxea, un extremo inquietante para cualquier defensa. Araújo tiene alma de ganador, y Gündogan, clavo de guitarrista: detectó la potente salida detrás de la defensa real y sacó un pase exquisito. El gol llegó en la única conexión decente del Barça en Anoeta. Para Gündogan fue un alivio. Con el oportunismo que caracteriza al fútbol, sus declaraciones posclásicos comenzaron a ser utilizadas como coartada para justificar el deterioro del Barça. Al formar el equipo, Xavi pensó que Barrenetxea es Vinícius y mantuvo a Cancelo por delante de Araújo, con pésimos resultados y una duda metódica. El Barça contrató al portugués porque no había un lateral derecho adecuado en la plantilla. Hay diferentes opiniones sobre las capacidades defensivas de Cancelo, pero es alguien que ha jugado en Valencia, Juventus, Manchester City, Bayern e innumerables partidos con Portugal. Aunque tiene mucha experiencia, resulta que no puede jugar como extremo contra equipos prestigiosos y buenos extremos.
El Barça repitió dibujo, algo parecido al 3-4-3 que preservaba la titularidad de Cancelo y su posición híbrida en el campo, donde no es ni carne ni pescado. Por lo demás, es posible que Barrenetxea no sea Vinícius, pero le dio la noche a Araújo en particular y al Barça en general. Es un lateral con recursos técnicos muy variados, rápido, potente y vertical. Lo dejó claro en su primera intervención, en el pistoletazo de salida. Apareció como un cohete por su pasillo y exigió una intervención muy apresurada a Ter Stegen.
En Anoeta, el Barça lo pasó mal, sometido a una tortura que cesó en el tiempo añadido
Desde ese momento hasta el final, el Barça pasó por Anoeta como un fantasma errante. En los 140 segundos que siguieron al disparo de Barrenetxea -no se pudieron contar minutos porque todo iba a una velocidad vertiginosa-, Koundé cometió uno de sus errores habituales y dejó a Oyarzabal en el mano a mano con Ter Stegen. No fue gol porque Oyarzabal no está bien. Luego, un cabezazo limpio de Merino y después una oleada de ataques de la Real, que justificaron su fama de buen, muy buen equipo. El Barça salió vivo del embrollo menos por sus méritos que por los extraños motivos que mueven la ruleta del fútbol. Mal diseño, muy débil respuesta de sus jugadores más renombrados –João Félix, Cancelo y Lewandowski– y exposición constante al peligro. Jugó al borde del abismo. Xavi actuó con sensatez al decretar la entrada de Pedri, Lamine, Ferran y Raphinha, un empate más natural con los jugadores adecuados. Si bien no produjo un cambio de corriente en el partido, sí mejoró la posibilidad de una paliza. Ocurrió en la agonía del juego. Una victoria que vale un potosí y una birria de juego.
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