John Catsimatidis, propietario de una importante cadena de supermercados, estaba cenando en 2018 en un exclusivo restaurante de Nueva York cuando vio entrar a su hija. La acompañaba un hombre al que no conocía. El empresario le pidió al mesero que les tomara una foto, la subió a una aplicación y en segundos confirmó que el extraño era un inversionista de San Francisco. «Quería asegurarme de que no fuera un charlatán»., explicó, mientras le enviaba un mensaje a su hija con los detalles de su comensal.
En nuestro paso por internet siempre dejamos un huella. Lo que buscamos en Google, los likes que damos en Instagram, compras en Mercado Libre. Y todo eso está grabado en algún lugar, lleno de cables y máquinas, bastante lejos de la idea que tenemos de la famosa «nube» que creemos que es la web: vivimos en la era de “Tecnoceno”.
«Es el momento en que, al implementar tecnologías de alta complejidad, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a poblaciones de hoy, pero a las generaciones futuro, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios ”, explica Flavia costa, Doctora en Ciencias Sociales, en su nuevo libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, recientemente editado por Tauro.
Este tipo de vigilancia continua responde a un dato impresionante. Hasta 2015, la cantidad de información disponible en línea era 5 zetabytes: un 1 con 21 ceros. Si toda esa información estuviera en libros, convirtiendo las imágenes en su equivalente en letras, se podrían hacer 4.500 pilas de libros que llegarían al sol. Entre 2014 y 2017, se creó tanta información como se creó desde la prehistoria hasta 2014.
El libro es una reconstrucción del Enlace corriente entre el ser humano como especie y el mundo que habita: a través de dispositivos, cables, antenas y chips. “Una de mis propuestas en este libro es que como especie hemos producido una salto de escala, y ese salto nos ha puesto en una nueva relación con el medio ambiente”, Cuenta el autor Clarín.
Este salto tiene consecuencias muy variadas: el uso de algoritmos, la enorme cantidad de datos que producimos con cada interacción, la idea de que todo puede ser pirateado y, sobre todo, la responsabilidad institucional de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) en este inmenso tablero.
A continuación, algunos conceptos del libro que ya está disponible en librerías y versión ebook.
Gafam, los principales propietarios de Internet. Foto: Shutterstock
─Para empezar a hablar del Tecnoceno parece necesario, en primer lugar, definir el «Antropoceno». ¿Qué es?
─ El término «Antropoceno» fue propuesto en 2000 por el químico Paul Crutzen, premio Nobel de 1995, para indicar que el influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativo que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos: cambio climático, pérdida de biodiversidad, aumento de la población humana y urbanización, que, como sabemos, no siempre se da en las condiciones adecuadas.
Además, está la alteración de ciclos como los del agua, el carbono y el oxígeno debido a la actividad industrial, la deforestación y la contaminación de suelos y capas.
La influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativa que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos.
Flavia costa
─ ¿Qué aportaciones hace el libro en torno a la idea del Tecnoceno?
─ Entiendo que el libro no tres contribuciones. Ofrece un marco general para interpretar el momento histórico que atravesamos e identificar el papel de las tecnologías, en particular las de la información y la comunicación. La introducción y el epílogo, refiriéndose a la pandemia como un «Accidente normal»; a la necesidad de pensar en los efectos del «shock de la virtualización», y al intentar imaginar los accidentes normales que se vislumbran en el futuro, por ejemplo con la Inteligencia Artificial, van en esa dirección.
─ ¿Qué es un “accidente normal”?
─ Los accidentes «normales» son inevitables, porque nunca podemos prever todas las interacciones potenciales. Pero también, y esta es la buena noticia, son previsible, por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para identificar problemas potenciales para reducir los riesgos. Aplicado a la pandemia: no es algo diseñado de antemano, pero es muy útil porque nos permite analizar lo que podemos diseñar y mejorar –Los sistemas de alarma e información, los fitosanitarios, los científicos e incluso las condiciones estructurales que facilitan el contagio, como las enormes desigualdades- para evitar futuros accidentes.
─En el libro citas a Zuboff y Morozov y ciertas prácticas específicas que «beneficiarían sólo a las grandes empresas transnacionales». Sin embargo, también explica que obtenemos beneficios de las plataformas. ¿Cómo es esta tensión?
─Está claro que, especialmente en condiciones de pandemia, las plataformas digitales han sido muy importantes para la continuidad de la vida: para la educación, el trabajo, la comunicación pública o interpersonal. Pero cuando hablo de acompañar la innovación digital con la innovación social, no me refiero a nivel de usuarios, sino a nivel de instituciones, empresas, comunidades.
Por ejemplo: necesitamos promover condiciones de competencia en los diferentes niveles que componen Internet, desde las infraestructuras básicas (cables submarinos, cables terrestres, satélites) hasta servidores, hubs, infraestructuras en la nube, pasando por hardware, software, sistemas de gestión de contenidos y contenidos.
Flavia Costa. Foto: Valentina Rebasa
─ ¿Por qué es necesario promover la competencia entre grandes empresas tecnológicas como Google?
─La innovación social en estos diferentes niveles implica, entre otras cosas, diversificar la oferta, evitar grandes concentraciones verticales, promover la diversidad tecnológica, así como la alfabetización digital genuina: no solo como usuarios de aplicaciones y dispositivos, sino como creadores de contenido, programadores y diseñadores. De lo contrario, los principales beneficios económicos, que se traducen en condiciones materiales para que las personas puedan tener una vida más plena, quedan en muy pocas manos.
─En el libro usas el concepto de “biopolítica” para pensar en el vínculo entre big data y datos biológicos. ¿Cómo es este nexo?
─La perspectiva biopolítica tiene como principal objetivo las tecnologías del poder de la modernidad: se trata de ver cómo diferentes agentes, instituciones, empresas, Estados, individuos buscan gobernar a los demás, es decir, conducir sus comportamientos. En el caso actual, es técnicamente posible combinar datos de nuestro comportamiento en línea:nuestros «me gusta», nuestros ritmos de conexión y desconexión, nuestra geolocalización- con datos biométrico, y en este en grandes volúmenes: los famosos datos masivos o big data. Se abre una posibilidad de identificación inaudita y por lo tanto, un nuevo tipo de vigilancia, mucho más grande que el que conocimos hasta el siglo pasado, más íntimo – combina nuestra dotación biológica con nuestros gustos – y en tiempo real.
Google, una de las empresas de tecnología que cambió la forma en que interactuamos con las cosas. Foto Pexels
─ ¿Cómo llamas, Freud mediante, “el malestar en la cultura digital”?
─ Por “el malestar en la cultura digital” me refiero a las distintas fuentes de malestar que sentimos al vivir en este nuevo mundo técnico. Algunos son dilemas sociopolíticos; ¿Podemos construir y fortalecer la soberanía tecnológica? Lo cual es similar, pero no idéntico, al tema clásico del desarrollo desigual y combinado en los países del llamado Tercer Mundo.
Otras molestias se centran en las presiones que estas tecnologías ejercen sobre las subjetividades. Algunos de los cuales experimentamos a diario: la tendencia a acortar los tiempos de concentración, dispersión, multitarea. Estas molestias se agravan cuando aparecen los «arrepentidos», como cuando en 2017 Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que la red social de Mark Zuckerberg «Explota una vulnerabilidad en la psicología humana» incentivando a los usuarios a buscar uno tras otro para ganar aceptación social.
Frances Haugen, la ex empleada de Facebook arrepentida. Foto Bloomberg
─Algo que, desde las quejas de la ex empleada Frances Haugen, ha estado muy nervioso estos meses.
Seguro,Y si estas dolencias tienen algo freudiano? Freud decía que hay quienes se rebelan contra la cultura porque perciben injusticias, lo que en última instancia favorece a la propia cultura, porque la hace más consciente de sí misma, y hay quienes los agitan contra la cultura misma, por una especie de hostilidad primitiva.
Claramente me gustaría integrar el primer grupo: busco ampliar la comprensión de la situación que habitamos para tener una experiencia más rica del presente, para que podamos tomar decisiones más sabias, más justas y proyectar mejor nuestro futuro.
Tecnocene, 192 páginas, 1599 pesos. Ed. Tauro
John Catsimatidis, propietario de una importante cadena de supermercados, estaba cenando en 2018 en un exclusivo restaurante de Nueva York cuando vio entrar a su hija. La acompañaba un hombre al que no conocía. El empresario le pidió al mesero que les tomara una foto, la subió a una aplicación y en segundos confirmó que el extraño era un inversionista de San Francisco. «Quería asegurarme de que no fuera un charlatán»., explicó, mientras le enviaba un mensaje a su hija con los detalles de su comensal.
En nuestro paso por internet siempre dejamos un huella. Lo que buscamos en Google, los likes que damos en Instagram, compras en Mercado Libre. Y todo eso está grabado en algún lugar, lleno de cables y máquinas, bastante lejos de la idea que tenemos de la famosa «nube» que creemos que es la web: vivimos en la era de “Tecnoceno”.
«Es el momento en que, al implementar tecnologías de alta complejidad, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a poblaciones de hoy, pero a las generaciones futuro, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios ”, explica Flavia costa, Doctora en Ciencias Sociales, en su nuevo libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, recientemente editado por Tauro.
Este tipo de vigilancia continua responde a un dato impresionante. Hasta 2015, la cantidad de información disponible en línea era 5 zetabytes: un 1 con 21 ceros. Si toda esa información estuviera en libros, convirtiendo las imágenes en su equivalente en letras, se podrían hacer 4.500 pilas de libros que llegarían al sol. Entre 2014 y 2017, se creó tanta información como se creó desde la prehistoria hasta 2014.
El libro es una reconstrucción del Enlace corriente entre el ser humano como especie y el mundo que habita: a través de dispositivos, cables, antenas y chips. “Una de mis propuestas en este libro es que como especie hemos producido una salto de escala, y ese salto nos ha puesto en una nueva relación con el medio ambiente”, Cuenta el autor Clarín.
Este salto tiene consecuencias muy variadas: el uso de algoritmos, la enorme cantidad de datos que producimos con cada interacción, la idea de que todo puede ser pirateado y, sobre todo, la responsabilidad institucional de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) en este inmenso tablero.
A continuación, algunos conceptos del libro que ya está disponible en librerías y versión ebook.
Gafam, los principales propietarios de Internet. Foto: Shutterstock
─Para empezar a hablar del Tecnoceno parece necesario, en primer lugar, definir el «Antropoceno». ¿Qué es?
─ El término «Antropoceno» fue propuesto en 2000 por el químico Paul Crutzen, premio Nobel de 1995, para indicar que el influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativo que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos: cambio climático, pérdida de biodiversidad, aumento de la población humana y urbanización, que, como sabemos, no siempre se da en las condiciones adecuadas.
Además, está la alteración de ciclos como los del agua, el carbono y el oxígeno debido a la actividad industrial, la deforestación y la contaminación de suelos y capas.
La influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativa que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos.
Flavia costa
─ ¿Qué aportaciones hace el libro en torno a la idea del Tecnoceno?
─ Entiendo que el libro no tres contribuciones. Ofrece un marco general para interpretar el momento histórico que atravesamos e identificar el papel de las tecnologías, en particular las de la información y la comunicación. La introducción y el epílogo, refiriéndose a la pandemia como un «Accidente normal»; a la necesidad de pensar en los efectos del «shock de la virtualización», y al intentar imaginar los accidentes normales que se vislumbran en el futuro, por ejemplo con la Inteligencia Artificial, van en esa dirección.
─ ¿Qué es un “accidente normal”?
─ Los accidentes «normales» son inevitables, porque nunca podemos prever todas las interacciones potenciales. Pero también, y esta es la buena noticia, son previsible, por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para identificar problemas potenciales para reducir los riesgos. Aplicado a la pandemia: no es algo diseñado de antemano, pero es muy útil porque nos permite analizar lo que podemos diseñar y mejorar –Los sistemas de alarma e información, los fitosanitarios, los científicos e incluso las condiciones estructurales que facilitan el contagio, como las enormes desigualdades- para evitar futuros accidentes.
─En el libro citas a Zuboff y Morozov y ciertas prácticas específicas que «beneficiarían sólo a las grandes empresas transnacionales». Sin embargo, también explica que obtenemos beneficios de las plataformas. ¿Cómo es esta tensión?
─Está claro que, especialmente en condiciones de pandemia, las plataformas digitales han sido muy importantes para la continuidad de la vida: para la educación, el trabajo, la comunicación pública o interpersonal. Pero cuando hablo de acompañar la innovación digital con la innovación social, no me refiero a nivel de usuarios, sino a nivel de instituciones, empresas, comunidades.
Por ejemplo: necesitamos promover condiciones de competencia en los diferentes niveles que componen Internet, desde las infraestructuras básicas (cables submarinos, cables terrestres, satélites) hasta servidores, hubs, infraestructuras en la nube, pasando por hardware, software, sistemas de gestión de contenidos y contenidos.
Flavia Costa. Foto: Valentina Rebasa
─ ¿Por qué es necesario promover la competencia entre grandes empresas tecnológicas como Google?
─La innovación social en estos diferentes niveles implica, entre otras cosas, diversificar la oferta, evitar grandes concentraciones verticales, promover la diversidad tecnológica, así como la alfabetización digital genuina: no solo como usuarios de aplicaciones y dispositivos, sino como creadores de contenido, programadores y diseñadores. De lo contrario, los principales beneficios económicos, que se traducen en condiciones materiales para que las personas puedan tener una vida más plena, quedan en muy pocas manos.
─En el libro usas el concepto de “biopolítica” para pensar en el vínculo entre big data y datos biológicos. ¿Cómo es este nexo?
─La perspectiva biopolítica tiene como principal objetivo las tecnologías del poder de la modernidad: se trata de ver cómo diferentes agentes, instituciones, empresas, Estados, individuos buscan gobernar a los demás, es decir, conducir sus comportamientos. En el caso actual, es técnicamente posible combinar datos de nuestro comportamiento en línea:nuestros «me gusta», nuestros ritmos de conexión y desconexión, nuestra geolocalización- con datos biométrico, y en este en grandes volúmenes: los famosos datos masivos o big data. Se abre una posibilidad de identificación inaudita y por lo tanto, un nuevo tipo de vigilancia, mucho más grande que el que conocimos hasta el siglo pasado, más íntimo – combina nuestra dotación biológica con nuestros gustos – y en tiempo real.
Google, una de las empresas de tecnología que cambió la forma en que interactuamos con las cosas. Foto Pexels
─ ¿Cómo llamas, Freud mediante, “el malestar en la cultura digital”?
─ Por “el malestar en la cultura digital” me refiero a las distintas fuentes de malestar que sentimos al vivir en este nuevo mundo técnico. Algunos son dilemas sociopolíticos; ¿Podemos construir y fortalecer la soberanía tecnológica? Lo cual es similar, pero no idéntico, al tema clásico del desarrollo desigual y combinado en los países del llamado Tercer Mundo.
Otras molestias se centran en las presiones que estas tecnologías ejercen sobre las subjetividades. Algunos de los cuales experimentamos a diario: la tendencia a acortar los tiempos de concentración, dispersión, multitarea. Estas molestias se agravan cuando aparecen los «arrepentidos», como cuando en 2017 Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que la red social de Mark Zuckerberg «Explota una vulnerabilidad en la psicología humana» incentivando a los usuarios a buscar uno tras otro para ganar aceptación social.
Frances Haugen, la ex empleada de Facebook arrepentida. Foto Bloomberg
─Algo que, desde las quejas de la ex empleada Frances Haugen, ha estado muy nervioso estos meses.
Seguro,Y si estas dolencias tienen algo freudiano? Freud decía que hay quienes se rebelan contra la cultura porque perciben injusticias, lo que en última instancia favorece a la propia cultura, porque la hace más consciente de sí misma, y hay quienes los agitan contra la cultura misma, por una especie de hostilidad primitiva.
Claramente me gustaría integrar el primer grupo: busco ampliar la comprensión de la situación que habitamos para tener una experiencia más rica del presente, para que podamos tomar decisiones más sabias, más justas y proyectar mejor nuestro futuro.
Tecnocene, 192 páginas, 1599 pesos. Ed. Tauro
John Catsimatidis, propietario de una importante cadena de supermercados, estaba cenando en 2018 en un exclusivo restaurante de Nueva York cuando vio entrar a su hija. La acompañaba un hombre al que no conocía. El empresario le pidió al mesero que les tomara una foto, la subió a una aplicación y en segundos confirmó que el extraño era un inversionista de San Francisco. «Quería asegurarme de que no fuera un charlatán»., explicó, mientras le enviaba un mensaje a su hija con los detalles de su comensal.
En nuestro paso por internet siempre dejamos un huella. Lo que buscamos en Google, los likes que damos en Instagram, compras en Mercado Libre. Y todo eso está grabado en algún lugar, lleno de cables y máquinas, bastante lejos de la idea que tenemos de la famosa «nube» que creemos que es la web: vivimos en la era de “Tecnoceno”.
«Es el momento en que, al implementar tecnologías de alta complejidad, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a poblaciones de hoy, pero a las generaciones futuro, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios ”, explica Flavia costa, Doctora en Ciencias Sociales, en su nuevo libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, recientemente editado por Tauro.
Este tipo de vigilancia continua responde a un dato impresionante. Hasta 2015, la cantidad de información disponible en línea era 5 zetabytes: un 1 con 21 ceros. Si toda esa información estuviera en libros, convirtiendo las imágenes en su equivalente en letras, se podrían hacer 4.500 pilas de libros que llegarían al sol. Entre 2014 y 2017, se creó tanta información como se creó desde la prehistoria hasta 2014.
El libro es una reconstrucción del Enlace corriente entre el ser humano como especie y el mundo que habita: a través de dispositivos, cables, antenas y chips. “Una de mis propuestas en este libro es que como especie hemos producido una salto de escala, y ese salto nos ha puesto en una nueva relación con el medio ambiente”, Cuenta el autor Clarín.
Este salto tiene consecuencias muy variadas: el uso de algoritmos, la enorme cantidad de datos que producimos con cada interacción, la idea de que todo puede ser pirateado y, sobre todo, la responsabilidad institucional de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) en este inmenso tablero.
A continuación, algunos conceptos del libro que ya está disponible en librerías y versión ebook.
Gafam, los principales propietarios de Internet. Foto: Shutterstock
─Para empezar a hablar del Tecnoceno parece necesario, en primer lugar, definir el «Antropoceno». ¿Qué es?
─ El término «Antropoceno» fue propuesto en 2000 por el químico Paul Crutzen, premio Nobel de 1995, para indicar que el influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativo que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos: cambio climático, pérdida de biodiversidad, aumento de la población humana y urbanización, que, como sabemos, no siempre se da en las condiciones adecuadas.
Además, está la alteración de ciclos como los del agua, el carbono y el oxígeno debido a la actividad industrial, la deforestación y la contaminación de suelos y capas.
La influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativa que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos.
Flavia costa
─ ¿Qué aportaciones hace el libro en torno a la idea del Tecnoceno?
─ Entiendo que el libro no tres contribuciones. Ofrece un marco general para interpretar el momento histórico que atravesamos e identificar el papel de las tecnologías, en particular las de la información y la comunicación. La introducción y el epílogo, refiriéndose a la pandemia como un «Accidente normal»; a la necesidad de pensar en los efectos del «shock de la virtualización», y al intentar imaginar los accidentes normales que se vislumbran en el futuro, por ejemplo con la Inteligencia Artificial, van en esa dirección.
─ ¿Qué es un “accidente normal”?
─ Los accidentes «normales» son inevitables, porque nunca podemos prever todas las interacciones potenciales. Pero también, y esta es la buena noticia, son previsible, por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para identificar problemas potenciales para reducir los riesgos. Aplicado a la pandemia: no es algo diseñado de antemano, pero es muy útil porque nos permite analizar lo que podemos diseñar y mejorar –Los sistemas de alarma e información, los fitosanitarios, los científicos e incluso las condiciones estructurales que facilitan el contagio, como las enormes desigualdades- para evitar futuros accidentes.
─En el libro citas a Zuboff y Morozov y ciertas prácticas específicas que «beneficiarían sólo a las grandes empresas transnacionales». Sin embargo, también explica que obtenemos beneficios de las plataformas. ¿Cómo es esta tensión?
─Está claro que, especialmente en condiciones de pandemia, las plataformas digitales han sido muy importantes para la continuidad de la vida: para la educación, el trabajo, la comunicación pública o interpersonal. Pero cuando hablo de acompañar la innovación digital con la innovación social, no me refiero a nivel de usuarios, sino a nivel de instituciones, empresas, comunidades.
Por ejemplo: necesitamos promover condiciones de competencia en los diferentes niveles que componen Internet, desde las infraestructuras básicas (cables submarinos, cables terrestres, satélites) hasta servidores, hubs, infraestructuras en la nube, pasando por hardware, software, sistemas de gestión de contenidos y contenidos.
Flavia Costa. Foto: Valentina Rebasa
─ ¿Por qué es necesario promover la competencia entre grandes empresas tecnológicas como Google?
─La innovación social en estos diferentes niveles implica, entre otras cosas, diversificar la oferta, evitar grandes concentraciones verticales, promover la diversidad tecnológica, así como la alfabetización digital genuina: no solo como usuarios de aplicaciones y dispositivos, sino como creadores de contenido, programadores y diseñadores. De lo contrario, los principales beneficios económicos, que se traducen en condiciones materiales para que las personas puedan tener una vida más plena, quedan en muy pocas manos.
─En el libro usas el concepto de “biopolítica” para pensar en el vínculo entre big data y datos biológicos. ¿Cómo es este nexo?
─La perspectiva biopolítica tiene como principal objetivo las tecnologías del poder de la modernidad: se trata de ver cómo diferentes agentes, instituciones, empresas, Estados, individuos buscan gobernar a los demás, es decir, conducir sus comportamientos. En el caso actual, es técnicamente posible combinar datos de nuestro comportamiento en línea:nuestros «me gusta», nuestros ritmos de conexión y desconexión, nuestra geolocalización- con datos biométrico, y en este en grandes volúmenes: los famosos datos masivos o big data. Se abre una posibilidad de identificación inaudita y por lo tanto, un nuevo tipo de vigilancia, mucho más grande que el que conocimos hasta el siglo pasado, más íntimo – combina nuestra dotación biológica con nuestros gustos – y en tiempo real.
Google, una de las empresas de tecnología que cambió la forma en que interactuamos con las cosas. Foto Pexels
─ ¿Cómo llamas, Freud mediante, “el malestar en la cultura digital”?
─ Por “el malestar en la cultura digital” me refiero a las distintas fuentes de malestar que sentimos al vivir en este nuevo mundo técnico. Algunos son dilemas sociopolíticos; ¿Podemos construir y fortalecer la soberanía tecnológica? Lo cual es similar, pero no idéntico, al tema clásico del desarrollo desigual y combinado en los países del llamado Tercer Mundo.
Otras molestias se centran en las presiones que estas tecnologías ejercen sobre las subjetividades. Algunos de los cuales experimentamos a diario: la tendencia a acortar los tiempos de concentración, dispersión, multitarea. Estas molestias se agravan cuando aparecen los «arrepentidos», como cuando en 2017 Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que la red social de Mark Zuckerberg «Explota una vulnerabilidad en la psicología humana» incentivando a los usuarios a buscar uno tras otro para ganar aceptación social.
Frances Haugen, la ex empleada de Facebook arrepentida. Foto Bloomberg
─Algo que, desde las quejas de la ex empleada Frances Haugen, ha estado muy nervioso estos meses.
Seguro,Y si estas dolencias tienen algo freudiano? Freud decía que hay quienes se rebelan contra la cultura porque perciben injusticias, lo que en última instancia favorece a la propia cultura, porque la hace más consciente de sí misma, y hay quienes los agitan contra la cultura misma, por una especie de hostilidad primitiva.
Claramente me gustaría integrar el primer grupo: busco ampliar la comprensión de la situación que habitamos para tener una experiencia más rica del presente, para que podamos tomar decisiones más sabias, más justas y proyectar mejor nuestro futuro.
Tecnocene, 192 páginas, 1599 pesos. Ed. Tauro
John Catsimatidis, propietario de una importante cadena de supermercados, estaba cenando en 2018 en un exclusivo restaurante de Nueva York cuando vio entrar a su hija. La acompañaba un hombre al que no conocía. El empresario le pidió al mesero que les tomara una foto, la subió a una aplicación y en segundos confirmó que el extraño era un inversionista de San Francisco. «Quería asegurarme de que no fuera un charlatán»., explicó, mientras le enviaba un mensaje a su hija con los detalles de su comensal.
En nuestro paso por internet siempre dejamos un huella. Lo que buscamos en Google, los likes que damos en Instagram, compras en Mercado Libre. Y todo eso está grabado en algún lugar, lleno de cables y máquinas, bastante lejos de la idea que tenemos de la famosa «nube» que creemos que es la web: vivimos en la era de “Tecnoceno”.
«Es el momento en que, al implementar tecnologías de alta complejidad, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a poblaciones de hoy, pero a las generaciones futuro, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios ”, explica Flavia costa, Doctora en Ciencias Sociales, en su nuevo libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, recientemente editado por Tauro.
Este tipo de vigilancia continua responde a un dato impresionante. Hasta 2015, la cantidad de información disponible en línea era 5 zetabytes: un 1 con 21 ceros. Si toda esa información estuviera en libros, convirtiendo las imágenes en su equivalente en letras, se podrían hacer 4.500 pilas de libros que llegarían al sol. Entre 2014 y 2017, se creó tanta información como se creó desde la prehistoria hasta 2014.
El libro es una reconstrucción del Enlace corriente entre el ser humano como especie y el mundo que habita: a través de dispositivos, cables, antenas y chips. “Una de mis propuestas en este libro es que como especie hemos producido una salto de escala, y ese salto nos ha puesto en una nueva relación con el medio ambiente”, Cuenta el autor Clarín.
Este salto tiene consecuencias muy variadas: el uso de algoritmos, la enorme cantidad de datos que producimos con cada interacción, la idea de que todo puede ser pirateado y, sobre todo, la responsabilidad institucional de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) en este inmenso tablero.
A continuación, algunos conceptos del libro que ya está disponible en librerías y versión ebook.
Gafam, los principales propietarios de Internet. Foto: Shutterstock
─Para empezar a hablar del Tecnoceno parece necesario, en primer lugar, definir el «Antropoceno». ¿Qué es?
─ El término «Antropoceno» fue propuesto en 2000 por el químico Paul Crutzen, premio Nobel de 1995, para indicar que el influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativo que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos: cambio climático, pérdida de biodiversidad, aumento de la población humana y urbanización, que, como sabemos, no siempre se da en las condiciones adecuadas.
Además, está la alteración de ciclos como los del agua, el carbono y el oxígeno debido a la actividad industrial, la deforestación y la contaminación de suelos y capas.
La influencia del comportamiento humano en la Tierra ha sido tan significativa que ha implicado transformaciones duraderas en el suelo, la atmósfera y los océanos.
Flavia costa
─ ¿Qué aportaciones hace el libro en torno a la idea del Tecnoceno?
─ Entiendo que el libro no tres contribuciones. Ofrece un marco general para interpretar el momento histórico que atravesamos e identificar el papel de las tecnologías, en particular las de la información y la comunicación. La introducción y el epílogo, refiriéndose a la pandemia como un «Accidente normal»; a la necesidad de pensar en los efectos del «shock de la virtualización», y al intentar imaginar los accidentes normales que se vislumbran en el futuro, por ejemplo con la Inteligencia Artificial, van en esa dirección.
─ ¿Qué es un “accidente normal”?
─ Los accidentes «normales» son inevitables, porque nunca podemos prever todas las interacciones potenciales. Pero también, y esta es la buena noticia, son previsible, por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para identificar problemas potenciales para reducir los riesgos. Aplicado a la pandemia: no es algo diseñado de antemano, pero es muy útil porque nos permite analizar lo que podemos diseñar y mejorar –Los sistemas de alarma e información, los fitosanitarios, los científicos e incluso las condiciones estructurales que facilitan el contagio, como las enormes desigualdades- para evitar futuros accidentes.
─En el libro citas a Zuboff y Morozov y ciertas prácticas específicas que «beneficiarían sólo a las grandes empresas transnacionales». Sin embargo, también explica que obtenemos beneficios de las plataformas. ¿Cómo es esta tensión?
─Está claro que, especialmente en condiciones de pandemia, las plataformas digitales han sido muy importantes para la continuidad de la vida: para la educación, el trabajo, la comunicación pública o interpersonal. Pero cuando hablo de acompañar la innovación digital con la innovación social, no me refiero a nivel de usuarios, sino a nivel de instituciones, empresas, comunidades.
Por ejemplo: necesitamos promover condiciones de competencia en los diferentes niveles que componen Internet, desde las infraestructuras básicas (cables submarinos, cables terrestres, satélites) hasta servidores, hubs, infraestructuras en la nube, pasando por hardware, software, sistemas de gestión de contenidos y contenidos.
Flavia Costa. Foto: Valentina Rebasa
─ ¿Por qué es necesario promover la competencia entre grandes empresas tecnológicas como Google?
─La innovación social en estos diferentes niveles implica, entre otras cosas, diversificar la oferta, evitar grandes concentraciones verticales, promover la diversidad tecnológica, así como la alfabetización digital genuina: no solo como usuarios de aplicaciones y dispositivos, sino como creadores de contenido, programadores y diseñadores. De lo contrario, los principales beneficios económicos, que se traducen en condiciones materiales para que las personas puedan tener una vida más plena, quedan en muy pocas manos.
─En el libro usas el concepto de “biopolítica” para pensar en el vínculo entre big data y datos biológicos. ¿Cómo es este nexo?
─La perspectiva biopolítica tiene como principal objetivo las tecnologías del poder de la modernidad: se trata de ver cómo diferentes agentes, instituciones, empresas, Estados, individuos buscan gobernar a los demás, es decir, conducir sus comportamientos. En el caso actual, es técnicamente posible combinar datos de nuestro comportamiento en línea:nuestros «me gusta», nuestros ritmos de conexión y desconexión, nuestra geolocalización- con datos biométrico, y en este en grandes volúmenes: los famosos datos masivos o big data. Se abre una posibilidad de identificación inaudita y por lo tanto, un nuevo tipo de vigilancia, mucho más grande que el que conocimos hasta el siglo pasado, más íntimo – combina nuestra dotación biológica con nuestros gustos – y en tiempo real.
Google, una de las empresas de tecnología que cambió la forma en que interactuamos con las cosas. Foto Pexels
─ ¿Cómo llamas, Freud mediante, “el malestar en la cultura digital”?
─ Por “el malestar en la cultura digital” me refiero a las distintas fuentes de malestar que sentimos al vivir en este nuevo mundo técnico. Algunos son dilemas sociopolíticos; ¿Podemos construir y fortalecer la soberanía tecnológica? Lo cual es similar, pero no idéntico, al tema clásico del desarrollo desigual y combinado en los países del llamado Tercer Mundo.
Otras molestias se centran en las presiones que estas tecnologías ejercen sobre las subjetividades. Algunos de los cuales experimentamos a diario: la tendencia a acortar los tiempos de concentración, dispersión, multitarea. Estas molestias se agravan cuando aparecen los «arrepentidos», como cuando en 2017 Sean Parker, cofundador de Napster y primer presidente de Facebook, admitió que la red social de Mark Zuckerberg «Explota una vulnerabilidad en la psicología humana» incentivando a los usuarios a buscar uno tras otro para ganar aceptación social.
Frances Haugen, la ex empleada de Facebook arrepentida. Foto Bloomberg
─Algo que, desde las quejas de la ex empleada Frances Haugen, ha estado muy nervioso estos meses.
Seguro,Y si estas dolencias tienen algo freudiano? Freud decía que hay quienes se rebelan contra la cultura porque perciben injusticias, lo que en última instancia favorece a la propia cultura, porque la hace más consciente de sí misma, y hay quienes los agitan contra la cultura misma, por una especie de hostilidad primitiva.
Claramente me gustaría integrar el primer grupo: busco ampliar la comprensión de la situación que habitamos para tener una experiencia más rica del presente, para que podamos tomar decisiones más sabias, más justas y proyectar mejor nuestro futuro.
Tecnocene, 192 páginas, 1599 pesos. Ed. Tauro