Posiblemente ningún gobierno en nuestra historia reciente haya manejado los símbolos con tanta habilidad como este. En eso, ocupa el primer lugar.
cerrado simbólicamente Los Pinos y con el mismo afán empezó a perder divisas con un avión averiado por un despilfarro imaginario y lo puso en términos de comercio imposible de tirar más dinero bueno al malo.
Ya desde el aeropuerto de Texcocan, ni modo, y el gran soñador duerme el sueño de los justos, porque nadie lo quiere: ni siquiera Obama.
Pero la mala administración se encubre —y para sus devotos se justifica— con buenas intenciones.
Mientras tanto, al cumplir con otros simbolismos (limpio en lugar de ciencia, por ejemplo), el gobierno federal ha cometido muchos más errores, suficientes para llenar toda esta edición y algunas más para la semana siguiente si es el caso.
fue necesario.
Sin embargo, este juego de espejos es una de las especialidades del discurso político (recurso) del presidente. Andrés Manuel López Obrador, quienque, gracias a trucos y «espejismos» (además de regalar dinero), consiguió poner el dedo en la boca de treinta millones de votantes contentos antes de los juegos y malabarismos en la animación matinal, ya fuera con los empleados de Palacio o con los purificación del búnker de luna garcia. Salida.
Pero como las segundas partes siempre fallan, porque nacen defectuosas, el enorme símbolo arbóreo del Paseo de la Reforma, el frondoso ahuehuete, cuya rama de sabino lúgubre nos iba a recordar todo lo que cabe en el kitsch, se ha secado.
Sin remedio.
“…Me gustaría que recordáramos este ahuehuete de diferentes maneras —nos dijo CSP conmovido en el emotivo trasplante—, pero una de ellas es con la grandeza de México, lo que es nuestro país, lo que es nuestra patria, nuestra historia, desde su culturas originales a lo que representa hoy con la Cuarta Transformación”.
Pues sí, ya lo hemos visto: representa la ineptitud, la cojera, a pesar de las maniobras de los jardineros de la ciudad, a pesar de los rezos y las vibraciones de buenos días, el árbol seco y torcido —habría dicho Liguori— está flaco, escuálido, convertido en miserable varejón, cuyo desarraigo con fines de terapia intensiva no se va a lograr, y si se lograra, ya no tendría donde sembrarlo.
Porque ahora habrá otro ejemplar robusto, bien regado y vitaminado —dicen con la misma certeza fallida que antes—, para reemplazar, por segunda vez, a una palmera que murió por abandono a causa de una plaga fúngica, cuya voracidad arrasó más de 300 hermosas palmeras con penachos viejos y altivos mecidos por el viento.
Las palmeras muertas y el malogrado ahuehuete son los verdaderos símbolos de esta administración urbana en manos de un mal imitador.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
MAÍZ
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