El ronroneo del tren lo consolaba, concentrándose en eso cortó sus pensamientos, quería olvidar todo lo que le había pasado en esos siete meses.
El sueño americano duró muy poco y desde esa pequeña ventana parecía lejano, inalcanzable. Regresaba a México con dos vértebras rotas y un yeso cubriendo su cuerpo. No había podido reunir el dinero que le prometieron cuando lo invitaron a cruzar la frontera para trabajar recogiendo naranjas; Su experiencia lejos de tierra terminó con una caída estrepitosa. Estuvo dos meses en el hospital y como la operación que le iban a hacer era muy complicada, lo enyesaron y lo subieron a un tren que iba de regreso a México. Su madre lo recibió en la estación con lágrimas, hacía años que no lo veía.
Durante meses se refugió en los libros, había logrado asimilar y comprender una cosa: “Quien tiene un libro nunca está solo”. De esta manera, descubrió Javier Villaurrutia, encontró en su poesía todo lo que quería decir y en las obras de teatro que leía todo lo que quería vivir. Era como si una parte de él pudiera moverse como antes y cuando por fin logró ponerse de pie, la vida puso en sus manos el periódico que cambiaría su destino, su vida, sus sueños.
El anuncio decía que Xavier Villaurrutia iba a dar clases de Teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes y que los interesados debían presentarse el miércoles por la mañana. Ignacio se presentó puntualmente con un bastón a su primera clase, conoció al dramaturgo y subió por primera vez al escenario: lo invadió un sentimiento de felicidad tan profundo que comprendió por qué nada de lo que había intentado antes en su vida no había funcionado. Todavía recordaba las palabras de aquel sacerdote que le había dicho con franqueza:
—Hijo, seamos sinceros, lo tuyo no es el sacerdocio. Tu alma es noble y para hacer el bien no necesitas llevar sotana. También me vino a la mente la invitación que le hizo un general cuando probó suerte en el ejército:
—Tienes madera para esto; es valiente, comprometido y disciplinado. Tienes todo mi apoyo si decides ingresar al Colegio Militar.
Afortunadamente, rechazó esa oferta y tomó otro camino. Ahora, cada vez que se abría el telón y veía al público, sentía una emoción que no había encontrado en ningún otro lado. Al principio pagaban sus actuaciones con comida y aplausos, pero poco a poco empezó a hacer una carrera que le daría todo lo que soñaba y más. Un día, al final de una representación teatral, apareció en su camerino. el reconocido director de fotografía Gabriel Figueroalo saludó efusivamente y sin preámbulos abrió la conversación:
—¿Recuerdas que estabas preguntando en los estudios sobre el papel de macario? ¿Recuerdas que nos dijiste que tu papá te leyó la historia y que nada te emocionaría más que hacer esa película? ¿Recuerdas que te dijimos que ya teníamos al protagonista? Ignacio asintió con una sonrisa y un movimiento de cabeza que escondía una emoción contenida.
—Pues olvídate de lo que te dijimos, Pedro se tuvo que ir a cumplir un contrato que tenía en Europa. macario Es para ti y después de verte actuar hoy, no tengo ninguna duda.
Macario se convirtió en la primera película mexicana en ser nominada a un Premio de la Academia en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera. y consolidó en la gran pantalla la gran actor ignacio lopez tarsoquien al final sí logró alcanzar el sueño americano.
En memoria de Ignacio López Tarso
1925-2023
LSN
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