Supongo que no fue el único, perol Doctor Patán Mocoso Saltó de su silla, aterrorizado, ante el vídeo. La culpa fue de Jenaro, su querido compañero de viaje. Con la amabilidad que lo distingue, el zar de los medios cuatro transformados, que Murdoch de dignidad popular, se quitó el suéter y dejó al descubierto una remera con la imagen de la Santa Muerte. Lo habrás visto: la calaca se mete un dedo huesudo en los labios, entre la leyenda: “Un hombre de verdad nunca habla mal de López Obrador”.
Les explico el motivo del terror. Para empezar, no, no es por la propia imagen del Santa muerte. Habrá quien sostenga que su Doctor proviene de las filas de la burguesía y no está familiarizado con la religiosidad popular, pero mire: la burguesía, que tiende excesivamente al esnobismo, se prodigó en su día con imágenes de la mujer huesuda en revistas y videos de esos que pretenden mostrarnos lo variada y rica que es la vida espiritual de nuestro pueblo.
Vaya, el Doctor, mejor dicho, acabó francamente aburrido de aquella tontería populachera.
Dirán que al Doctor le pareció mal que, en un país con récord de asesinatos, cadáveres colgados de puentes y cabezas cortadas, ese epidemia heredada del oscuro neoliberalismo, es de mal gusto rendir homenaje a una religiosidad tan ampliamente abrazada por los criminales. Pero ese tampoco es el caso. El tercer presidente más popular del mundo (TPMPDM) ya nos enseñó que hay que reírse de las masacres. Lo cual no es gran cosa.
Dirán que lo que me horrorizó es el aparente machismo de la camiseta. Me refiero a tomar el ser un verdadero hombre como sinónimo de virtud. Ni. El TPMPDM, Patriarca Supremo de la Mexicanidad, Padre de los pueblos justos pero severosVaya: ese tanque de testosterona, con su firme lucha contra el feminismo, ha recuperado los valores de la masculinidad para nuestra cultura.
Para ir al grano, lo que aterrorizó a su Doctor fue el estado de los pectorales de Jenaro, responsables de una rara deformación en la citada deidad popular. No me malinterpretes. Su Médico, consciente de las singularidades del cuerpo masculino, por una obvia razón profesional, nunca se burlaría de un colega, ni de nadie, por sus atributos físicos.
El caso es que la gravedad es un enemigo implacable para todos los que vivimos en estas edades. Entonces hice lo obligado: corrí hacia el espejo, para ver si la vida no se me había aplicado ya, si se me permite la expresión, el jenarazo.
Sí, es decir, había que dedicarse a un trabajo intensivo de pectorales en el gimnasio, o simplemente hablar con un colega del área de cirugía plástica, en busca de soluciones más inmediatas. Salvo opiniones más objetivas, creo que la vida, gracias a Dios, no ha sido tan cruel conmigo. Aún no.
Mi solidaridad, compañero.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ