Casi nada te prepara, ni nada te educa para enfrentar una situación de abuso laboral habiendo tenido experiencias de desarrollo continuo, sano y efectivo. Encontrarse con la violencia en el ámbito laboral es un asunto que sorprende y paraliza cuando has tenido la oportunidad de trabajar en espacios donde aprendes a resolver conflictos y te permiten cumplir con tus funciones entre compañeros que saben trabajar en equipo. Nadie puede construir logros en un entorno plagado de agresiones constantes. Como todo en materia de violencia, cada mecanismo se nutre de una infinidad de fórmulas que todos creemos conocer pero que no identificamos claramente en los hechos. Es el truco por excelencia que utiliza el maltrato, para confundir al otro y minimizarlo al máximo, haciéndole no entender lo que está pasando con el encargo, dificultando cualquier objetivo a alcanzar.
Este sistema es una forma de abuso de poder cuyo fin es excluir, aislar o someter al otro. Se manifiesta como agresión física o verbal, acoso sexual, acoso laboral o violencia psicológica. Por lo general, la persona que sufre violencia laboral opta en primera instancia por la impostura y en ese tono tajante, trata de proteger lo que se le ha encomendado. El futuro será entonces inevitablemente negro para él, no encontrará la manera de cruzar puentes, porque ninguno va en la dirección de su desempeño y el abuso tiende a empeorar con el tiempo si no se denuncia o no pasa por el órganos de control correspondientes. .
Un problema no menos grave es el que enfrentan las mujeres que optan por cargos directivos en México. No se trata solo de poder ingresar al sistema, sino de permanecer en él y crecer con la seguridad de poder participar en igualdad de condiciones. Si las mujeres participaran en el mercado laboral sabiendo que serán evaluadas por sus habilidades reales, los ingresos de las corporaciones aumentarían casi un 20% según datos del Banco Mundial.
Quienes lo han padecido alguna vez han pasado del síndrome del impostor, que les hace mirarse en un espejo en su mínima expresión intelectual y operativa, a la participación en una guerra perdida que no logran identificar. Se debaten entre usar su tiempo ejercitando sus habilidades o malgastarlo en identificar situaciones que les son desconocidas. Este dilema es consecuencia directa de la impunidad y aceptación generalizada de este tipo de conductas y de un bajísimo nivel de respuesta a la indignación que sufren quienes se sienten afectados.
Nada se lo impide, pero hay datos que tal vez nos puedan acercar a este complejo panorama y entenderlo no sólo como una práctica heredada y especializada, sino como una que debe ser abolida con toda fuerza. Hoy parece lógico que esto suceda en entornos de trabajo tradicionales dirigidos únicamente por hombres, pero debe dejar de ser así.
Innumerables empresas y organizaciones se encuentran en una enorme encrucijada porque el estancamiento que sufren en cuanto a la perspectiva de género, les empuja a no identificar la baja calidad en los procesos de selección ya una nula planificación de objetivos porque son precisamente los que esconden. Los desafíos del presente sólo los remiten a dejar que se ocupen asientos para cumplir con una cuota que será inmediatamente demolida por la cultura patriarcal que aún practican.
Según el INEGI, el 73% de las mujeres desconoce la existencia de algún protocolo para enfrentar la discriminación en su lugar de trabajo y las pocas que solicitan apoyo no reciben respuesta de sus superiores o compañeros. Ignorar sistemáticamente las denuncias es hoy el arma que les da con el famoso “tiro en el pie”. Entendiendo las clamorosas demandas de las mujeres en todos los espacios, habrá más herramientas para no colapsar en situaciones como estas. Minimizarlo es imponer y retrasar el desarrollo en lugares que deberían ser tan buenos por dentro como pretenden ser por fuera.
POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN.
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