Vivimos una terrible encrucijada. La perpetuación del gobierno de Petro implica el retorno a los años oscuros de la peor violencia guerrillera y mafiosa, la destrucción del tejido empresarial y del empleo, la ruptura de la precaria estabilidad fiscal y macroeconómica, la desinstitucionalización democrática en el estercolero perpetuo de la financiación ilegal de las campañas presidenciales, la ligera perturbación de la separación de poderes, la corrupción perpetuada en distintas manos y el retroceso y retraso, cruel y costoso, de los avances obtenidos con esfuerzo por nuestro Estado. Por no hablar de la destrucción de conocimientos y del tiempo que seguirán perdiendo nuestros hijos en su educación.
El agravamiento de todas las plagas anteriores es ya una certeza. Nadie duda que la obstinación de Petro supera las razones. Deriva de su esencia y no de una conciencia racional. Es lo que es y seguirá siendo, sin importar el costo que ello implique hasta el final de su mandato.
La encrucijada se materializa en la incapacidad de nuestras instituciones democráticas para dar soluciones al mal gobierno, la negligencia que motiva la violencia y la corrupción rampante. El antidemócrata que nos gobierna lo hará violando la ley y la constitución, promoviendo la violencia y la toma de municipios por parte de guerrilleros y mafiosos, amparados en el decoro y solidez de la democracia que desprecia.
La discusión sobre si la expansión de la violencia, propiciada por la paz total y la inhabilitación del Ministerio de Defensa, es intencional o no, no es relevante en esta instancia. Importa la certeza de que Colombia será subyugada por los violentos, como lo anunció la guerrilla planea tomar hasta la capital de la República.
Petro no fue el fin de la izquierda radical y violenta. es un paso una etapa.
Este nefasto e inmutable escenario es responsabilidad de todos los colombianos, de los que votaron por Petro y de los que no. El Estado que está sitiado es de todos, el fracaso de la política que lo gobierna es nuestra responsabilidad.
El hecho de que nuestras instituciones no nos gusten o estemos satisfechos con ellas no las hace menos nuestras. Nuestra patria, con sus defectos, no deja de ser nuestra; tal vez hasta por sus defectos la amemos más.
En la encrucijada, la única salida es la transformación de la política basada en un amplio compromiso ciudadano con la acción política. En este compromiso, Todos debemos volver a la militanciaa la construcción de partidos, a la promoción de candidatos y a la aspiración de gobernar y transformar nuestros municipios y departamentos de cara a las cruciales elecciones territoriales del 2023.
¡Y está sucediendo! Los ciudadanos se involucran poco a poco, marchan, se preocupan por su departamento, municipio y localidad. Incluso antes de iniciar la campaña formal, los colombianos intuyen la importancia de lo que viene y se debaten entre el escepticismo, el desconocimiento de la acción política, la acomodación y el desánimo.
Por otro lado, muchos en la prensa y entre los formadores de opinión revelan y denuncian las deficiencias, compromisos y matices antidemocráticos del gobierno. Institucionalmente, los tribunales y órganos de control operan dentro de sus limitaciones estructurales, frenando los abusos de poder y anunciando investigaciones oportunas sobre corrupción electoral.
Pero hay dos grandes sectores de la sociedad que se resisten al cambio y transformación no son los únicos, pero son cruciales para lograr la recuperación del país.
Uno es la clase política.. Responsables de la primera línea de la nefasta segunda vuelta del 2022 y del voto de castigo expresado por la nación en las urnas, siguen en su obsesión por usufructuar el poder para ser reelegidos y sostener a sus clientelas, cooptarlo estratégicamente para promover corrupción y se benefician de ella y continuar en la misma política que ha vaciado la eficacia y eficiencia del Estado, lo abastecen de malos servidores públicos indiferentes, ausentes, incompetentes y torcidos, lo vacían de recursos, bloquean sus mecanismos de control y venden sus decisiones e impuestos al mejor postor.
Los políticos tradicionales, como hemos visto tantos en el Congreso, no se arrepienten de sus malos hábitos. Buscan ansiosamente oportunidades para aumentar su poder en las debilidades del gobierno. Frente a las próximas elecciones territoriales, cínicamente continúan promoviendo malas prácticas electorales, negándose a presentar candidatos idóneos e innovadores, repitiendo la aritmética del poder, el compromiso y la distribución anticipada. Dispuestos a aliarse con el diablo y con el Pacto Histórico retener o conquistar cuotas o parcelas de poder local.
Esta clase política, en su extremo oportunismo, en su ilimitada irracionalidad y codicia, acaba hoy unido a la izquierda radical que, en su extremo ideológico, quiere destruir el sistema político y el Estado que ha alimentado mal a esta misma clase política irredimible. Se aprovechan de alianzas con el gobierno marxista o convocan coaliciones en su contra para seguir, en definitiva, en lo mismo, ajenos e indiferentes al rechazo y hastío popular.
Otro sector que termina unido al extremo marxista que gobierna es el gran capital.. Conscientes de los costos que implica este gobierno y su debilidad, se acercan a él para negociar acuerdos perversos que protejan sus intereses en el corto plazo, aunque tengan la certeza de que harán un daño terrible a la viabilidad futura del país en todos los niveles. . Imaginan que la noche pasará y que los problemas se pueden estirar sin enfrentarlos asumiendo que el próximo gobierno también estará jodido. Sin arrepentirse, conservan sus rentas y negocios atados, seguros de que sus fortunas les permitirán aterrizar de pie en cualquier escenario futuro.