Personas mucho más capacitadas que yo para estas tareas han hecho recientemente esfuerzos valiosos para definir lo que es nuestro presidente en términos de posicionamiento político. Con su permiso, me voy a esforzar en definir lo que no es.
No es un neoliberal. Ojalá lo fuera. Entiendo la tentación de la ironía: el campeón tropical del antineoliberalismo los ha engañado, chairos, a punta de groserías retóricas y recortes de gastos. Y sí, todavía tiene muchos engañados. Pero piratear el presupuesto por un lado y gastar una fortuna en cosas inútiles como Dos Bocas o el AIFAen cambio, nada tiene que ver con la voluntad de adelgazar lo público para engordar lo privado, sino de hacer saltar por los aires al Estado para convertirlo en el patrimonio hipertrófico de un caudillo.
En ese sentido, no es, por Dios, un socialdemócrata que respeta el libre mercado mientras abraza las causas del progreso. Nunca lo fue, por supuesto, pero a estas alturas hay que ser realmente muy limitado, o muy cínico de una manera muy limitada, para sostener semejante tontería. El presidente acepta porque no le importan ciertos empresarios, y al mismo tiempo carga contra las farmacéuticas, las cerveceras, las aspirantes a clases medias y las energéticas limpias o sucias, pero privadas, mientras crea paraestatales a bocajarro.
Por supuesto, tampoco es un paladín de los pobres con carácter fogoso, como sugiere Zepeda, quién más, que en una columna de esta semana trata de vendernos que aunque los caminos presidenciales no son los adecuados, lo que mueve al líder es su amor por el desposeído, un amor tan intenso que ha agriado su carácter. Realmente es una tontería volver a lo mismo una y otra vez, pero eso sí: es el sexenio de niños con cáncer abandonados a su suerte, de la vacuna cubana para ahorrar dinero, de hospitales públicos arrasados y, pronto , de los 15 millones de personas que dejaron de recibir servicios de salud; el de las poblaciones en situación de pobreza dejadas en manos de los narcotraficantes; el de las mujeres sin guarderías para los escuincles; el de los cuatro y pico nuevos millones de pobres, vaya.
Tampoco creo que el presidente sea un ejemplo de conservadurismo de ultraderecha. En un ensayo reciente, Pablo Majluf invita a abandonar las categorías de derecha e izquierda al hablar del graduado, y entenderlo, más bien, como un destructor a la carta alimentado por lo que alimenta a todos los grandes destructores: el resentimiento. Estoy de acuerdo, y estoy de acuerdo en que esto lo convierte en un hombre muy de su tiempo en el que la frivolidad es genial. Bolsonaro y las preferencias trumpistas conviven con la miseria de Evo, el militarismo corporativo al estilo cubano y un hiperestatismo con algo de chavista. Lo peor de ambos mundos, pues, para apelar al lugar común.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@juliopatan09
MAAZ
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