El pasado domingo y lunes se conmemoró uno de los hechos más terribles de la historia de la humanidad, el Holocausto.
Yom Hashoah, el día del recuerdo, es cuando Israel recuerda y honra a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo. También es un momento en el que los judíos de todo el mundo recuerdan, con razón, las múltiples persecuciones de las que han sido víctimas a lo largo de su historia y el espectro siempre presente del antisemitismo.
El Holocausto es la representación del mal condensado y destilado. Es la crónica de cómo una nación puede perder completamente el sentido de sí misma, recurrir no sólo al odio y a la discriminación -presentes en muchos otros momentos de la historia y dirigidos a muchos otros grupos étnicos o religiosos- sino al exterminio, sistematizado, industrializado. .
En 1971, a la edad de nueve años, vine a vivir a Israel con mi madre, recién nombrada embajadora de México en ese país. Recuerdo, como si fuera hoy, la visita al museo de Yad Vashem. Recuerdo mis lecturas, los testimonios de las víctimas, de los supervivientes de los campos de exterminio. Recuerdo a Esther Levy, la secretaria de mi madre, y los números tatuados en su brazo. Recuerdo, sobre todo, la firme determinación de nuestros amigos, de nuestros vecinos, de que esta barbarie no se repita. Nunca más.
Años más tarde me tocó vivir en Alemania en dos ocasiones distintas, y también en la Unión Soviética. La historia que aquí ya conocía tomó otros rumbos, otros aspectos: los de las otras víctimas del nazismo, los de los silencios incómodos de quienes ocultaban algo, y los de los testigos de piedra: los campos de concentración y/o de exterminio: Sachsenhausen. , Majdanek, Dachau, Terezín…
Quizás sea paradójico que haber vivido en el Estado de los judíos y en dos de los países con mayor historia de antisemitismo en Europa me haya enseñado a comprender las contradicciones, a no minimizar nunca la historia, a no trivializar la tragedia. Por eso me molestan tanto quienes buscan analogías banales en la política cotidiana de sus países. No tienen idea de las tonterías que cometen.
Este año, Yom Hashoah coincide con el drama de la guerra en Gaza, donde las represalias israelíes a los ataques terroristas de Hamás han convertido ese territorio en una zona de desastre.
Los ataques de Hamás revivieron los recuerdos y el miedo entre los israelíes, mientras que la respuesta del gobierno de Netanyahu ha generado una ola de cuestionamientos y críticas a Israel de una intensidad tal vez nunca antes vista. En todo el mundo se multiplican las marchas y sentadas en solidaridad con los palestinos y en repudio a las acciones militares de Israel.
La crisis humanitaria en Gaza está alcanzando niveles de tragedia y las imágenes que circulan alimentan las protestas, que se convierten en otra fuente de tensión: la libertad de expresión y manifestación, esenciales para cualquier democracia liberal, se limitan a evitar la proliferación del discurso de odio. y un antisemitismo velado o flagrante.
¡Qué dilema!
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
CAMARADA
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