El himno lo recuerda en su tercera estrofa, “Piensa, oh patria amada, que el Cielo te dio un soldado en cada hijo”. De ahí el tesón con que cumplíamos nuestro servicio militar, todavía imberbes, paso redoblado… ¡detente, ya! El uniforme caqui (“beige”, se encargó de subrayar el teniente Montiel, nuestro oficial), y marchar y marchar toda la mañana del sábado, porque las prácticas de tiro con el Mosquetón 7,62 mm. fueron suspendidos desde el otoño de 1968. Qué remedio.
El papel del ejército en México siempre ha sido una circunstancia espinosa. En el siglo XIX, una y otra vez, se utilizó para apoyar las revueltas que se producían cada dos o tres años, leva de por medio, para apoyar a los gobiernos de pronunciamiento de turno.
Todo cambió, sin embargo, con la Revolución Maderista. El levantamiento nacional de 1910 contra la dictadura de don Porfirio fue apoteósico. Milicias por centenares levantadas por todo el país combatiendo al ejército que defendía al viejo autócrata que pretendía modernizar el país con ferrocarriles y despotismo.
Fue el mismo ejército que, en sus buenos años, formó parte del gobierno, del propio partido (PRM, PNR), como uno de sus cuatro pilares de sustentación; a saber, los sectores campesino, popular, obrero y militar. La situación cambió en 1946, cuando se transformó en Revolucionario Institucional, cuando el sector militar abandonó su presencia abiertamente política en las luchas por el poder.
No debemos olvidar, sin embargo, tres actuaciones históricas del ejército mexicano a lo largo del último siglo. Primero como fuerza de combate contra las milicias de la llamada Guerra Cristera, de 1926 al 29, que costó unos 70.000 muertos en combate, según el especialista Jean Meyer. La segunda actuación fue en la Segunda Guerra Mundial (en las Islas Filipinas) con el envío del Escuadrón 201, que luchó (alrededor de 350 soldados) contra las fuerzas de ocupación al mando del General Yamashita. El tercero fue su uso en la represión del movimiento estudiantil de 1968, que culminó con la masacre del 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco.
Ahora le han dado carta abierta en la lucha (no “guerra”) contra las mafias criminales que controlan un tercio del territorio nacional. Y no es sólo el ejército, sino que encabeza la Guardia Nacional –creada en este gobierno– y que finalmente ha sido asignada para dirigirlo. La actuación de las bandas de sicarios es de tales dimensiones (no vale repetir las horrorosas estadísticas que se suman día a día) que se ha decidido que la citada Guardia, es decir, el ejército de uniformados claros, actúe sobre el importa y liderar la lucha (no la derrota) de estas milicias locas. Es decir, que la situación está “controlada”.
La brava estrofa del himno, por supuesto, fue cantada por Francisco González Bocanegra en 1852, poco después de la derrota sufrida por el ejército mexicano en la intervención norteamericana de 1847-49, cuya derrota supuso la pérdida de la mitad norte del el territorio nacional, significativamente California y Texas. Sí, sí, “mexicanos gritando guerra”, al fin y al cabo, en aquella vergonzosa guerra -no muy diferente a la actual intervención de Rusia en Ucrania- de la que no se recuerda una sola victoria del ejército nacional.
Todas las sutilezas de la lírica han sido dichas de nuestros soldados. Qué son los «Juanes», el «pueblo uniformado», la «herencia de la Revolución Mexicana». Lo cual es muy bueno, porque el problema de fondo, escalando, es que ninguna policía municipal, estatal o nacional ha podido contener el paquete de delincuencia (des)organizada que azota al país. Ahora será el ejército, uniformado como la Guardia Nacional, quien se encargará de ello, a ver, por lo menos hasta el 2028. Cosas reales.
Y claro, si toca la corneta con su acento bélico, habrá que esperar cuando las condiciones ameriten una vuelta al cuartel. Mientras tanto, cuidado con las armas.
POR DAVID MARTÍN DEL CAMPO
COLABORADOR
MBL
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