Como decía antes, si algo nos han enseñado los zombis es que no hay límites para el placer que provocan las calaveras perforadas: es imposible empalagarse.
Sobre este principio, habla muy bien de la serie que acaba de terminar su primera temporada, El último de nosotros, que se sostiene desde el primero hasta el último episodio, hasta nueve, sin eso: el placer de reventar cráneos, uno de los medios de vida de, por ejemplo, los muertos vivientesel clásico instantáneo que no hace mucho vio finalizada su andadura.
El motivo se encuentra en el origen de los zombis que la protagonizan. No son producto de un virus, como es habitual, sino de un hongo, lo que convierte a las personas en una especie de combinación de hombre y hongo. Bueno, los hongos, lo sabemos, salpican menos cuando los golpeas con un hacha. Adiós al efecto calavera.
Si la serie se sostiene es, primero, porque todas las demás virtudes del apocalipsis están ahí, desde la paradójica tranquilidad que da un mundo devastado en el que no hay más preocupaciones que sobrevivir en el darwinismo salvaje, hasta la proliferación de espantosas sectas. con canibalismo. incluido, incluso, el espíritu un tanto occidental resultante de que la naturaleza, abrumadora y terrible, se haya apoderado una vez más del planeta.
El segundo pilar de The Last of Us son los propios zombis, por supuesto. No parecen mucho y se pueden ver medio planos a veces, pero transmiten una conveniente sensación de peligro debido a su ferocidad ultrarrápida (son zombis rápidos al estilo de 28 Days Later o I’m Legend, no como las que George A. Romero patentó en La noche de los muertos). muertos vivientes) y por esa repugnante propiedad que tienen los hongos, de nuevo, particularmente si sufres de tripofobia o condiciones similares.
La tercera razón para ver The Last of Us es que, a la manera de Resident Evil, combina la devastación apocalíptica con otra forma de milenarismo, la distopía.
Es una dictadura malecónica y frágil, pero el mundo, al problema de los zombis, le suma el de una corporación militar que ha decidido imponerse con mano de hierro. Buen ingrediente extra.
Sobre todo, por supuesto, la serie se sustenta en sus protagonistas. Pedro Pascal funciona muy bien como un tipo duro con esteroides, un personaje con algo de un policía muy duro, como James Elroy, consumido por el dolor y la violencia del sobreviviente que, por supuesto, termina conectando -disculpen el spoiler- con la muy simpática adolescente que encarna Bella Ramsey, de Juego de Tronos.
Así que, para los que se sientan huérfanos desde que terminó The Walking Dead, aquí está el comienzo de una más que digna franquicia, sin mayores aportes al género, pero muy acertadamente escrita y dirigida.
Como detalle no menor para los adultos mayores que leen esta columna y luego no se enteran de estas cosas, está basada en un videojuego. En HBO.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAÍZ
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