Evidentemente, México no ha logrado desarrollo en ningún sentido. Vivimos sujetos a las influencias y dependencias de economías y academias científicas extranjeras. Desde el molcajete, el trapiche y el metate, no hemos inventado nada en estas tierras. Nunca.
No hemos creado nada, ni hemos alcanzado conocimiento. Nuestros mejores momentos son imitativos o de fabricación brusca, hacemos las cosas con las manos, no con el pensamiento; La tecnología es un campo prohibido para quienes encuentran en la magia la confirmación de su liderazgo intelectual y político.
Desde hace varios días vemos -en debates públicos o en las salas legislativas- cómo el Senado—, una triste muestra de irremediable atraso.
Como desde lo alto del poder la ignorancia y el atraso se justifican (e incluso se consagran como mérito) con la cursi frase de “México profundo”, todos quieren “zambullirse” en esos abismos; sin advertir el peligro de conceder valor nacional a la miseria intelectual. Todo se justifica en el refugio de las tradiciones, perpetuadas en un monótono canto a una libertad imaginaria, sin espacio para la reflexión sobre el mundo en el que vivimos.
Entre muchos ejemplos de nuestra rudimentaria condición, encuentro dos inmejorables.
El primero, la disposición machista de una calavera cuya leyenda, en una camiseta, nos advierte de la condición de la verdadera masculinidad: no hablar mal de López Obrador. ¿El recuento de testosterona tendrá relación con el fracaso del ¿Cuarta Transformación? ¿Un hombre de verdad presencia sin quejarse el despojo de las Afores?
Aparentemente sí. Al menos eso dice el responsable del sistema público de radiodifusión, Jenaro Villamil.
Pero si esta exhibición a corazón abierto del experto en hombres reales no fuera suficiente, la camiseta se convirtió en una enorme manta extendida en la sala de sesiones del Senado por el valiente y siempre estridente Lily Téllez (¡Oh, Dios!) que, rosario en mano, quería exorcizar la herejía demoníaca como si ambas cosas no fueran en el fondo una tontería.
Inmersos en un mundo interconectado e interdependiente, alejado de la creatividad intelectual, perdidos en el desastre de los absurdos y las artimañas, como la matanza de gallinas en un ferviente homenaje a Tláloc.
Seguimos bailando con cascabeles en los tobillos, sin ciencia ni conciencia en el país del «mal de ojo», la pata de conejo, el ajo detrás de la puerta, la vela negra, el huevo en la frente, la limpieza, el incienso, el “trabajito”, el amarre, la brujería blanca y negra, el babalawo importado; En una palabra, el orgulloso atraso de su pasado, con cerrojos hacia la puerta del futuro, cuando otras naciones –en el primer cuarto del siglo XXI y la revolución digital– ya compiten por las estrellas y los planetas distantes.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL
MAAZ
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