La escena en el sofá del Barça acabó y acabó como se esperaba. Xavi aceptó los elogios de Laporta y Yuste, que han dedicado los últimos tres meses a declarar su apasionada confianza en el técnico que dimitió de su cargo a finales de enero. Aquella ruptura nunca ocultó que la calidez de la relación continuaba, a pesar de la desolada dimisión de Xavi tras la derrota (3-5) ante el Villarreal.
Estaba claro que era producto de una de tus típicas calenturas, en aquella ocasión elevadas a la enésima potencia. El mismo partido que iba a servir al técnico para proclamar la solidaridad, la cohesión y la competitividad del equipo -el Barça remontó dos goles en 11 minutos de la segunda parte y llegó al minuto 85 con ventaja de 3-2- desembocó en un catástrofe durante los últimos cinco minutos. Xavi se puso furioso y exclamó públicamente la idea que presidió el famoso rosario de WhatsApp, un circuito de lamentos y decepciones de un hombre que se sentía abandonado, traicionado y despreciado por sus amigos. En su visión de su mundo, sólo reinaban los enemigos.
Laporta comprendió enseguida que el entrenador es un hombre con la mecha corta
Aquella rabieta se convirtió en un largo minueto, aprovechado por Xavi para adaptarse a un nuevo rol. Con la misma astucia que le distinguió como jugador, convirtió su dimisión en el eje de la narrativa azulgrana, tanto del club como del equipo, hasta el punto de cambiar la perspectiva del plan: dimitió por amor al club, fue una dimisión liberadora, sin vuelta atrás, un incomparable ejercicio de generosidad que sólo permitió una respuesta igualmente profunda y comprensiva por parte del club, que aplazó el despido y amplió la estancia de Xavi hasta final de temporada, tal y como Xavi deseaba.
Estos actos de gala son tan raros en el fútbol que la decisión de Laporta puede entenderse como un ejercicio de antigüedad. Entendió al instante que Xavi es un hombre con la mecha corta y que la temperatura del calor bajaría con mimos y una racha de buenos resultados. De no producirse, la rescisión se produciría en junio.
Llegó la racha y Xavi se adaptó a la situación de la manera más conveniente, a través de una explicación mágica: los buenos resultados son consecuencia del efecto liberador de mi marcha. Algo parecido se dijo cuando Jürgen Klopp anunció a principios de año que dejaría el Liverpool en junio, tras nueve temporadas que han dejado una profunda huella en el club. Ahora culpan del colapso de su equipo, eliminado de la Europa League y de la carrera por el título de la Premier League, a su precipitado anuncio.
El Barça cerró su breve círculo virtuoso en el partido de vuelta con el Paris Saint Germain. Cinco días después perdió en el Bernabéu. Con un partido menos, el equipo está a 14 puntos del Madrid. El Barça estaba a 10 puntos del Madrid cuando Xavi anunció su despedida, pero hay señales del excelente Barça que puede llegar a ser si Laporta, Deco y Xavi son capaces de interpretar correctamente las señales que se vislumbran en el horizonte.
Xavi tiene unos méritos reconocidos en todo el mundo: la aparición de unos chavales a los que les ha abierto las puertas. También es su responsabilidad arreglar defectos que se niega a reconocer en un equipo que ha estado lejos de cumplir las promesas y predicciones que se hicieron el pasado verano. Por ejemplo, su módulo favorito (De Jong-Gündogan-Pedri) mezcla muy mal.
Tendrá al menos un año para eliminar los déficits del equipo. Después de tres meses de minueto con el presidente, Xavi ha anunciado su continuidad, como no podía ser de otra manera. Ha protagonizado un drama de rabieta. Si no los controla, le espera otra temporada de combustión y alboroto.
Continuar leyendo Xavi concluye la escena del sofá, por Santiago Segurola