Es bien sabido que Alberto Núñez Feijóo, el presidente del PP, no domina los asuntos económicos. Se maneja con dificultad en este campo y su arsenal dialéctico, por el momento, se reduce a unas pocas ideas -no estires más el brazo que la manga (recorta el gasto público); reducir al máximo los impuestos (milagroso para dinamizar la actividad económica); reducir al máximo los costes para los inversores (suelo, normativa, salarios)- pero que son prácticamente inútiles a la hora de gobernar un Estado. Cuando debe pasar de las ideas generales a la arena, a las cosas concretas, sus frases rechinan.
El pasado jueves afirmó que la economía española, que crece a un ritmo del 3,8% anual, está «estancada». ¿Qué debería decir del alemán que se arrastra por la zona negativa? En definitiva, el líder popular acumula una buena lista de deslices económicos. Al PSOE y al Gobierno les faltó tiempo para salir en tempestad contra él, con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a la cabeza. Un aluvión de cifras, estadísticas y resúmenes de las medidas aprobadas, que demostrarían que la economía española va bien. Y es campeona de Europa.
Al parecer, la razón estaría del lado de Pedro Sánchez y su equipo. Los principales indicadores de la economía española apuntan al alza, a pesar de la existencia de importantes incertidumbres, como la deuda pública.
En la campaña anterior de las municipales y autonómicas se estableció que el expediente de la economía era más cómodo para el Gobierno que para el PP. Los vaticinios sobre una crisis o recesión, tan unánimes hacia el otoño del año pasado ya los que el PP se adhirió en un primer momento, no se cumplieron. La oposición acabó refugiándose en un discreto silencio al respecto.
Por eso sorprende la determinación de Feijóo de adentrarse ahora, de cara a las elecciones del 23J, en ese territorio, cuando no parece haber nuevos datos estadísticos que corrijan el diagnóstico. Sin embargo, el balance de las anteriores elecciones del 28M sugiere que una economía en crecimiento no sería por sí sola un factor suficiente para asegurar un buen resultado a los partidos que están en el gobierno. A la hora de votar, el apoyo al Gobierno en forma de votos ha estado muy por debajo de lo que cabría esperar si el juicio dependiera de los datos que arrojan las estadísticas.
Feijóo vuelve a hablar de economía y el Gobierno responde que va muy bien, ¿quién tiene razón?
No sería ni mucho menos el primer caso. El PP de Mariano Rajoy dejó 3,6 millones de votos en las urnas en las elecciones de 2015, cuando la economía también creció precisamente un 3,8%. Era el proyecto de ley de recortes y ajustes presupuestarios. Era el malestar económico. Un ejemplo en el que hubo una relación directa entre la marcha de la economía y el resultado fue el del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, que perdió 4,3 millones de votos entre 2008, inicio de la crisis financiera, y 2011, cuando la economía estaba en su peor momento
Y es que la economía puede influir en los votos pero de formas menos directamente ligadas a las grandes magnitudes de la situación, como el PIB (lo que produce la economía en un año) o el volumen de empleo. Es una época de malestar económico permanente, fruto de las dificultades para mejorar, incluso mantener, el nivel de vida y sentirse seguro en las perspectivas de futuro de la mayoría de la sociedad.
Ante estos problemas y aspiraciones, las políticas de un estado de bienestar pueden aparecer como un simple paliativo, que genera resentimiento. Desde arriba, por los que pagan más impuestos; desde abajo, por los beneficiarios de alguna ayuda que se aplica porque ya están en la cola de las víctimas.
Son tendencias estructurales a las que la situación a veces echa aún más sal a la herida. Un resumen de lo anterior lo hacía el Cercle d’Economia en su última nota de opinión: “España ha sido uno de los últimos países en recuperar los niveles de renta prepandemia. La capacidad de crecimiento es preocupantemente pobre desde hace algún tiempo. La economía española ha tardado quince años en recuperar los niveles de renta per cápita que alcanzaba antes de la crisis financiera, en 2007 (…) la distancia entre el PIB per cápita español y el de los países de la eurozona no ha que aumentar.” Estancamiento que en el caso de Cataluña el Cercle se remonta a niveles de principios de siglo.
Una conclusión o balance difícil de refutar. Y eso puede complementarse con agravantes circunstanciales. Un par de ejemplos. España es el país de la OCDE que mayor pérdida de poder adquisitivo ha registrado, más del 5% en 2022; casi un 8% desde 2019. Sobre todo, pero no solo, por la inflación. En sentido contrario, la vivienda, por ejemplo, subió más de un 7% el año pasado. Al mismo tiempo, indicadores como las ventas minoristas, que reflejan el consumo de productos, aún se encuentran por debajo del nivel previo a la pandemia si se descuenta el gasto turístico. ¿Son los motores combinados de un estado de malestar económico? El conteo de votos lo dirá.
Las estadísticas pueden ir por un lado y la sensación vital de los ciudadanos por otro.
Pero aún así Feijóo intenta sacar ventaja cuestionando el marco oficial de que estamos en el mundo de lo mejor posible con un mensaje de que sabe que la gente lo está pasando mal. En ese caso, importa mucho menos que no elija bien las palabras y los conceptos. Aquí el lenguaje vago e impreciso de algunas de sus intervenciones podría pasar la prueba electoral.
Aunque también es posible que su análisis no sea tan refinado y que su atención se concentre simplemente en satisfacer los anhelos y anhelos de los sectores sociales más reñidos con el Gobierno. En este caso, el acento está puesto en el derribo de la obra de Sánchez. Aquí cobran más sentido las referencias más concretas y revisionistas a él: pensiones, reforma laboral o impuestos.